Desde las profundidades de un Perú majestuoso pero desigual, emergen edificios que prometían ser faros de esperanza pero que, por desgracia, se han quedado en meros reflejos de un sistema fallido. En este contexto, el sistema de salud rural se convierte en una tragicomedia kafkiana, donde los monumentos de concreto y cemento se construyen con más fervor político que funcionalidad médica.
Como médico SERUMS, mi llegada a este escenario fue tan teatral como el mismo contexto que describo. En mi primer viaje, todo emocionado y lleno de esperanzas por aportar a la provincia que me vio nacer, sufrí un accidente en mi moto. Aquel desafortunado tropiezo en una carretera que era más una pista de obstáculos que una vía de acceso, no hizo sino anticipar las ironías con las que me encontraría: promesas de mejora en cada esquina, pero pocas realidades concretas.
He sido testigo de un escenario burocrático que rayaría en lo surrealista. Infraestructuras ambiciosas financiadas por municipalidades entusiastas son entregadas a un Ministerio de Salud que luce desbordado y a menudo desinteresado en las necesidades básicas de operación y mantenimiento de tales instalaciones. Se erigen grandes estructuras, pero en ellas, la promesa de un servicio de salud accesible y eficiente se desvanece entre los ecos de pasillos vacíos y salas inutilizadas.
Es fundamental destacar, sin embargo, la tenacidad y el compromiso del personal directivo y administrativo locales que, a pesar de las adversidades estructurales y de financiamiento, lucha diariamente por mantener la operatividad de estos centros. Un ejemplo palpable es cómo, con recursos limitados, coordinan múltiples servicios y gestionan emergencias, asegurando que no se pierda ni una gota del escaso suministro de medicinas.
El esfuerzo hercúleo de estas figuras es apoyado por la incansable dedicación de todos los niveles; desde el personal médico, enfermeras, obstetrices, odontólogos, internos, técnicos y conductores, en un contexto de falencias gubernamentales crónicas. Estos profesionales, junto a la comunidad, ejemplifican la vitalidad de un liberalismo práctico, construyendo diariamente puentes sobre las grietas del sistema. Esta sinergia comunitaria, alimentada por el compromiso local y la autoorganización, revela cómo la colaboración comunitaria puede, hasta cierto punto, suplir las carencias estatales.
Es preciso recalcar que la responsabilidad de estos desafíos recae en gran medida en los gobiernos locales y centrales. La construcción desmedida y descoordinada de infraestructura sin un plan claro de operatividad o sostenibilidad a largo plazo es un reflejo de una gestión que privilegia la forma sobre el fondo, la apariencia sobre la sustancia. Estos gobiernos deben entender que la salud de las poblaciones rurales no puede depender de la arbitrariedad de ciclos políticos ni de la improvisación administrativa.
Saludo con profundo respeto y admiración a todos aquellos profesionales de la Red de Salud La Convención, Hospital Quillabamba, la Microrred de Salud Palma Real y los Puestos de Salud Cirialo y Koribeni, cuyos esfuerzos diarios escriben historias de resistencia y esperanza. Es tiempo de que estos relatos de heroísmo cotidiano inspiren un cambio en la gestión de la salud a nivel nacional, regional y local, donde la dignidad y el derecho a una salud de calidad no sean la excepción, sino la regla.
A ellos, mi respeto y reconocimiento. Que su lucha inspire a nuestros líderes a construir un sistema de salud que sea digno de su gente y de su potencial. La ironía de tener hospitales sin equipos ni personal suficiente debe terminar; es hora de que estos edificios se llenen de vida y no solo de promesas.