OpiniónDomingo, 21 de abril de 2024
La crisis del pensamiento crítico, por Alfredo Gildemeister

Para un catedrático universitario, al menos para mí, no existe una experiencia más frustrante que el hacer una pregunta a la clase, que ésta guarde absoluto silencio y que te miren como si les hubieras hablado en ruso. Vuelves a hacer la pregunta, planteas una situación, un hecho o acontecimiento de la realidad mundial o nacional, un cuestionamiento ante una ideología, propuesta política o cuestión filosófica o jurídica y… el silencio continúa. ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿No han leído, no han estudiado, no se han enterado? No, simplemente no les interesa en lo más mínimo la cuestión, pues ni siquiera la entienden o saben de qué diablos estás hablando. Esta es hoy la cruda realidad.

En las últimas décadas, se ha podido apreciar una casi total falta de interés en el estudiante universitario en darse el trabajo de reflexionar, pensar, analizar o criticar un tema. Es como si la mente humana se hubiera pasmado, aletargado, adormecido y ya no se piensa ni se reflexiona y ni siquiera se critica. Dicho sea de paso, este fenómeno gusta a ciertos políticos manipuladores y dictadores en especial, pues lo mejor para estos es que un pueblo no piense, no reflexione, no analice propuestas, no critique. Un pueblo con el pensamiento adormecido. Este lamentable fenómeno es lo que los especialistas denominan la crisis del pensamiento crítico. Al hombre del milenio -y con ello obviamente incluyo a hombres y mujeres- no le interesa la reflexión, el análisis, la crítica o emitir al menos una opinión sobre algo. Prefiere simplemente vivir sin pensar, como dejar que la vida le lleve, por no decir que le arrastre. Es la “sociedad divertida” que decía Enrique Rojas. Mucha gente se deja “arrastrar” por la vida sin detenerse a reflexionar o pensar sobre su futuro o sobre lo que le plantea a cada instante la vida. Más cómodo es que la vida te lleve, sin responsabilidades y no tomar el timón de tu vida. Ya no se lee. Prima la imagen, el video, la foto. Es lo que Sartori denominó el “homo videns” en su famoso libro. Pero, ¿En qué consiste el pensamiento crítico?

Se le atribuye al filósofo Max Black la paternidad del término “pensamiento crítico”, que utilizó como título de un libro de lógica. Francis Bacon lo definió en 1605 de la siguiente manera: "El pensamiento crítico es tener el deseo de buscar, la paciencia para dudar, la afición de meditar, la lentitud para afirmar, la disposición para considerar, el cuidado para poner en orden y el odio por todo tipo de impostura". El pensamiento crítico se entiende pues como la capacidad de analizar y evaluar la consistencia de los razonamientos, en especial, de aquellas afirmaciones que la sociedad acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana. Tal sería, por ejemplo, el caso de los fake news, noticias de hechos o realidades que muchos dan por verdaderas siendo éstas totalmente falsas, pero que, ante la falta de reflexión o análisis sobre dicha realidad o hecho, se termina calificando como verdad y punto.

De otro lado, cuando una persona tiene pensamiento crítico, tiene curiosidad, y ello le motiva al deseo de buscar, la paciencia para dudar, la afición de meditar, la lentitud para afirmar, la disposición para considerar, el cuidado para poner la cuestión en orden y evitar una conclusión y opinión superficial y sin sustento alguno. Hoy se está perdiendo esta capacidad de analizar la realidad con detenimiento. Se cuestiona poco o nada los acontecimientos. Se trataría de lo que se denomina el efecto “bandwagon”, esto es, aceptar como verdad lo que la mayoría piensa o hace. De allí la importancia desmedida que se le otorga hoy a las “encuestas de opinión”. Si la mayoría lo dice, es verdad. La mejor forma de evitar esta superficialidad es el fomentar el pensamiento crítico. No tragarse todo lo que te “informan” o “desinforman” los medios de comunicación y “especialistas”, “opinólogos”, “politólogos” o esos recientes ”estudios científicos” cuyas fuentes nadie se detiene a buscar porque, por lo general, no existen.

Suelo recomendarles a mis alumnos que ejerciten siempre el pensamiento crítico -sin llegar al extremo de la duda cartesiana-, que no se traguen ni den por cierto lo que leen o miran en los medios escritos o audiovisuales, más aún en la era de la “inteligencia artificial” en donde técnicamente muchas cosas pueden ser posibles, siendo en realidad falsedades. Recomiendo que analicen todo con lógica y sentido común para comenzar, que reflexionen sobre los “sustentos” que “sostienen” tantas teorías, ideologías, situaciones, hechos de la realidad internacional y nacional, discursos y propuestas de políticos y “expertos” que tanto abundan y emiten consejos hoy.

De allí la importancia del pensamiento crítico que nos ayudará a discernir entre argumentos pobres, absurdos, mediocres, serios o brillantes, a distinguir la información seria, con un contenido valioso, de la “información” prescindible, falsa, ridícula, etc. y de esa manera evitar prejuicios tontos, llegando a establecer conclusiones bien fundamentadas, a generar alternativas, a mejorar la comunicación y, en definitiva, a ser dueños de nuestro pensamiento y actuar en consecuencia. ¿Es posible adquirir y desarrollar el pensamiento crítico? Soy de la opinión que sí se puede. Este es un objetivo que hoy desde un maestro de colegio, hasta un catedrático universitario, debe trabajar para que sus estudiantes adquieran el hábito del pensamiento crítico. Desde la etapa escolar misma. Fomentar el análisis de una información, practicar la curiosidad y el escepticismo -hacerse preguntas y contrastar a través de otras fuentes- y cuestionar todo lo que nos dicen.

El pensamiento crítico es muy necesario, vital diría yo para todo ser humano. No quisiera que mi trabajo de toda una vida en la cátedra, terminara como la del periodista y académico uruguayo Leonardo Haberkorn, el cual renunció a seguir dando clases en la carrera de Comunicación en la universidad ORT de Montevideo, señalando en su carta de despedida lo siguiente: "Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez. Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies. Claro, es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más... Y entonces ver que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo. Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia. Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante. No quiero ser parte de ese círculo perverso. Nunca fui así y no lo seré. Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible. Y no soporto el desinterés ante cada pregunta que hago y se contesta con el silencio...”. ¡Qué viva el pensamiento crítico! Sin pensamiento crítico, habremos dejado de ser seres humanos… para convertirnos en un rebaño de autómatas.