El pasado jueves 6 de junio se cumplió una efeméride notable: El ochenta aniversario del desembarco aliado en las playas de Normandía, que abrió el capítulo final de la Segunda Guerra Mundial.
Desde niño me fascinó la historia bélica, en particular de la Segunda Guerra Mundial, entonces no tan lejana. Hace cuarenta años, su recuerdo seguía en el inconsciente colectivo. Cada aniversario de Normandía, propalaban la película “El día más largo”, que dramatizaba esta operación.
El mundo actual deriva, en importante medida, de su éxito. A pesar de la enorme superioridad material aliada, el hecho concreto es que, en el campo de batalla, Alemania Nazi contaba con ingentes recursos, armas sofisticadas y tropas experimentadas. El ejército alemán tenía brillantes tácticos y estrategas. Casi se puede ver la mano de Dios guiando los acontecimientos.
En estos momentos de incertidumbre mundial y audaces desafíos a la paz, me pregunto si nuestras sociedades podrían enfrentar situaciones como así:
Pérdidas de vida brutales sumadas a sucesivas derrotas, ciudades arrasadas por bombardeos enemigos. Sometimiento de ricos y pobres al esfuerzo bélico. Población movilizada, indefinidamente. Jóvenes en el frente, soñando con una paz lejana que permita regresar donde una novia que espera algún día en el que finalmente acabe la guerra infernal.
Toda la economía orientada a la producción de armas y municiones, sino es para el frente, no se hace. Racionamiento estricto de comida y de todo lo necesario para la vida. Apagones nocturnos para desorientar a las flotas de aviones bombarderos. La incertidumbre de enterarte que tu hijo, hermano, esposo o novio desapareció en combate, en algún alejado e inhóspito rincón del mundo.
Jovencísimos soldados, casi niños, saltando de barcazas en la madrugada, para enfrentar las ráfagas de metralleta y artillería de tropas atrincheradas y fortificadas que se prepararon para este momento durante años.
Desde la conquista normanda de Inglaterra en 1066, nunca más nadie pudo repetir la hazaña de una invasión (extranjera) exitosa de Inglaterra. Felipe II fracasó, su Armada Invencible terminó en el fondo del mar. Ni Napoleón ni Hitler en 1940, en el zenit de su poder, se atrevieron a intentarlo.
Hubo algunos desembarcos exitosos, pero en el contexto de guerras civiles inglesas por la Corona. La última vez fue la “Revolución Gloriosa” de 1688 que depuso a un Jaime II católico y lo reemplazó por Guillermo de Orange y su esposa María, una restauración protestante gestada internamente.
Cruzar el mar para invadir territorio hostil, aunque sea sólo un angosto estrecho, es pues un emprendimiento lleno de peligros. Esa es una de las razones por las que Taiwán es aún independiente de China. Por esta incertidumbre bautizaron a la noche del 5 al 6 de junio de 1944, “la noche más larga”.
Un aspecto crucial del éxito fue el elaborado engaño montado que convenció a los alemanes que la invasión sería en Calais, donde el Canal de Inglaterra es más angosto unido a un imponderable: el clima.
Una tormenta inesperada retrasó la operación, inicialmente prevista para el 5 de junio. Ante la tormenta, los alemanes pensaron que tendrían unos días de calma, por lo que el Mariscal Rommel, el más hábil de los generales de Hitler, se fue a descansar a casa unos días. No estaba en el frente cuando empezó el combate.
Pero un informe meteorológico aliado indicó que la tormenta sería pasajera seguida de justo la ventana de un clima aceptable para llevar a cabo la invasión, ante lo cual, el General Eisenhower dio la orden correspondiente.
De otro lado, Hitler, para controlar a sus generales, se reservó el mando de las divisiones blindadas y la noche crucial se dieron órdenes de no despertarlo. Además, el mando alemán, siguió creyendo hasta demasiado tarde que lo de Normandía era una mera distracción y que el golpe verdadero sería en Calais.
Rommel en su puesto, Hitler despierto y las divisiones blindadas movilizadas a tiempo, podrían haber cambiado las cosas. Pero no fue así.
¿Cómo hubiese sido el mundo si fracasaba la invasión? El avance soviético habría llegado al Atlántico. Toda Europa continental hubiese sido comunista, salvo Italia, quizá. Si Stalin se detuvo en el centro de Europa y levantó ahí la Cortina de Hierro comunista, fue porque sus tropas no fueron más lejos. Donde llegó el Ejército Rojo, tomaron el poder los rojos, no pudiéndose hacer nada al respecto.
Esperemos que la beligerancia china, la megalomanía de Putin y la mediocridad del liderazgo de EE.UU. no conduzcan al mundo a nueva guerra donde los horrores del pasado visiten de nuevo, pero con un alcance decididamente global.