Las conclusiones que podemos extraer de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado día 9 de junio son: a) crece la desafección de los europeos con el proyecto de las plutocracias que dominan Bruselas b) los partidos sistémicos que suman más del 75% de la representación, con independencia de su “color político”, apoyan al equipo directivo que ha llevado a Europa a su mayor crisis desde el Tratado de Maastricht en 1991.
Es posible que al lector le resulte chocante este análisis cuando desde los medios de comunicación del sistema se habla de los resultados en esta o aquella nación, intentando con ello trasladar todo a cuestiones domésticas para evitar que el foco esté en lo relevante: la cada vez mayor desilusión con el denominado “proyecto europeo”.
Es cierto que desde sus inicios, el proyecto europeo nunca tuvo el apoyo masivo de los ciudadanos (pese a lo que los medios y los políticos traten de decir), sirva como ejemplo, que nunca se ha superado el 62% de participación a nivel general. En estas elecciones, esa abstención ha alcanzado el 54,5%, y eso que en varios países, se hizo coincidir estos comicios con otros de carácter doméstico. Leerán y oirán ustedes análisis de todo tipo, en muchos casos intentando confundir con “problemas domésticos de cada país”, pero de lo que muy pocos hablarán de forma abierta es de que los europeos, vemos como cada vez una elite que no se presenta a las elecciones y que no sabemos quién la elige (aunque tenemos sospechas cada vez más fundadas) es la que adopta decisiones que afectan a los países y ciudadanos.
Adicionalmente, la estrategia de la mayoría de los partidos sistémicos en Europa, han presentado estos comicios de junio en clave interna, ocultando de forma bochornosa lo que van a apoyar en Bruselas. Partidos, que votan a favor iniciativas como las identidades digitales, la llegada incontrolada de inmigrantes, las sanciones “boomerang” a Rusia o una desbocada deuda pública, que están causando una crisis desconocida desde el final de la Segunda Guerra Mundial con el consiguiente empobrecimiento de la ciudadanía europea.
Por ello, no puede extrañar la irrupción y crecimiento de partidos que denuncian esta situación, formados por ciudadanos que antaño se ubicaban a las organizaciones sistémicos de “derechas” o “izquierdas”, pero que ahora se enfrentan a esta plutocracia de Bruselas, que está al servicio de intereses muy alejados del Viejo Continente situados al otro lado del Atlántico.
Ante todo esto, los Macron, Sánchez, Scholz o Von Der Leyen, están agitando el espantajo de “los ultras”, calificando así a cualquiera que se atreva a confrontar con la narrativa oficial. Causa honda preocupación no solo las declaraciones, sino también las iniciativas legislativas que se anuncian desde Bruselas y sus coadyuvantes en los países, tendentes a limitar la libertad de expresión e, incluso, penalizarla.