OpiniónMartes, 9 de abril de 2024
El nuevo enemigo: el Neomarxismo, por Dante Wong
Dante Wong
Filósofo

“Cambiar todo para que nada cambie”. Este es un adagio expresado por boca de uno de los entrañables personajes de la novela de Giuseppe de Lampedusa: El Gatopardo. Esta fórmula muestra cómo el paso del tiempo corroe los cimientos hasta de lo que parece sólido, fuerte e invencible, de suerte que para que todo quede igual, todo hay que cambiar. Parecía que el marxismo científico de Carlos Marx había descubierto las leyes inexorables de la historia. Sin embargo, la historia reciente muestra como sus mismos seguidores han tenido que modificar algunos aspectos y adaptarlos a los tiempos presentes.

Ocurre que Marx creía que la causa fundamental de la opresión era eminentemente económica, es decir, si los medios de producción dejan de estar en manos de los capitalistas, entonces no habrá explotación del hombre por el hombre. No obstante, a mediados del siglo XX parece que esta tesis se ve poco a poco desmentida por los horrores de los gulags soviéticos. Incluso el gobierno que prometía instaurar el comunismo mediante una dictadura del proletariado, la Unión Soviética, sucumbe ante la tentación de la división de clases. Los mismos dirigentes soviéticos tienen un estilo de vida opulento, mientras que el pueblo vive en la miseria. La moraleja es la siguiente: hasta los comunistas no soportan ser iguales al vulgo. El ser humano es jerárquico, al parecer por naturaleza.

El conocimiento de las atrocidades cometidas en los Gulags divide a la izquierda internacional entre aquellos que mantienen fe en el régimen estalinista y aquellos que deciden criticarlo. A esta crisis de fe, la respuesta más enérgica vino de la obra, ya póstuma, de Antonio Gramsci. La obra del italiano ya estaba recorriendo Europa para entonces. En efecto, Gramsci propone una reforma de los planteamientos marxistas de base. En vez de concentrarse en un examen minucioso de la realidad económica de la sociedad, pasa a fijarse en lo que Marx llamó la superestructura, es decir, aspectos como la religión, la educación, los valores civiles y la cultura.

La propuesta gramsciana consiste trasladar la batalla por los medios de producción a una batalla cultural. Y claro, es él quien en el fondo inventa el término. Los revolucionarios de izquierda no deben centrarse exclusivamente en la lucha armada, sino en ir posicionando personas con afinidad por la revolución en puestos clave de las instituciones civiles como las universidades y los colegios. También en espacios dedicados a la religión como las iglesias. La economía y la política no son los únicos espacios de combate. Lo es la cultura. El objetivo es llegar a una hegemonía cultural que posibilite la reforma total de la sociedad.

Es sobre esta línea que los nuevos movimientos de izquierdas basan sus políticas. Así entendemos el enfoque en la destrucción de la familia, el feminismo y el apoyo a los movimientos indigenistas. Se cree que los grupos basados en identidades marginalizadas son los únicos capaces de movilizar la lucha social, ya no el proletariado, el cual se asume extinto en el siglo XXI.

La estrategia de la izquierda ha pasado a ser la siguiente: entrar en las instituciones mediante el caballo de troya de justicia social y la discriminación para poner allá dónde pueden personas afines a sus fines políticos. Si una persona tiene una relación con una identidad marginalizada, entonces se puede presionar gracias a la excusa de la discriminación y marginalización histórica para que entren por la fuerza en instituciones clave. Esto, precisamente, hace entendible porque la izquierda ve con malos ojos cuando, gracias a las cuotas de género, por ejemplo, mujeres con una visión conservadora entran en puestos de poder. El objetivo no es hacer justicia a las mujeres, sino dar puestos a mujeres con ideología de izquierda. Lo mismo para los demás grupos.

En conclusión, el neomarxismo es la reforma que ha tenido que pasar el marxismo original para adaptarse a los tiempos presentes y, así, no cambiar su esencia: la revolución y el cambio perpetuo de la sociedad. ¡Cambiar todo para que nada cambie!

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