OpiniónJueves, 23 de mayo de 2024
El romanticismo y la influencia del poeta Velarde en el joven Miguel Grau, por Juan Carlos Llosa Pazo

El romanticismo fue uno de los movimientos ideológicos más importantes de la historia contemporánea, que surgió en Alemania y en el Reino Unido hacia fines del siglo XVIII. Muchas obras de arte, literatura, poesía y de la música fueron concebidas bajo su impronta. Este movimiento también tuvo gran influencia en la filosofía política conservadora que hicieron suyos muchos partidos políticos en respuesta al racionalismo, al liberalismo anticlerical y al radicalismo jacobino. En la literatura y en la poesía, el romanticismo significó el triunfo del sentimiento y de la pasión sobre la razón. Célebres autores como Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Lord Byron, Goethe, Walter Scott se cuentan entre sus exponentes. Empezó a declinar hacia mediados del siglo XIX.

Sería el poeta sevillano, Gustavo Adolfo Becker uno de los alfiles del romanticismo tardío, con sus “Rimas y leyendas” (¡Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... ¡Yo no sé qué te diera por un beso…..Angela!.... el universo si pudiera!).

En el Perú el movimiento romántico se instalaría avanzado el siglo XIX en letras de poetas, novelistas, dramaturgos y tradicionalistas. Sin embargo, señala Basadre en su clásico Historia de la República del Perú, que el movimiento romántico en el Perú tuvo sus raíces décadas antes, con Mariano Melgar y con Felipe Pardo y Aliaga. Una suerte de protoromanticismo si se quiere. Pero es con la aparición en escena de Fernando Velarde del Campo Herrera, que el romanticismo irrumpe exitosamente en la tertulia limeña. Fue Velarde un poeta español natural de Cantabria, que con 23 años había llegado al Callao en 1846 para dedicarse a la enseñanza. Velarde, que más tarde se casaría con una sobrina del futuro presidente José Balta, fue en su época el principal referente del romanticismo en el Perú, movimiento que nos llegaba tardíamente, distraídos por década de guerras intestinas.

Anota nuestro gran historiador, que el joven montañés se convirtió en el poeta de moda en Lima, cuyos versos las damas recitaban de memoria. Descriptivo, evocador, sentimental y profuso, causó la admiración de la juventud limeña de la época. Agrega también Luis Alberto Sánchez (1968) que Velarde tuvo mucho éxito en los principales salones capitalinos.

En cuanto a los románticos nacionales, Carlos Augusto Salaverry - gran poeta y sargento mayor del Ejército del Perú- fue su más logrado representante. Hijo extramatrimonial del trágico general Felipe Santiago Salaverry, fue criado por su viuda Juana Pérez, a quien el asesinado presidente escribió unas cartas de despedida que son, a mi juicio, piezas monumentales y quizás también precursoras del romanticismo criollo.

Interactuaron con Velarde de una u otra manera, además de Salaverry, autores como Ricardo Palma, Luis Benjamín Cisneros, José Arnaldo Márquez, Manuel Nicolás Corpancho, Manuel Atanasio Fuentes, Numa Pompilio Llona (de origen ecuatoriano) Pedro Paz Soldán y Unanue, el famoso Juan de Arona, Clemente Althaus. Todos esos autores eran bastante más jóvenes que Velarde, a quienes influenció, ya sea por su prosa, ya sea por su personalidad apasionada, que lo hicieron brillar en la bohemia limeña, de la que fue su Gran Capitán a decir del tradicionalista, que fue amigo cercano suyo, según afirma el ex ministro de educación Alberto Varillas Montenegro (2006).

En su estancia en el Perú de casi una década, el poeta se dedicó principalmente a la enseñanza y a difundir el romanticismo peninsular. Entre sus muchos alumnos, se contaban el joven marino mercante Miguel Grau y el novel escritor Luis Benjamín Cisneros. En sus aulas surgió amistad entre ambos condiscípulos, y a través de él es muy probable que Miguel conociese a su hermano Luciano Benjamín, notable abogado, quien sería responsable de la brillante defensa que hizo años más tarde, cuando la Cuestión Tucker, del Hijo más querido de la Patria durante el sonado juicio militar que se le siguió en 1867, donde también comparecieron los otros tres Ases de la Marina, Montero, García y García y Ferreyros y del que fueron finalmente sobreseídos en apego a la justicia.

Encontrándose Miguel Grau próximo a ingresar a la Marina de Guerra del Perú como guardiamarina -1854- junto con su hermano mayor Enrique Grau Seminario, se inscribió en las clases particulares que brindaba en Lima Velarde, como refiere Guillermo Thorndike en su magnífica saga sobre Grau (2006, tomo I). No pudo ser otro el propósito de los Grau que optimizar sus conocimientos en gramática y otras materias, para su mejor desempeño como futuros oficiales de marina y como ciudadanos cultos. El vate montañés llegaría a profesar un gran afecto por el joven Miguel. Debió asociarlos la profunda tristeza que ambos albergaban en el alma. Uno por una temprana decepción amorosa que le causó una joven que hubo de seguir otro destino, y el otro por el rechazo materno que le dejaría una dolorosa herida que ignoramos si llegó a sanar antes de su cita fatal con los blindados chilenos.

