OpiniónDomingo, 28 de abril de 2024
Del libro y sus encantos, por Alfredo Gildemeister

Recuerdo cuando de pequeño acompañaba a mi padre a visitar una librería. Extraña sensación aquella que sentía cuando uno ingresaba a ese curioso lugar, en donde lo primero que se imponía era el silencio. Era como ingresar a un templo. De allí que una librería y un templo tengan mucho de similar: el silencio para comenzar. Un riguroso silencio. Las personas que veía en la librería miraban los libros allí expuestos con respeto, casi con veneración. ¡Cuántos conocimientos acumulados! ¡Cuántos mundos por descubrir! Se tomaba un libro con respeto, como quien toma una joya y la aprecia con sumo cuidado. Y era en ese momento en que el libro mostraba al potencial lector, parte de su encanto.

Para comenzar, puede decirse que el libro despide cierta sensualidad y placer. Cuando uno lo toma en sus manos, siente la textura de su cuerpo, la suavidad de sus hojas. La vista aprecia una hermosa carátula, ingeniosamente diseñada, que llama la atención por sus colores, imágenes y dibujos. Así como en el amor, todo entra por los ojos, lo mismo sucede con el libro: su encanto llama la atención a la vista. Los sentidos se despiertan con su tacto y la vista se regodea con sus colores. Luego vendrá su aroma. El olor de un libro nuevo es único. Huele a limpio, a novedad, a frescura. Hay libros que casi provoca comérselos. Este es el encanto externo de un buen libro.

Seguidamente, casi como magia, vendrá el encanto de su interior. En el silencio de aquel templo que constituye toda librería, el visitante comienza a hojear el libro. Es casi como cuando uno conoce a una mujer guapa y atractiva. Ella solo muestra, astuta y coquetamente, parte de su encanto. El visitante lee algo del prólogo o de la introducción para darse una idea del contenido de aquel libro. Puede que su lectura lo enganche en pocos segundos- como el amor a primera vista-, caiga rendido ante sus encantos y se lo lleve de inmediato, asegurándoselo entre sus brazos para que nadie se lo arrebate. Sin embargo, puede que también aquel visitante de librerías, no se sienta atraído por ese libro y lo deje. Quien sabe, será para otro. Quien sabe ¡enganche a otro! Como en el amor, siempre habrá alguien para ti. Es cuestión de que aparezca.

Cuando uno lee un libro nuevo, es como ingresar a otro mundo, a otra época, a otra realidad. Uno se abstrae del presente. Si es una novela, terminas sumergido en una trama en la que quieres moverte, saboreando el ámbito de esa ficción, porque los seres humanos amamos las ficciones, los sueños y las fantasías. ¡Nacimos para soñar e imaginar! Vivimos aquella historia que leemos. Somos parte de ella. De allí que no sueltas el libro hasta que termina la historia y vuelves a la cruda realidad de tu vida y de tu entorno.

Le debo a mi padre el amor a los libros, el amor a la literatura y a la lectura. Mi padre devoraba literalmente los libros y me contagió de esa hambre de lectura. Hoy la lectura y los libros son mi vicio, mi pasión. Es como un alimento para mi espíritu. Y como todo alimento, a uno le provoca comer diversos alimentos, ya sean dulces, salados, fríos o calientes. Lo mismo sucede con los libros. Hay épocas en que me provoca leer novelas, ensayos, poesía, cuentos o biografías. Por eso he optado que, como todo un menú a mi disposición, suelo leer-digerir- diversos libros al mismo tiempo: una buena novela; una excelente crónica de historia; una estupenda biografía o unos breves ensayos que, como simples bocadillos, enriquecen tu alma. Y ahí voy. Ese es mi alimento diario, mi pasión, la cual disfruto y vivo.

Lamentablemente, veo hoy al libro, como que ha caído en desuso. Se le ve como algo de antaño, viejo, anticuado, irrelevante, prescindible. La mayoría de la gente no lee. Por lo tanto, su capacidad de razonar, reflexionar, imaginar y analizar se ve muy disminuida, por no decir casi desaparecida. En ello la fuerza de la imagen -videos, fotografías, Instagram y tikToks- se ha impuesto, con la avalancha de celulares y su dependencia casi patológica, alejando a muchos del placer de la lectura de un buen libro. Debo agregar que soy partidario del libro en físico, no del “libro electrónico” al que puede accederse mediante un frio Kindle. Reconozco que es cuestión de gustos. En todo caso, lo importante es que leas y disfrutes de una buena lectura. Saldrás enriquecido y muy satisfecho.

Vayan estas sencillas líneas en homenaje al libro. El pasado 23 de abril se celebró su día. Termino con un breve texto de Julio Ramón Ribeyro, tomado de sus “prosas Apátridas” (final de la No1), en que describe muy bien la sensación que hoy tengo cuando entro a una librería, como la de un extraño cementerio del conocimiento, el gozo y la sabiduría: “Entrar a una librería es pavoroso y paralizante para cualquier escritor, es como la antesala del olvido: en sus nichos de madera, ya los libros se aprestan a dormir su sueño definitivo, muchas veces antes de haber vivido. ¿Qué emperador chino fue el que destruyó el alfabeto y todas las huellas de la escritura? ¿No fue Eróstrato el que incendió la biblioteca de Alejandría? Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la lectura sería la destrucción de todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero”. Definitivamente, solo me queda proclamar contra viento y marea: ¡Que viva el libro para siempre!

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