¿Por qué luchamos en la batalla cultural? Esta pregunta podría parecer que tiene una respuesta obvia, pero tal vez no es tan clara como pensamos. Si bien al hablar de batalla cultural estamos haciendo referencia a un conflicto en el plano de las ideas y los contenidos, con sus respectivos relatos e implicancias personales y sociales en la vida de toda persona, para tener éxito en la misma es tan importante tener identificado al adversario como aquello que uno defiende y/o buscar impulsar.
En ese sentido, ¿que defendemos o buscamos impulsar en esta batalla? Tratando de echar luces sobre el cuestionamiento planteado, un buen término para plantar postura, que abarca un paradigma clásico en la historia de las ideas, es el de Naturaleza. Decía William Shakespeare en su obra Macbeth: Los actos contra la naturaleza engendran disturbios contra la naturaleza. Lo natural en este marco podríamos entenderlo como lo dado, lo que es en sí y tiende a ser de una manera, acorde a una finalidad. Un ejemplo sencillo puede ayudar a iluminar esta realidad. La nariz, en el ser humano como en otras especies, es algo que viene dado. Nadie escoge nacer con o sin nariz. Y al mismo tiempo, como órgano del cuerpo tiene una finalidad determinada que contribuye a la vida del organismo: es parte del sistema respiratorio y del sentido del olfato. ¿Pueden realizarse otro tipo de actos por la nariz? Ciertamente sí, pero en cuanto más se alejen de su finalidad, lo más probable es que distorsionen el funcionamiento del ser vivo. Es posible, por ejemplo, alimentarse por la nariz. De hecho, suele hacerse en situaciones médicas extremas, pero nadie en su sano juicio elegiría usar su nariz para alimentarse en el día a día, pues esto terminaría dañándola, atentando contra su funcionamiento natural y contra el fin que dicha parte del cuerpo tiene en sí. Se generaría, como nos dice Shakespeare, un disturbio contra la naturaleza.
Podemos trasladar este simple ejemplo, aunque con variables más complejas que implican un análisis más profundo, a otras realidades del ser humano o al ser humano en sí, considerando su dimensión física, psíquica, espiritual y social. ¿Hay en todas ellas un punto de partida natural, algo dado que está llamado a desarrollarse de manera dinámica, adaptándose para desarrollar la finalidad original que poseen?
En el caso de la dimensión física la ecuación se presenta más o menos clara. Son actos del hombre sobre los que no tenemos mayor poder de decisión o cambio. Nadie puede elegir que la sangre deje de circular por sus arterias y venas; o elegir no percibir un olor que está en el ambiente si inhala aire por la nariz. Se da y punto. Pero el asunto se complejiza cuando avanzamos a los actos humanos, es decir, a aquellos que implican el concurso de la libertad y se relacionan más con la dimensión psíquica, espiritual o social del ser humano.
Por ser libre, toda persona tiene la capacidad de valorar, elegir y actuar según aquello que descubre como natural. Hacerlo, lejos de generar disturbios, genera armonía. Podríamos decir que los actos que son afines a la naturaleza de las cosas por un lado implican una valoración de contenidos y narrativas coherentes de dicha naturaleza y al mismo tiempo generan armonía, desarrollo y progreso en cuanto dicha coherencia exista. A veces esta dinámica, ya sea en el plano personal o social, se da connaturalmente, con cierta espontaneidad. Otras veces implica más esfuerzo para lograr el fin, incluso con sacrificio y dolor, como cuando uno tiene que ser alimentado por la nariz, por una situación médica extrema, para poder sobrevivir.
¿Por qué luchamos entonces en esta batalla cultural? Un ensayo de respuesta sencillo, pero no menos cierto a mi parecer, es que luchamos porque las ideas y emociones, es decir contenidos y narrativas que mueven nuestras acciones, estén en sincronía con lo natural en el ser humano y sus expresiones sociales y culturales. Se trata de que aquello que viene dado, se desarrolle y progrese, mediante el ejercicio de la libertad de cada individuo, en una dinámica saludable, tanto en el ámbito personal, como en las relaciones y dinámicas sociales. Esto quiere decir que cuando nuestra valoración de las cosas está, en lo posible, en armonía con lo natural los actos que realicemos contribuirán al desarrollo y al progreso.
No es tarea sencilla, pues es tan cierto que hay una naturaleza como que la realidad del contraste, el conflicto o la contradicción —verdades a profundizar en otra ocasión— están presentes en nuestras conciencias, vidas y relaciones sociales. Justamente por ello, volver a lo original, a lo dado, a lo natural, con una actitud flexible, creativa y espontánea, ayuda a resolver las situaciones de conflicto y lograr una armonía superadora.