Es imprescindible que el Perú evalúe concienzudamente la conveniencia de seguir siendo miembro de la CIDH, la OEA y cada uno de los diferentes organismos multilaterales.
En 1945, hace 79 años, 51 países fundaron la ONU; en 1948, hace 76 años, veintiún países firmaron en Bogotá, Colombia, la Carta de la OEA. La CIDH fue creada 11 años después, en 1959, hace 65 años. Hasta el momento, ni EE. UU. ni Canadá, las dos democracias más sólidas y ejemplares de la región, se han sometido a la CIDH.
Si hay una constante en la historia y la política, esa constante es el cambio. Ningún análisis profesional serio de las ciencias sociales reclamaría la inmovilidad de las herramientas de análisis por más de 65 años. Lo mismo se aplica a las organizaciones multilaterales.
En menos de dos años completaremos el primer cuarto de este siglo ya no tan nuevo. Sin embargo, aquellos que pregonan ser adalides de la modernidad insisten en la supuesta e inamovible relevancia y liderazgo moral (perdidos hace mucho) de las organizaciones multilaterales que "casualmente" sus aliados y correligionarios controlan férreamente hoy.
El espíritu que dio origen a la ONU y la OEA es la defensa de ciertos valores democráticos y de respeto, entendidos entonces como comunes. La CIDH nace como un elemento especializado para la protección de una serie acotada de derechos esenciales (hoy desnaturalizada por su extensión casi infinita e incompatible con la realidad) enunciados en la Declaración de los Derechos Humanos.
El mañoso movimiento No Alineados, liderado por Fidel Castro e integrado por autoritarios absolutamente alineados como la URSS, Salvador Allende y Juan Velasco Alvarado, evidenciaba que los autoritarismos habían aprendido la funcionalidad del discurso discrepante de la acción para escalar en el control paulatino de las organizaciones que nacieron justamente para enfrentarlos. Hoy, la combinación de dos factores ha convertido a esas organizaciones multilaterales, creadas para la protección de la paz, la libertad, la democracia y el derecho de las personas, en herramientas totalmente capturadas por los enemigos de lo que deberían proteger.
No voy a detenerme, por ahora, en la irracional disfunción de una organización de cuyo Consejo de Seguridad forman parte, como miembros permanentes, China, que no tiene nada de democrática y anda amenazando con atacar a sus vecinos, y Rusia, no siendo ya comunista pero sí autoritaria (como siempre lo fue) y con un disfraz democrático bastante chapucero, ya ha ido con sus tanques más allá de las (por ahora) amenazas del PCC.
La OEA enuncia pomposamente la misión de asegurar la democracia y el bienestar económico y social de los Estados miembros. Sin embargo, hoy en el año 2023, aprovechando hábilmente las fisuras no bien defendidas del sistema democrático (justamente por aquellos que, como sucedió con otras formas de gobierno en el pasado, las consideraron ilusamente atemporales), el número de autoritarios que han logrado hacerse con el poder en los países miembros es tan grande que, lejos de ser ya la OEA el elemento protector de la democracia que enuncia ser, se ha convertido en muchos casos en una herramienta neocolonialista de respaldo a las satrapías que amenaza aplastar nuestras frágiles democracias.
Los sátrapas de la Iberoamérica del Siglo XXI vienen designando como delegados a operadores políticos con objetivos y consignas bastante lejanas de la misión con la que nació la OEA. Ellos actúan aprovechando la complicidad enquistada de una logia burocrática parásita retroalimentada, no representativa del sentir ni las necesidades de las mayorías. Elite compuesta por militantes elegantes de esa izquierda refinada de salón*. Una casta artificial (que en el caso del Perú es además evidentemente racista), una logia que, cual refinadas putas caras (o más bien dominatrix), ha logrado convencer a muchos de los hijos de los ricos de nuestros países de que los azotan y se los tiran por amor. Esa casta de cigarras (por oposición a las laboriosas hormigas de la fábula mencionada la semana pasada) ha florecido gracias a la zapa eficiente de décadas de subversión ideológica y solo se diferencia de los viejos comunistas de barba y fusil en el carácter progresivo (de ahí su autodenominación) del camino planteado para alcanzar el infierno autoritario, camino progresivo durante el cual esperan ciertamente lucrar. El caso de la CIDH es quizás la expresión más severa del virus descrito; allí la pluralidad, la justicia y la imparcialidad no existen.
Pido disculpas por la necesaria crudeza de las expresiones usadas en el párrafo anterior para despertar y facilitar el entendimiento del escenario descrito, absolutamente comprobable. Consideré imprescindible agitar las neuronas para motivar una revisión racional de la permanencia o retiro de una o más organizaciones multilaterales que hoy, lejos de proteger nuestra aún frágil democracia y su objetivo último, la libertad, amenazan extinguirla.
Las organizaciones son solo lo que las personas que las dirigen permiten o estimulan. Hoy la mayoría de las multilaterales están en manos de los enemigos de la libertad, por lo que lejos de protegerla, han mutado hacia un neocolonialismo amenazante. Si entendemos que la democracia no es sino la mejor herramienta conocida hasta ahora para preservar la libertad es imprescindible evaluar y decidir pronto.
*Conocida como boliburguesía, redset o caviar (entre otros nombres bastante descriptivos según el país del que se trate)".