OpiniónDomingo, 5 de mayo de 2024
Mi primer terremoto, por Alfredo Gildemeister

El mes de mayo es el mes de la Virgen y del día de la madre. Pero adicionalmente a ello, cada vez que se inicia un mes de mayo, es inevitable que se venga a mi memoria, los terremotos que pasé en mi infancia. Mayo y octubre, meses de temblores, me decían cuando era niño. Mi primer terremoto fue muy especial. Vivía en una cómoda casa en Chorrillos, en el malecón Iglesias, poco antes de la bajada a las playas. Mi casa daba directamente a un parque. Luego venía la vereda, la ancha pista, el hermoso malecón y el mar. Una maravilla. Aquella tarde del 17 de octubre de 1966, serían poco más de las 4.30pm. El sol alumbraba con todo su esplendor a unos cuantos pescadores que, sentados en el suelo, reparaban sus redes de pesca extendidas en el malecón, mientras que algunas parejas y niños paseaban mirando el mar o se sentaban en el muro al pie del acantilado de la Costa Verde, mirando abajo las playas de Agua Dulce y Pescadores. Algunos “raspadilleros” estacionaban sus carritos, vendiendo raspadilla a sedientos paseantes. ¡Las mejores raspadillas que he probado en mi vida! Veía como con una especie de molinete montado en su carrito, la vendedora trituraba un gran trozo de hielo ya medio gris, llenaba un vaso con hielo hasta el tope y lo regaba con unos maravillosos jugos rojos y amarillos que hacían una verdadera delicia de raspadilla.

Así transcurría esa soleada y tranquila tarde de mediados de octubre cuando, de un momento a otro, la tierra comenzó a temblar, cada vez con más intensidad y furor. En mi casa yo me fui a mi habitación cuya ventana daba al malecón y al mar. Personalmente, no sabía qué era lo que pasaba, pero lo encontraba interesante y hasta divertido. ¡Todo temblaba con gran fuerza y ruido! No sabía que estaba siendo testigo de mi primer terremoto. Me asomé a la ventana y me puse a ver el malecón. La gente no sabía qué hacer, si correr o quedarse quietos esperando que terminara esto. Mis dos hermanos menores y la empleada que nos cuidaba, en lugar de salir al exterior, se fueron al patio interior de la casa. ¡Vaya salida! Mientras que yo, feliz de la vida, me quede solo “disfrutando” de este curioso fenómeno. Hasta que, de un momento a otro, delante de mí, una gigantesca columna de tierra y polvo se alzó hasta el cielo como si se tratara de una especie de hongo de bomba atómica de polvo y tierra se tratara. ¿Qué había pasado? Pues que una gran parte del malecón había colapsado, había literalmente desaparecido, como si un enorme gigante hubiera dado un gran mordisco a una gran parte del malecón, dejando su enorme huella que llegaba casi hasta el borde del parque frente a mi casa. La columna de tierra era impresionante. Llegaba hasta el cielo y cuando poco a poco se fue diluyendo, solo quedó un gran forado en lo que había sido el malecón frente a mi casa. Los pescadores reparando sus redes, las parejas paseando, la señora “raspadillera” con su carrito y los niños que jugaban ya no estaban. Se los había tragado esa enorme columna de tierra. El malecón delante de mi casa ya no existía, se había derrumbado, cayendo sus restos hasta al pie del acantilado, dejando un inmenso vacío y oquedad. El terremoto comenzó a disminuir hasta que se detuvo todo movimiento. Salí corriendo al parque con mis hermanos y la empleada. El ambiente era gris, terroso. Con el terremoto, el polvo levantado del parque, más el derrumbe del malecón, todo hacía que pareciera un día oscuro con una neblina sucia y terrosa. No me dejaron asomarme al gran vacío del malecón derrumbado que dejó el terremoto. Cuánta gente habría fallecido, cayendo al vacío de un momento a otro. Solo Dios lo sabía.

Pasados unos minutos, llegaron mis abuelos paternos, que venían caminando desde el paradero del tranvía a unas cuadras de mi casa. En sus cabellos, ropa y hombros se podía ver el polvo del yeso caído de las cornisas de las viejas casas chorrillanas, con sus altas y elegantes rejas, las cuales casi todas se habían derrumbado por el terrible sismo. A la vuelta de la casa, en la plaza principal de Chorrillos, fuimos a ver y parte de la cúpula de la iglesia estaba en el suelo. En la estrecha calle del costado de la iglesia, fui con mis abuelos a ver el nido “Bertolotti” a donde yo había estudiado hasta el año anterior, pues yo ya tenía seis años de edad. Las paredes de su hermoso patio interior donde tantas veces había jugado en el recreo estaban totalmente colapsadas y sus restos derrumbados en el suelo. Las paredes inmensas de adobe y quincha habían caído encima de las hermosas losetas italianas del patio interior. Menos mal que a esa hora no había clases por lo que no estaban los niños. De lo contrario, habría sido una tragedia. Mi casa menos mal no sufrió daños serios. Como mudo testigo del terrible sismo, quedó el gran boquerón dejado por el malecón derrumbado.

Hoy cuando paso en mi camioneta por la Costa Verde, a la altura de las playas de Agua Dulce y Pescadores, no puedo evitar mirar hacia arriba y observar el acantilado y ver aún el inmenso boquete dejado por el terremoto de mi infancia, hoy con el malecón ya reconstruido, pero sostenido por simples pilotes de concreto. Recordaba las palabras de mi madre cuando me contaba del terremoto de 1940 que ella vivió, como todas las hermosas y lujosas casas ubicadas en el malecón de Chorrillos cayeron al vacío una por una, dejando solo como recuerdo los restos de algunas escalinatas en el acantilado que bajaban hasta el mar, restos que aún se pueden observar hoy. El actual malecón de Chorrillos se ubica donde estuvieron todas esas hermosas casonas chorrillanas.

De allí que no puedo dejar de pensar e imaginar qué sucedería en Lima cuando en algún momento ocurra un terremoto de por lo menos grado 7 y medio u 8 de intensidad. Lima no es la de 1940 ni la de 1966. Lima ha crecido, su población bordea los trece millones. Se ha construido a la diabla, prácticamente en desorden, bajo cuestionadas licencias y sabe Dios, inclusive, bajo qué “condiciones” informales. Enormes edificios destacan al pie de los acantilados de Barranco, Chorrillos y Miraflores, por solo mencionar unos cuantos distritos, amén de las grandes construcciones en los cerros de Camacho, por ejemplo, o en los cerros y conos alrededor de Lima. Adicionalmente, hoy Lima tiene suministro de gas natural en diversas zonas. Si hoy los bomberos con las justas pueden con un incendio, ¿Podrán con cincuenta incendios a la vez, por decir un número, luego de un terremoto como el que puede venir en cualquier momento? Solo Dios lo sabe. En todo caso, más vale prevenir que lamentar. Tomemos las precauciones del caso y estemos preparados. No quisiera que se repitiera otro sismo, como aquél primer terremoto de mi infancia.

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