Al ojo común el Perú y Francia parecen dos realidades completamente distintas. Esta última pertenece a los diez países más poderosos del mundo, mientras que el Perú se encuentra en un término medio entre la pobreza más extrema y los destellos de una economía que, en los últimos 30 años, ha dado un despegue sorprendente. Francia, sin embargo, guarda en el seno de su historia y aspiraciones políticas ciertas similitudes con el país andino que deberíamos desvelar para el gran público.
Es preciso recordar que Francia es aquella que inspira a los demás países del mundo –en especial los hispanoamericanos– a copiar su modelo político. De ahí, que lo ocurrido en Francia sea parecido, aunque con bastantes diferencias, a lo ocurrido en el Perú. Tanto el país galo como la nación andina han sido y son países constitucionalistas, es decir, se aferran a la idea de una carta magna que cumple la función de contrato social, es decir, un manual acerca de las reglas de juego del ejercicio de la política.
Pocos en el Perú conocen la historia de Francia, lo tumultuosa que ha sido, y, en parte, sigue siendo. Pocos conocen que el país galo ha pasado ya por cinco constituciones, a saber, se encuentra ya en su quinta República proclamada. Al igual que la peruana, que ha tenido númerosos caudillos dictadores, en la historia francesa hay caudillos como lo fueron Napoleón y su sobrino Carlos Luis Napoleón. También hubo golpes de estado que forzaron cambios notorios en el panorama social francés. La historia francesa está llena de sangre y aspiraciones políticas frustradas, y no pocas decepciones militares.
Quisiera traer a colación un parte de la historia de Francia, puesto que la considero pertinente si la comparamos con la situación actual de la política peruana. Me refiero a la breve historia de la cuarta República francesa. Esta nace al ser Francia liberada por los aliados. Es una República de corte parlamentarista, es decir, el parlamento posee primacía por encima del mismo presidente o jefe de Estado. Es más, este último proviene de las filas del partido político más votado. La cuarta República fue un desastre. El parlamento estaba compuesto por minorías de parlamentarios incapaces de dar una dirección concreta a la Nación; teniendo en cuenta la reconstrucción nacional necesaria.
Contemplando lo dicho, la cuarta República francesa se asemeja al actual estado del congreso peruano: un parlamento incapaz de hacer propiamente su labor, debido a la excesiva fragmentación. Ante la incapacidad de gobernar, el último presidente de la cuarta República René Coty llama al general Charles de Gaulle, héroe de la resistencia francesa, a liderar la Nación por un periodo definido. Él contempla el panorama y está convencido de que los partidos son un impedimento para el futuro prometedor de la Francia de la posguerra, es decir, la constitución anterior debe ser reformada. Él cree que el Estado debe estar dirigido por alguien con amplios poderes, de tal forma que, con su vigor, pueda tomar las decisiones adecuadas.
En 1958, De Gaulle convoca un referéndum para aprobar la redacción de una nueva constitución, cosa que logra. Esta nueva carta magna da mayores poderes al presidente, entre ellos: el jefe de Estado es elegido directamente por el pueblo, no existe moción de censura y el presidente puede disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones legislativas. De esta forma, se consolida la actual forma de gobierno del país galo. Un país que hasta no mucho ha mantenido una democracia estable y resiliente. De Gaulle pudo haber sido un dictador como lo fue Franco, Velasco o Fujimori. Sin embargo, a pesar del poder que tuvo entre sus manos, dirigió el país y le dio las instituciones que hoy posee.
La solución francesa fue la de un líder fuerte a la cabeza del Estado. Cabría preguntarnos, ¿cómo solucionar nuestra propia crisis política? ¿No son las estructuras de la cuarta República francesa parecidas a las del Congreso actual? Lo cierto es que no podemos continuar con la fragmentación política actual. Tampoco podemos continuar copiando modelos extranjeros sin contemplar la realidad peruana. Es imperante que, como Francia, abordemos nuestros propios problemas políticos con tenacidad y gallardía. Ya hace tiempo que la izquierda pide un cambio de constitución. Pareciera que están en lo cierto en cuanto a una necesidad de un cambio. Las reglas de juego de la actual Constitución nos están llevando al desastre: estas promueven la fragmentación, y, así, el desgobierno. La actual carta magna peruana es una mezcla disonante de elementos parlamentaristas y presidencialistas. Habría que armonizar el modelo.
Debemos decidir si elegimos un modelo presidencialista o uno parlamentarista. Es evidente, el riesgo que supone un cambio de constitución. Sin embargo, el peso de los errores que van acumulando los gobiernos de turno y su consecuente ingobernabilidad parece que van a dar paso a un cambio sea por las buenas o por las malas. Quizás, sea interesante que la derecha política peruana piense en una nueva constitución que, como la constitución de De Gaulle, otorgue una solución a la actual ingobernabilidad. Y me refiero no a una como la de Venezuela, sino a una que sí garantice un Perú gobernable y próspero, en vistas al boom comercial que vendrá con el puerto de Chancay y al hecho de que la región comercial más importante es ahora Asia-Pacífico. Busquemos un cambio, pero no el cambio que quiere la izquierda. Hay mucho que ganar, pero solo lo lograremos con gobernabilidad.