Santo Tomás de Aquino (1224-1274) ha sido uno de los filósofos y teólogos más importantes en la historia del cristianismo. Situada su vida en la época Escolástica de la Filosofía Medieval, el Aquinate logró resignificar la metafísica de Aristóteles para darle una apropiada defensa a la fe.
Su encuentro en la historia de la filosofía se enmarca en el siglo XIII, donde el cristianismo ha tenido tremenda influencia platónica, recogiendo toda su teología en la figura de San Agustín. Este neoplatonismo será la filosofía canónica que se extenderá en las universidades, siendo además cimiento filosófico del cristianismo. Curiosamente, las obras de Aristóteles en ese tiempo no se encontraban completas al mundo cristiano.
Cuando las obras comienzan a darse por completas, el mundo en las universidades recoge el pensamiento aristotélico y encuentra las críticas al sistema platónico. Emerge Aristóteles. Y comienza a resquebrajarse el sustento filosófico de los cristianos.
Santo Tomás, entonces, se propone restituir el cristianismo con las ideas de Aristóteles. Es aquí donde nace la famosa “Suma Teológica”, una obra que contiene un resumen de su planteamiento filosófico/religioso que tenía como destinatario sus alumnos. Contiene una adecuada defensa sistemática sobre la fe y la razón, desde la base aristotélica.
Entre sus aportes encontramos una clara consideración sobre la existencia de Dios. Para el “Doctor Angélico”, Dios es un ser puro subsistente. Para Aquino, Dios es pura perfección, pues posee todas las perfecciones en su máximo grado (bondad, amor, justicia) y preserva una independencia ontológica. Esto último quiere decir que Dios subsiste por sí mismo; Él es su propia existencia.
Aquino explica que Dios es aquello cuya esencia, es decir, aquello que hace que una cosa sea, se identifica con su existencia, que es la realidad efectiva de la cosa.
Por ejemplo, en mi caso, yo no existo por mi propia esencia, pues mi realidad no depende de mí mismo. Yo no me he causado mi propia existencia. Yo he dependido de mis padres. Y mi consistencia física molecular, depende de mi materia (átomos). Yo no existo por mí mismo, soy dependiente y contingente. Y, las cosas se dan así, temporales, determinadas por espacio-tiempo.
Dios, por el contrario, es ese principio que es su propio existir y por el cual existen los contingentes. Aquino toma de Aristóteles la idea de “primera causa incausada”, entendiendo que el motor de todo lo existente debe ser Dios, que por su ontología este debe ser incausado: nadie lo ha creado. Con ello, se evita una regresión de causas infinitas absurdas y se comprende que de Él emanan las demás esencias, llegando a su existencia.
Dios es ser subsistente, porque él existe por su propia naturaleza. Su esencia y existencia se identifican como una sola.
Ese fundamento necesario, para Santo Tomás, es Dios.