Los viejos embajadores peruanos, por formación de Torre Tagle, eran maestros en el arte diplomático de interpretar los gestos por encima de las palabras, arte perdido que antaño dominaban también algunos viejos políticos y pocos de los viejos militares y capitanes de empresa, arte cuya ausencia no permite a la derecha política peruana entender con mayor claridad qué es lo que realmente está sucediendo, ocasionando una peligrosa ceguera política.
Las ONGs no son el centro del problema.
Coinciden y no por casualidad, el viaje presidencial a China vísperas de la inauguración del puerto de Chancay, el envío del portaaviones George Washington al Callao y las poco diplomáticas declaraciones de la flamante embajadora norteamericana Stephany Syptak-Ramath respecto a la nueva legislación que permite la supervisión del fondeo de las ONGs.
El Departamento de Estado sabe perfectamente que la norma en cuestión se inspira en la legislación norteamericana sobre la misma materia, por lo que resulta evidente que el contenido de la misma no es la causa última del discurso. El inusual tono intervencionista cuando Presidente y Canciller viajan a China, evidencian un nivel de preocupación y enojo suficientemente grandes para abandonar las formas.
No estamos en tiempos de paz y las cosas van a peor. El análisis y las decisiones sólo son útiles cuando se basan en la realidad contemporánea y futura. A nadie medianamente informado se le puede escapar la escalada bélica que enfrenta con cada vez mayor fiereza a EE. UU. y sus principales aliados occidentales (cuyos embajadores son coincidentemente firmantes de la carta por las ONGs) frente a China, Rusia e Irán. En tiempos como los que hoy corren, es prioritario analizar cuidadosamente la elección de aliados, entre otras cosas, en función a su fortaleza en la región en la que cada país se encuentra.