OpiniónDomingo, 7 de julio de 2024
Filosofía sobre la mente y el cuerpo, por Juan Carlos Lynch
Juan Carlos Lynch
Comunicador y redactor

No es sumamente interesante, y extraño, que un imaginario, un recuerdo, una memoria, un pensamiento, puede inducir a mi cuerpo o llevarlo a generar alguna sensación. Puedo rememorar un suceso con un gran amigo y, no solo reírme, sino emocionarme, llorar, percibir sensaciones; somatizar.

Lo peculiar nace en una pregunta de René Descartes en una de sus investigaciones en su escrito “Método del Discurso”. Descartes mostró un gran interés en la anatomía y la fisiología. Realizó observaciones anatómicas y estudios sobre el cuerpo humano, estimulados por su interés en entender cómo funcionaba la interacción entre la mente y el cuerpo.

Entonces, ¿cómo una idea puede influir o impactar al cuerpo? ¿Dónde está esa conexión? ¿En qué sección las ideas y el cuerpo se unen? Si abres un cráneo, lo que encontrarías sería un cerebro, no ideas. Las ideas o la conciencia son de carácter inmaterial, mientras que el cuerpo material. ¿Dónde se unen? Descartes propuso que esa unión se hacía a través de la glándula pineal. Sin embargo, fue solo una teoría.

-Unidad sustancial-

No es solo que tengo un cuerpo, sino que soy un cuerpo, decía Baruch Spinoza. Pero, también soy mi conciencia, pues nadie más puede poseerme. Por lo pronto, no solamente soy un cuerpo, sino que también sé que lo soy. Ese conocimiento de mi propia índole corpórea es un hecho intelectual. Por consiguiente, no solo tenemos cuerpo, sino también espíritu, con cualidades racionales, no propias del cuerpo, sino de la conciencia. Pero, que se expresan en el todo del ser.

El espíritu humano es, por tanto, un principio inmaterial de actividad cuyas operaciones propias, exclusivas de él, consisten en el pensamiento y la voluntad. Sin embargo, cuando se une a la materia prima presente en el hombre, también actúa como el principio intrínseco más fundamental de nuestras operaciones sensoriales.

El ser persona es la comprensión de que somos un todo. Una unidad sustancial de naturaleza racional. Yo pienso, decido y actúo. Mente y cuerpo trabajando al unísono.

Solo Dios sabe en qué momento lo inmaterial y lo material se unen para integrar a la persona. Solo se pueden entender las categorías, mas no la precisión de su unidad en el hombre.

Cada persona se experimenta a sí misma como un ser único e individual, no como una simple colección de partes, aunque reconozca la variedad de sus capacidades físicas y mentales. Esto sugiere que existe una dualidad esencial y fundamental en nuestro ser. ¿Cómo es posible si cada persona es realmente un individuo? ¿Cómo pueden unirse dos realidades tan distintas sin que una de ellas se vuelva secundaria?

Esa interacción e integración, la complejidad antropológica del ser, es un misterio. Dicho misterio es a semejanza de Dios, dirá Tomás de Aquino.

Toda la Trinidad (Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo) crea al hombre a imagen suya, afirmando que en él hallamos «vestigia» de Dios. Más interesante me parece la razón por la que Tomás justifica que la naturaleza intelectual es a imagen de Dios: porque puede imitar a Dios en lo que es más propio de este último: conocerse y amarse. Así la imagen de Dios es la aptitud natural del hombre de conocer y amar a Dios.

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