OpiniónMartes, 16 de julio de 2024
Análisis de un magnicidio frustrado, por Dardo López-Dolz
Dardo López-Dolz
Ex viceministro del Interior. Invitado del CIPP.

El intento de asesinato de Donald Trump durante un mitin de campaña debe ser analizado desde varios ángulos.

Las múltiples fallas de seguridad son imposibles de ocultar, algunas de ellas propias de principiantes inexpertos, como no haber asegurado previamente todos los puntos desde los que podía realizarse un tiro franco o la lentitud para retirar a Trump de la “X” o zona de muerte. Otras incomprensibles para quien conoce los protocolos de seguridad como la aparente ausencia de drones vigilando las azoteas, la lentitud de reacción policial tras la alerta previa de los asistentes, la hasta hora inexplicable demora de los francotiradores policiales para eliminar la amenaza, el peso transferido a la policía local (por muy profesional que sea, no es su tarea ni su campo de especialidad), la reducida escolta comparada con eventos previos en los que Trump fue el orador principal, como el reciente CPAC en Maryland, son todas interrogantes que todo especialista se plantea y aún nadie ha intentado explicar oficialmente.

La reacción posterior de diversos niveles de gobierno tras el atentado, son una secuencia de las cosas que no se deben hacer desde el punto de vista de la comunicación política, paso a enumerarlas:

La expresión gestual en la reacción inicial del Presidente Biden resta credibilidad a su discurso y su mención reiterada, invocando a evitar conjeturas sobre la autoría y motivos tras una campaña (que el mismo se ha encargado de crispar) no lo dejan muy bien parado. Recién con su discurso, 24 horas después (bastante bueno, por cierto), el Presidente Biden se sitúa a la altura de las circunstancias, pero en comunicación el timing es oro.

La inusual premura del FBI por emitir comunicados concluyentes sin pruebas que los sustenten aún, merma su imagen de profesionalismo, en medio de un ambiente en el cual ya los seguidores de Trump desconfiaban de esa agencia por percibir una práctica diferenciada en sus procedimientos según la filiación política del investigado.

La tardía conferencia de prensa de la Jefa del Servicio Secreto en la que se niega a reforzar la seguridad de la convención del Partido Republicano, amparándose en la excusa burocrática de haber trabajado 18 meses en el diseño del dispositivo. Todo profesional de la seguridad le dirá que los planes deben ajustarse continuamente en función a la variación en el nivel de amenaza y así se lo han hecho saber ya en la prensa. Ella no ha hecho, sino confirmar las preocupaciones previas sobre su foco prioritario en cuestiones de género antes del cumplimiento de su función.


Acerca de los efectos del atentado fallido, la valentía y reflejos exhibidos por Donald Trump para sobreponerse y realizar ese gesto (que ya se grabó en los anales de la historia) incluso antes de abandonar la zona de riesgo tendrá un peso innegable en los indecisos dentro y fuera de su partido y quizá incluso entre simpatizantes del Partido Demócrata. La temprana reacción mezquina de algunos, procurando minimizar la gravedad o incluso poner en duda su veracidad del hecho, puede pasarles una factura muy cara a sus adversarios.

Los peruanos conocemos los efectos de la crispación deliberada de ánimos durante una campaña electoral, aunque fieles a la cultura cortesana castellana, aquí se prefiere destruir la imagen y encarcelar sin pruebas ni acusación.

Me temo que la herida causada por el atentado pueden agudizar la división, pese a los llamados a regresar al cauce usual de la política estadounidense.

La difamación en campaña es como una bala, una ve disparada, no se puede detener. Puede fallar o acertar en su objetivo, pero el daño y la reacción son difíciles de evitar.

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