OpiniónDomingo, 5 de mayo de 2024
El Centenario de Gonzalo Fernandez de la Mora, por Fernán Altuve
Fernán Altuve
Abogado y analista político

Este 30 de abril de 2024 hemos conmemorado el centenario del natalicio de Gonzalo Fernández de la Mora, sin duda alguna una de las figuras más importantes de la filosofía política española del siglo XX. Esto, sin olvidar su desempeño como impecable diplomático y distinguido hombre público. Este último gran exponente del caballero español, aunque no se crea, era catalán, pues había nacido en Barcelona siendo hijo de un gentilhombre de la corte del Rey Alfonso XIII (1885-1931). Vivió su infancia sucesivamente en su ciudad natal, Madrid y Galicia donde lo sorprendió la Guerra Civil cuando estudiaba con los jesuitas. En 1943, se licenció en Derecho y Filosofía con los más distinguidos premios a la excelencia y después ingresó a la Escuela Diplomática (1946), carrera en la que se distinguió en las legaciones de Frankfurt, Colonia, Bonn, París y Atenas, ciudad en la que fue Embajador. Durante su época universitaria tuvo una intensa actividad política como miembro de las Juventudes Monárquicas, organización clandestina, que apoyaba el regreso a España de Don Juan de Borbón. Esta defensa le valió varias detenciones y multas en los primeros años del régimen de Franco. Era, por entonces, como muchos, un “monárquico sin Rey” como alguna vez lo definieron, pero en un reino que buscaba en el pasado los timbres de su grandeza. En el crepúsculo de sus años finales recordó con nostalgia aquel tiempo que consideraba mejor que el de la España actual; a él le parecía que tenía un “Rey sin monarquía”.

En aquellos años juveniles compartían su causa y actuaban junto con él un selecto grupo de intelectuales entre los que destacaban el novelista Torcuato Luca de Tena (1923-1999), el dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo (1905-1993) y el ex Defensor del Pueblo Fernando Alvarez de Miranda, quienes se integraron a la legión intelectual del diario ABC, donde Fernández de la Mora se distinguió durante muchos años como editorialista en su brillante sección de crítica a los libros de pensamiento político.

En 1959, el pretendiente don Juan de Borbón invitó a Don Gonzalo a formar parte de su Consejo Privado, y poco después recibió la misión de la Casa Real Española para concertar con la Casa Real Griega los acuerdos sobre el matrimonio de don Juan Carlos con doña Sofía, lo que fue celebrado en 1963.

Dos años después apareció su libro titulado El Crepúsculo de las Ideologías, obra precursora de la realidad contemporánea que elevaron su figura diplomática e intelectual hasta convertirlo en una de las personalidades más eminentes de lo que entonces se llamaba la “tercera fuerza” dentro del régimen franquista. Esta última estaba compuesta por monárquicos y tecnócratas, algunos cercanos al Opus Dei. Hasta entonces las fuerzas históricas y antagónicas dentro del franquismo eran la “Falange” con sus camisas viejas de marcado carácter populista y el “Carlismo” compuesto por los defensores de la tradición católica.

Cuando en 1966 las fuerzas renovadoras dentro del régimen buscaron establecer una Ley Orgánica del Estado que sirviera como proto-constitución para fortalecer la institucionalidad monárquica que debía consolidarse con la sucesión del Caudillo, este importante proyecto le fue encomendado a los dos juristas más brillantes de entonces, Laureano López Rodó y Gonzalo Fernández de la Mora, a quien se le debe haber introducido en dicha Ley Fundamental la noción de “garantía institucional” con el nombre clásico de Recurso de Contrafuero (artículo 59° y 66°).

