OpiniónLunes, 20 de mayo de 2024
San Bernardino de Siena, por Carlos Dávila
Carlos Dávila
Economista y director de la Asociación para la Educación Económica en los Andes

Fueron dos franciscanos los primeros en escribir obras enteras dedicadas exclusivamente a la economía. En el siglo XIII, Pedro de Olivi fue el primero en utilizar el término «capital» para hacer referencia al dinero invertido en negocios. Creía que el capital podría usarse para convertir el dinero en algo fructífero. De esta manera, las ganancias eran justas y útiles para el florecimiento humano. Desafortunadamente, Olivi quedó bajo sospecha de herejía y muchas de sus obras fueron destruidas.

Por fortuna, en la primera mitad del siglo XV, San Bernardino de Siena mejoró gran parte del trabajo económico de Olivi en su “Sobre los contratos y la usura” (escritos entre 1431 y 1433), donde trata de la justificación de la propiedad privada, la ética del comercio, la determinación del valor y el precio y la cuestión de la usura.

De acuerdo con San Bernardino, citado por Montero: “El precio justo es el precio conforme a la estimación de la plaza; es decir, el valor de la cosa que se quiere vender, que comúnmente se estima en un determinado tiempo y lugar; y cuando un individuo transfiere mercancías de un sitio a otro, puede venderlas al precio de este lugar […]”.

Este franciscano llegó a ser conocido y muy admirado en toda Italia por creativo e incansable predicador. La Santa Sede le ofreció el cargo de obispo en tres ocasiones (Siena, Urbino y Ferrara); sin embargo, las rechazó todas para no interrumpir sus labores de predicador itinerante.

San Bernardino tenía la costumbre de usar elementos visuales para promover la fe. También le tenía una gran devoción al santo nombre de Jesús, y para difundir esta devoción, empezó a difundir el uso del cristograma «IHS» (Iesus Hominum Salvator), uno de los símbolos visuales más famosos de la Iglesia. Por ello, y por su habilidad a la hora de predicar, se ha convertido en el santo patrón de todas las áreas de la publicidad, oratoria, relaciones públicas, etc.

Su gran contribución a la economía fue la mejor defensa del empresario realizada hasta esa época, señalando que los comerciantes ofrecen servicios útiles, como transportar productos básicos desde regiones con excedentes hacia regiones deficitarias; también al preservar y almacenar bienes para que estén disponibles cuando los consumidores los deseen, y al transformar materias primas en bienes finales como artesanos y empresarios industriales.

Bruni, citando a Todeschini, describe esta relación entre los franciscanos y la economía: “El mercado comienza a aparecer ante los observadores franciscanos, y primero de todos ante Bernardino de Siena, como un territorio a ampliar y defender: es esta nueva batalla la que transforma el discurso en algo completamente económico-político, y complica, también, la visión económica franciscana más antigua; aquella donde el sistema de valores emerge de las relaciones económicas y de la contratación cotidiana que quería leer un reflejo inconmensurable de las cosas creadas, de los hombres y del trabajo”.

San Bernardino observó además que el empresario está dotado por Dios de una especial combinación de dones que le permiten llevar a cabo estas útiles tareas. Identificó una rara combinación de cuatro dones empresariales: eficiencia, responsabilidad, trabajo duro y asunción de riesgos.

Hasta en nuestros días nos podemos dar cuenta que muy pocas personas son capaces de tener todas estas virtudes. Por esta razón, San Bernardino argumentó que el empresario gana con justicia sus ganancias, estas lo mantienen en el negocio y lo compensan por sus dificultades. Se trata de un reconocimiento legítimo al empresario por su trabajo, costos y riesgos que asume.

Como era normal en aquellas épocas, el humanismo de San Bernardino lo llevó a pronunciar un discurso para los estudiantes y profesores de la Universidad de Siena, donde recopiló siete reglas en las que resumía: el afecto al estudio (Stimazione), renuncia a perturbaciones (Separazione), paz necesaria (Quietazione), orden y secuencia (Ordinazione), constancia (Continuazione), equilibrio y prudencia (Discrezione), y el gozo íntimo en disfrutar el estudio como alumno pero sobre todo como docente (Dilettazione), sintetizando así la pedagogía cristiana y humanista de inicios del renacimiento italiano. Así, el santo concluye: “Le quali sette regole se le osservi e continovi, in poco tempo diventerai valent’uomo, o valente donna”.

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