OpiniónMiércoles, 10 de abril de 2024
Cambiemos el chip, por Patricio Krateil
Patricio Krateil
Comunicador

Hace años que la situación política del país no posee estabilidad. Ha pasado una pandemia hace dos años, pero parece que la crisis continua. Seguimos repitiendo los mismos vicios políticos.

Cambios de presidentes, procesos de vacancia abiertos, un Poder Judicial que se hace la vista gorda cuando son sus amigos a los que hay que investigar, instituciones que no acatan las normas constitucionales, medios de prensa callados frente a las mafias que le dan de comer, eternos paros en la minería que perjudican a los más pobres, una educación tomada por el marxismo en el campo y por el progresismo internacional en las aulas limeñas.

Las fuerzas armadas desprestigiadas y los guerrilleros tratados como hippies revolucionarios. Inseguridad en las calles y carteles de droga con sicariato que coluden con regímenes socialistas como Venezuela o Bolivia.

Recesión económica y desempleo que lo único que medianamente nos libra de una crisis de escasez es nuestra moneda fuerte acompañada de una política monetaria bastante correcta. En fin, tenemos un país que se ha acostumbrado a la desidia y a la corrupción, una clase política sin ideas y una izquierda igual de cavernícola que caviar.

Todos estos males que cargamos como nación, nos hacen ver para las grandes inversiones como un país poco confiable. ¿Quién querrá invertir en un lugar donde la seguridad jurídica es como lanzar un par de dados?

Finalmente, los empresarios más que bajos impuestos o mínimas regulaciones, de lo cual tampoco podemos ufanarnos de poseer, desean un país que no te cambie las reglas a cada rato, que el mercado no se vea siempre afectado por los acontecimientos políticos y que impere la ley y no la burocratización de la amistad. ¿Es muy complicado pensar en un Perú ordenado?

Los grandes países del mundo han logrado su estabilidad y crecimiento precisamente cuando se dieron cuenta de que la política puede ser un soporte y un marco de referencia, pero nunca el protagonista de la historia de un país. Es decir, velar por una serie de instituciones que, como diría Hayek, han pasado la prueba y error de la historia.

En otras palabras, el político no tiene una varita mágica para cambiar la realidad, pero sí tiene tanques y leyes para proteger la que tenemos de momento.

El economista James Robinson, coautor junto a Daron Acemoğlu, de “¿Por qué fracasan los países?”, dijo en una entrevista: “Hay muchos problemas políticos que interfieren en la creación de una sociedad próspera, lo que llamamos instituciones económicas inclusivas, que es lo que se necesita para progresar”. En otras palabras, son las instituciones las que cementan la realidad de un país y estás, a su vez, las que producirán las mejoras económicas. E, inexorablemente, una de estas son la propiedad privada y los mercados abiertos al mundo.

Si nuestras autoridades siguen creyendo que los políticos son más importantes que la política, estaremos en este bucle de incertidumbre sin una salida clara, en donde pequeños paliativos serán a lo único que podemos aspirar como nación.

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