La ley de cine que favorece el cine peruano fue recientemente aprobada en el pleno del Congreso. Sin embargo, como era de esperarse, los alaridos zoomórficos por parte del mundillo cinematográfico peruano se han hecho presentes. Ladridos, aullidos, mugidos y rebuznos han sofocado las redes con la indignación propia de pérdidas humanas y con una determinación y organización semejante a la de Leonard Bernstein.
La argolla caviar se vanagloria de sus habilidades creativas, aptitud de la que se han regocijado en la última semana. Solo ellos pueden opinar de cine, porque son unos iluminados. Pero no solo es el séptimo arte de opinión exclusiva para el susodicho aquelarre, sino que se atribuyen todas las destrezas académicas, intelectuales y profesionales. Un caviar no opina, sino que decreta. Su discurso axiomático no debe ser cuestionado. ¡Ni Carlomagno se atribuyó semejante poder divino!
Parece, sin embargo, que la tinta creativa se les ha acabado, porque lo que se ha presenciado como estrategia, para atacar la ley que perjudica sus bolsillos, es una serie de mentiras muy fáciles de destrozar.
En choclón vegano han repetido, cual papagayos, que esta ley perjudica a las producciones regionales. Buscando convertir su encomienda en una lucha de clases. (¿Y de ahí dicen los progresistas que no son de izquierda?) Nada más alejado de la verdad.
Antes, el presupuesto para producciones regionales no superaba el 33% del presupuesto total. Con la nueva ley, de ser promulgada por el Ejecutivo, pasaría a ser de por lo menos 40%.
Se ha colocado un tope de 70% de financiamiento para todas las producciones. No importa si son de Lima o de Ayacucho. No existe una cláusula que expresamente perjudique a las producciones regionales como lo han dicho RMP, Sifuentes, La República, Lucho Llosa, Wayka, Pedro Salinas y sus pares. Por el contrario, para aquellos directores de regiones, que por primera vez incursionan en el oficio, no habrá tope. Ellos sí pueden acceder al 100%. Solo para regiones, no para Lima.
Convierten sus acciones en una lucha dicotómica, donde ellos buscan defender a los Davides de los Goliats y le agregan una cucharada de “censura”, para poder insistir en que luchan con el fascismo.
Gritan censura porque se pide que, para ser beneficiario de financiamiento estatal, no se busque contravenir los intereses del Estado, la Constitución o el estado de derecho. ¿Es eso mucho pedir? ¿Es que acaso su arte está limitado a vulnerar la Carta Magna?
El discurso programático puede engañar hasta al más cauto. Si el espectador o el lector recibe el mismo mensaje por parte de personajes autoproclamados como ilustres e impolutos, va a ser difícil convencerlo de lo contrario. Es tiempo de tumbarse a los falsos ídolos.