OpiniónDomingo, 7 de julio de 2024
El emperador desnudo, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Deje, deliberadamente, pasar unos días luego del debate entre Trump y Biden antes de opinar al respecto.

Respecto de Biden pueden decirse muchas cosas, distando mucho de ser su admirador.

Siempre fue un rival peligroso. En la campaña de 2012, cuando era Vicepresidente con Obama, aniquiló a un joven y articulado Paul Ryan ayudando a la reelección de Barack. Sus únicas derrotas en más de cuarenta años fueron todas en las primarias presidenciales que compitió al interior del Partido Demócrata. Incluso el 2020, cuando se empezaban apreciar los síntomas de su deterioro, tuvo una performance bastante aceptable, beneficiándose de las malas maneras de su rival.

Esta vez las cosas fueron distintas. La abrumadora mayoría de personas no sigue la política de cerca, por lo que observaban con cierta distancia las crecientes acusaciones republicanas según las cuáles Biden está senil. La defensa de demócratas y periodistas también era merecedora de escepticismo. Estos últimos en el paroxismo de la más humillantes adulaciones proclamaban que Biden nunca había estado tan lúcido, agudo y enérgico.

La mayoría de estadounidenses se conformaría con pensar que Biden no estaba necesariamente en su mejor momento, pero eso tampoco lo convertía en un anciano inimputable.

El debate de la semana pasada, zanjó el tema. Todos vieron la mirada ida de Joe, los gestos rígidos en su rostro delgado, el habla entrecortada, ríspida, incoherente e ininteligible. En la otra mitad de la pantalla se veía un Trump físicamente vigoroso, coherente y (relativamente) controlado para lo que suele ser. En los debates de 2020 fue displicente con Joe. En esta ocasión, básicamente, lo dejo de ser.

Mientras esto ocurría, las mismas cabezas parlanchinas (en EE.UU. se usa la expresión “Talking Heads” para referirse a los cortesanos de uno u otro lado del espectro político que parlan por televisión) que días antes proclamaban que Joe Biden nunca había estado mejor, súbitamente estaban espantados.

Al día siguiente, el New York Times pedía la renuncia de Joe a su candidatura. El que antes era la reencarnación de Lincoln, FDR, JFK era ahora un anciano que debía renunciar a su candidatura reeleccionista en el término de la distancia. Señalaban que gracias a Dios está debacle sucedió a finales de junio y no en septiembre, porque hubiese sido imposible reemplazarlo.

El predicamento demócrata es grave. En primer lugar, resulta difícil creer que súbitamente vieron la luz. Más parece que se dieron cuenta que la gente no se comerá más engaños sobre la salud mental y aptitudes cognitivas de Joe y están a la caza de soluciones, mientras sea posible.

El primer problema que tienen los que presionan abiertamente o detrás de bambalinas por un recambio, es que para ello Biden tendría que renunciar voluntariamente a su candidatura, en cuyo caso su lugar en la fórmula lo ocuparía la vicepresidente Kamala Harris, personaje sin admiradores ni adherentes y sobre cuyas capacidades hay poco consenso. Otro candidato además, no podría utilizar los fondos recaudados hasta ahora para la campaña electoral. Importante problema práctico.

El segundo obstáculo es que se evidencia la mentira y gatilla la siguiente pregunta: ¿Cómo es que el estado cognitivo de Biden le impide ser candidato pero no continuar ejerciendo la presidencia? Si hubiese coherencia, la señora Harris ya sería Presidente y el señor Biden estaría ya descansado en alguna de sus casas de Delaware o en un hogar de reposo.

Hay obstáculos legales adicionales que asoman en el horizonte. Cualquier cambio tiene que darse ya, casi de inmediato, a efectos de poder inscribir candidatos alternativos en los cincuenta estados de Estados Unidos. Otro importante obstáculo práctico.

Mientras esto ocurre los demócratas gritan que Trump representa una amenaza inaceptable a la democracia y a la existencia misma de Estados Unidos. En estas circunstancias, estos gritos pierden credibilidad. Más allá de lo que uno piense de uno u otro candidato y de sus partidos políticos, EE.UU. seguirá existiendo independientemente de quien gané las elecciones de noviembre. La historia no acabará este año.

Lo que sí sabemos es que de acuerdo a las encuestas, si las elecciones fuesen hoy, Biden sería categóricamente derrotado. La única figura del lado demócrata que vencería a Trump sería Michelle Obama, que, si es que tiene ambiciones, ha sido circunspecta al respecto (no como Hillary).

Lo que también sabemos es que, al igual que en el famoso cuento que inspira el título de este artículo, el verdadero estado mental de Joseph Biden ha quedado evidenciado. El traje fino que unos sastres audaces le ofrecieron no es tal. La salud de Joe está desnuda y el espectáculo no es edificante.

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