El 14 de abril de 1970, Francisco Franco retuvo su condición de Jefe de Estado pero se desprendió de la Jefatura de Gobierno para ser asumida asumida por el Almirante Luis Carrero Blanco, conformando este último, un gabinete integrado por muchos miembros de la llamada “tercera fuerza”, entre los que se encontraba Gonzalo Fernández de la Mora en el Ministerio de Obras Públicas, cartera en la que logró grandes éxitos que hasta hoy ninguno de sus adversarios ha podido negar. Fue a partir de esta experiencia que pudo crear el concepto de “Estado de Obras” en contraposición al “Estado del Bienestar” de la izquierda europea. Después de haber terminado sus labores como ministro, Fernández de la Mora integró las cortes españolas durante su novena y décima legislatura, desempeñándose en esta última función hasta la muerte del Caudillo, acaecida el 20 de noviembre de 1975.

Ante el proceso de transición que se inició con la designación de Adolfo Suárez como presidente del gobierno en 1976, Fernández de la Mora organizó la Unión Nacional Española (UNE), grupo que poco después se fusionó con la Alianza Popular (AP) fundada por Manuel Fraga Iribarne correspondiéndole a don Gonzalo la Vicepresidencia de la alianza que años más tarde dio origen al actual Partido Popular. En las elecciones para las Cortes Constituyentes de 1977, don Gonzalo fue elegido diputado por Pontevedra y participó intensamente en los debates sobre la actual Constitución Española de 1978. Sus mayores críticas fueron el concepto de las Autonomías a las cuales consideraba como entes ficticios, así como que se haya desechado los principios de la democracia orgánica, que él siempre había defendido, para instaurar una democracia inorgánica de partidos como la que él objetaba en su célebre libro Partitocracia (1977).

Por estas razones votó en contra del texto constitucional y se alejó de la vida política, decisión que resultó incomprensible para muchos de sus amigos, que lo querían ver en la tribuna parlamentaria y quienes en realidad no se daban cuenta que con el fin de su faceta política él estaba dando inicio en plenitud a una faceta más brillante: la de polemista y pensador conservador. Otro fue el caso del brillante intelectual socialista Enrique Tierno Galván, con quien don Gonzalo debatió en formidables duelos televisivos, y que en aquel momento histórico abandonó su faceta de pensador para dedicarse a la política activa, teniendo como resultado que, luego de ser alcalde de Madrid, su talento terminó diluido en la mediocridad de los partidos.

Hasta su fallecimiento, acaecido el 10 de febrero de 2002, don Gonzalo gozó en la prensa y, entre los académicos españoles, de un respeto y una admiración poco comunes entre los defensores del gobierno del caudillo. Sus extraordinarias memorias tituladas Río Arriba lo hicieron ganador del importante premio Espejo de España (1995), así como su libro La Envidia Igualitaria (1984) le habían abierto las puertas laureadas de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en la que fue incorporado en 1986.

Poco después de su muerte se publicó en España el profundo libro de Luis Sanchez Movellan titulado El Razonalismo con cuya denominación el autor logra sistematizar toda la obra e ideario de Fernandez de la Mora al cual se puede condensar como el de un pensador “políticamente incorrecto” por vocación. Más recientemente, en 2015, el estudioso del pensamiento político Pedro Gonzales Cueva le ha dedicado una amplia biografía titulada La razón conservadora.

Por todo ello, y como bien ha dicho Murillo Rubiera en uno los escritos en su homenaje a Fernandez de La Mora (Razón Española, 2002, N.114) se puede decir de él lo mismo que escribió de Ortega y Gasset en 1961: “fue una de esas mentes privilegiadas y fecundas, que aparecen muy de tarde en tarde y que se consagran con independencia y constancia al estudio y a la creación”.

Las veces que lo visité en su despacho de la revista Razón Española o cuando pude almorzar o cenar con él, lo que más sorprendía era la sencillez de este coloso del orden cuya simpatía excepcional se manifestaba enriquecida con una erudición superior, lo cual le permitía dominar a plenitud todos los temas que se trataban. En los años de mi corta amistad con él, primero epistolar y después personal, solo de una cosa me he podido lamentar; el no haberlo conocido antes ni haber podido aprender más de él. Muchos años de diferencia entre nosotros podían separarnos, pero la fidelidad que él siempre tuvo a sus ideas y la lealtad con la cual defendió los principios inmutables de la monarquía histórica me hicieron admirar en él ese espíritu quijotesco que solo las tierras de España pueden imprimir en sus hombres.

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