OpiniónMiércoles, 5 de junio de 2024
¿Y la bomba?, por Patricio Krateil
Patricio Krateil
Comunicador

El mundo ha llegado a un momento sumamente álgido de conflictos armados con potenciales tintes nucleares, pero parece que a varias personas ello les parece una simple exageración o un pavor pasajero provocado por la era digital.

De pronto, pareciera como si las personas confiaran demasiado en la diplomacia mundial regida por la agenda democrática occidental y, por otro lado, la barbarie les hiciera eco de un mundo antiguo, donde lo más similar a un mail era una paloma.

“El mundo es más civilizado ahora”, escribe un treintón promedio desde un iPhone.

Bueno, también está el factor geográfico que no podemos obviar. La guerra, por ejemplo, entre Ucrania y Rusia parece tan lejana para un hispanoamericano; poco o nada le “afectaría” un bombazo en Moscú. Aunque claro, también en su momento la Gran Guerra y la Segunda fueron actos bastante aislados a nuestra parcela latina.

Sin embargo, hoy en día parece que la indiferencia a que estos sucesos detonen en un apocalipsis global parece más sensata y plausible.

No eres condenado como inhumano porque no te interese que revienten bombazos en Medio Oriente, simplemente eres lo suficientemente “lógico” para pensar que la escala de una guerra nuclear es mínima, o al menos, eso se dice.

¿Realmente será así?

Si algo nos enseñó la última entrega de Christopher Nolan, la galardonada “Oppenheimer”, fue que, en primer lugar, el ser humano tiene miedo a la destrucción masiva (el temor a la muerte es una condición humana irrevocable) y, en segundo lugar, que muchas veces es preferible el miedo que el dialogar para un consenso racional.

Si los nazis están haciendo una superarma capaz de destruirnos, nosotros también haremos una, solo que más grande y en menos tiempo que ellos. Una carrera armamentística cuyo fin es únicamente el temor al armagedón.

Básicamente, la idea hobbesiana en su máximo esplendor. Si todos tememos a una sola cosa por encima de nosotros mismos, habrá mayor orden. Pues sí, hasta cierto punto, el mundo se ordena en función del miedo.

Stanley Kubrick dio en el clavo en su película “Dr. Strangelove” de 1964. Esta cinta relata cómo se sale de control la Guerra Fría, cuando un general toma el mando de ciertos sucesos y hace que lancen un ataque nuclear a Rusia.

Ante ello, rápidamente el comité de guerra norteamericano y el presidente llaman a Moscú para informar que no podrán parar el ataque, pues no tienen cómo, aunque quisieran.

Lamentablemente, esto se les complica cuando los rusos les informan que su arma se activa apenas se vea atacada y esta lanzan de forma automática bombas nucleares en defensa. Pero, como comentó el doctor Strangelove (el personaje de la película), se trata de un arma fantástica, cuyo fin no es otro que la persuasión.

Nadie los atacaría si supieran que el ataque de defensa es inmediato y totalmente automatizado al verse atacados. Sin embargo, como recalcó el mismo personaje, es perfecta en tanto no se mantenga en secreto.

Kubrick entendió perfectamente el punto central de la Guerra Fría (que no es tan diferente en fondos a la actualidad).

Lo importante no es la guerra per se, sino mostrar que tenemos como país el mismo poder que el otro, pero que en el fondo ninguno de los dos desea atacar. Es como ponerle censura inmediata a la guerra, dejando la posibilidad de negociar espacios de poder secundarios, sin que estos puedan escalar lo suficiente para que alguna de las partes quiera estallar el planeta.

Es la guerra del engaño disuasivo.

Por otro lado, veo a una juventud capaz de ser totalmente indiferente ante la posibilidad de que algo salga mal y la diplomacia, la estrategia política y el temple militar se descarrilen.

No obstante, no debería sorprendernos tanto dicha actitud. Vivimos en un mundo de extrema desidia ante la vida. La monotonía y la inmediatez la vuelven agobiante.

Lo cierto es que la amenaza nuclear de Putin es real, las confrontaciones bélicas de EE. UU. con China están a la vuelta de la esquina, las consecuencias de una guerra más allá de Israel y Palestina en Medio Oriente no es una broma y la creciente ola de inseguridad europea por las olas de refugiados a la par de su decadencia institucional no es una anécdota.

Los jóvenes, en medio de la industria posmodernista y la estupidización de la cultura podrían, únicamente por desidia, terminar siendo funcionales a la invisibilización de la realidad política contemporánea. Cuidémonos de esa indiferencia.

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