En estos días de ocaso y reflexión, cuando la salud de Noam Chomsky empieza a flaquear, resulta oportuno examinar con lupa su legado, con todas sus luces y sombras. Chomsky, sin duda, es una de esas mentes brillantes que han modelado el pensamiento contemporáneo. Sus contribuciones en lingüística y sus aceradas críticas políticas han dejado una marca imborrable en el debate público. Pero, queridos lectores, desde una óptica liberal, conviene abordar sus análisis con una mirada crítica, sin perder la elegancia ni el sentido del humor.
En su obra "Manufacturing Consent", esa joya coescrita con Edward Herman, Chomsky expone su teoría de que los medios de comunicación masiva actúan como un formidable sistema de propaganda, sirviendo los intereses de las élites y manipulando al rebaño. Una teoría fascinante y, hay que admitirlo, con bastante chispa. Sin embargo, no nos dejemos deslumbrar del todo. Como señala Robert McChesney, aunque los medios enfrentan presiones comerciales y políticas, también existe diversidad y resistencia dentro del sistema. No todo es blanco y negro; los medios no son una masa homogénea, y hay periodistas y organizaciones que luchan por su independencia con uñas y dientes.
Chomsky, con su verbo afilado, ha sido un feroz crítico de la política exterior estadounidense. En "Hegemony or Survival", nos presenta a un Estados Unidos sediento de hegemonía global, sin importar los cadáveres que queden en el camino. Pero desde una perspectiva liberal, esta visión es tan simple como una telenovela de mediodía. La política internacional es un laberinto complejo, lleno de matices. Analistas como G. John Ikenberry sugieren que, a veces, las intervenciones de Estados Unidos tienen motivaciones humanitarias o buscan estabilizar regiones conflictivas. Joseph Nye añade que la política exterior estadounidense no puede reducirse solo a intereses económicos y de poder; hay dinámicas internas y presiones multilaterales en juego.
Pero el gran Noam, con toda su lucidez, tiene un talón de Aquiles: su capacidad para diagnosticar problemas sin ofrecer soluciones prácticas. ¡Vaya hombre! Nos deja con una clara imagen de los males del mundo, pero ni una receta para curarlos. Como señala Richard Posner, el enfoque de Chomsky lleva a una parálisis por análisis, donde la crítica no se traduce en acción constructiva. Sus seguidores, al final, se quedan con una sensación de frustración, sabiendo qué está mal, pero sin pistas sobre cómo arreglarlo.
No obstante, no se puede negar que Chomsky ha sido un faro para generaciones de académicos y activistas. Sus teorías y análisis nos invitan a cuestionar las narrativas oficiales y a buscar la justicia social y política. Pero, amigos míos, abordemos sus ideas con una mentalidad crítica. Las dinámicas de poder y la política internacional son tan complejas como una novela de García Márquez, y cualquier teoría debe reflejar esta riqueza de matices.
En estos tiempos en los que su salud declina, celebremos su legado sin dejar de lado la crítica constructiva. Reconozcamos sus aportes, pero no ignoremos sus limitaciones. Al fin y al cabo, hasta los gigantes intelectuales tienen pies de barro. Esta humilde recopilación crítica no pretende desacreditar su trabajo, sino enriquecer el debate y promover una visión más completa y matizada de los fenómenos que Chomsky ha estudiado con tanta pasión.