Un año después de la inmolación del Contralmirante Miguel Grau en Punta Angamos, el 8 de octubre de 1879, don Fernando escribió desde Londres:

“Héroe! recibe mi postrer saludo: es un sollozo de dolor y gloria…..mi alumno dócil y constante fuiste…allá en la noble y opulenta Lima….te recuerdo muy bien, meditabundo……con tu mirada cariñosa y tierna….como un sublime pensador profundo…..que sólo adora la beldad eterna...siempre fue dulce para mí tu nombre, siempre fue fausta para mí tu estrella …….Nunca fuiste halagüeño ni elocuente, y tu faz pocas veces sonreía; pero inspirabas entusiasmo ardiente, cariñosa y profunda simpatía…….Humilla ¡oh Chile! tu soberbia gloria ante la sombra del audaz marino, mil veces superior á tu victoria, más grande que la muerte y el destino…..”

Estallada la Guerra con Chile, tuvieron lugar los combates navales del 21 de mayo de 1879 en las inmediaciones del puerto salitrero de Iquique en Tarapacá. Aquella gloriosa gesta ha sido recientemente denominada por la Marina de Guerra del Perú, Día de la victoria y del honor naval. Culminada la lid entre el monitor Huáscar y la corbeta Esmeralda en el que se inmolaría heroicamente marinos de ambas escuadras, entre ellos el Capitán de Fragata Arturo Prat Chacón; Grau controla daños y rescata náufragos enemigos, para días después dirigir una célebre misiva a la viuda del máximo héroe naval chileno. Es indudable que Grau conoció a Prat, ya que ambos marinos, a bordo de la corbeta Unión y de la goleta Covadonga respectivamente, enfrentaron a parte importante de la Fuerza naval española beligerante, en el Combate Naval de Abtao, el 7 de febrero de 1866. Posteriormente la Unión, cuyo comando era ejercido ese año por el entonces capitán de fragata Miguel Grau, hubo de permanecer varios meses en Valparaíso. En ese puerto vivía por aquellos días una jovencita de 15 años llamada Carmela Carbajal Briones, que muy probablemente ya tenía un noviazgo con el entonces guardiamarina de la Armada de Chile, Arturo Prat Chacón de 18 años. De ahí que probablemente también, Grau coincidiese con Prat y su jovencísima novia en las alegres veladas que compartieron los marinos peruanos y chilenos, aliados por aquella época.

El destino, siempre inescrutable, colocó a los antiguos aliados, ahora enemigos, combatiendo ferozmente en la bahía de Iquique ese 21 de mayo. Reposado el guerrero vencedor, serían redactadas dos cartas que a mi modesto entender constituyen unas joyas literarias, dadas las circunstancias en que fueron escritas y a las finísimas prosas de ambos remitentes y a la vez destinatarios, paradigmas de un romanticismo sentimental que influenció sobremanera tanto en doña Carmela como en don Miguel, en cuyos renglones parecen aflorar las enseñanzas de Velarde. Con su comportamiento en el combate y su generosa empatía después de él, ya sosegado el fuego y la metralla, Grau revive las hazañas del caballero Bayardo, que combate sin miedo y sin tacha. El héroe de Angamos como Bayardo, el perfecto caballero –quien como aquel, muere admirado por sus enemigos- acude a consolar a la dama desvalida –“con la hidalguía del caballero antiguo”- con estas sentidas palabras:

“…Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla (….). Su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como Usted no lo ignorara ya, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle a usted las inestimables prendas que se encontraron en su poder…”.

Sublime. Creo que no existe pieza más extraordinaria del romanticismo en la historiografía peruana que aquellas líneas, aún sobre los versos de Salaverry.

La respuesta de la noble dama, no se hizo esperar, y la fineza de sus palabras iguala a las del remitente:

“Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del “Huáscar” en 2 de junio del corriente año. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable (……)

(……) tengo la conciencia de que el distinguido jefe que, arrostrando el furor de innobles pasiones sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, de haberla podido, entre el matador y su víctima…..

Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo…..”

Imaginamos que la noticia de la muerte de Grau en Angamos debió entristecer a la joven viuda en Valparaíso.

Por su parte la viuda de Grau, Dolores Cabero Núñez, fallecida en 1926, jamás recibió gesto parecido. Doña Carmela entregaría su alma al Creador en 1931 a la edad de 80 años. Un año antes, el puerto de Valparaíso había recibido la visita de la Escuadra peruana en pleno. No sucedía hecho similar desde 1866. La ya anciana doña Carmela recibió en su domicilio a una comitiva naval peruana presidida por el Comandante General de la Escuadra, capitán de navío Julio Víctor Goicochea quien quedó retratado entregando un ramo de flores a la venerable matrona. La visita fue muy publicitada y fueron muchas las fotografías que se tomó doña Carmela rodeada de oficiales y cadetes peruanos esa mañana de 1930 quienes, de rey a paje, le manifestaron su admiración.

Finalmente, el héroe y la gesta heroica que nacen en el campo de batalla, son dos elementos consustanciales al romanticismo decimonónico con su acendrada nostalgia por el pasado, que han sido recogidas en miles de historias, reales o ficticias. De la que nos ocupamos en estas líneas es una de ellas, a través de lo que podemos llamar Cartas de Iquique, las mismas que son de un talante incomparable e irrepetible, y que hacen del Caballero de los Mares, además de todo lo que reconocemos y admiramos en él, un icono del romanticismo en nuestro país.

(*)Contralmirante, Jefe Séptima División del Comando Conjunto de las FFAA.

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