No es noticia alguna decir que Venezuela está atravesando el caos. El país se encuentra en un momento crítico, y salvo seas Antauro Humala es imposible no reconocer que lo que están atravesando actualmente es una dictadura digna de aquellas que se vivieron en el continente durante el siglo pasado. Maduro concentra el poder, y sus Fuerzas Armadas, las únicas que podrían detenerlo, le declaran su absoluta lealtad.
Como sabemos, la OEA le fracasó una vez más al continente entero, al no poder siquiera demandarle a Maduro que publique las actas electorales de manera transparente. Dieciséis países que se hacen llamar democráticos le dieron la espalda a la voluntad popular. Y tras ello, la Organización de Estados Americanos no pudo siquiera cumplir con uno de sus objetivos, que es intentar preservar la democracia en el continente.
Sin embargo, la mediocridad de este ente internacional debe hacernos darnos cuenta de un hecho que no debería pasar inobservado. La voluntad internacional, hoy en día, está más que sobrevalorada. Es inaudito.
¿En qué le afecta a Maduro que tantos países de la región se nieguen a reconocerlo como presidente?
Objetivamente hablando en nada. Su país está en la miseria, pero sus aliados socialistas al otro lado del mundo le dan lo suficiente para que su argolla de poder se mantenga, evitando así rebeliones en su contra; permitiéndole así también comprar a todas las fuerzas armadas de su país para que lo respalden.
¿Qué le importa a Maduro que Milei lo llame dictador? ¿En qué le afecta en que en el Perú digan que hubo un fraude en Venezuela?
¿Acaso creemos que, si la OEA hubiese ordenado a la dictadura venezolana a publicar las actas, ellos lo hubiesen hecho?
En el fondo, el desplante de Brasil, Colombia y Bolivia salvó a Luis Almagro de tener que tragarse un papelón inmenso. Maduro hubiese hecho caso omiso a la orden y hubiese quedado más que claro que la OEA sirve solo para estar pintada ahí, y fastidiar a los gobiernos que no son de izquierda beligerante.
Si algo debemos reconocerle a los gobiernos tiránicos socialistas, es que la voluntad internacional les importa un bledo. Maduro es el perfecto ejemplo. Mal que bien, les preocupa su dictadura soberana y no permiten que nadie interceda. No les tiembla la mano ni con la OEA, ni con la CIDH ni con nadie que no sea Rusia o China, pero ese es un discurso aparte.
Una situación que es la que en muchos casos varios hemos solicitado, por ejemplo, en el Perú. Recordemos cómo tras los últimos informes de la CIDH al Perú, en el que lloran por los muertos en las protestas subversivas a inicios del año pasado, medio país pedía que nos salgamos de dicha institución.
En el fondo es así. ¿Y al final qué pasó? Nada. Porque no puede pasar nada si es que quienes están manejando el Estado no dejan que pase. Esa es la soberanía. En el Perú tras el golpe fallido del merluzo de Castillo, el país se encontró con la subversión y con actos terroristas. Quemaban comisarías, aeropuertos y muchas cosas más. Y la voluntad internacional nos repudiaba. Y los peruanos reaccionábamos a aquel repudio y nos poníamos firmes. Porque claro, la corresponsal número uno de los noticieros internacionales en aquel entonces era Sigrid Tesorito Bazán.
Para no seguir divagando, creo que es hora de reconocer que tantos organismos internacionales son solo una perdida de tiempo. Son diplomáticos dialogando, en muy pocos casos de manera exacerbada, sobre temas que en muchos casos no logran tener injerencia, porque los países, y en muchos casos, con justa razón, no se lo permiten. Al Perú lo acusaron de todo en un tema que era complejo, pero que no estaba matizado. La dictadura chavista ha cometido un fraude escandaloso, sin escrúpulos, evidente, y la OEA no pudo ni reconocer la situación como tal, pese a que muchos países, como el Perú o Argentina lo reclamaban.
Y es que en el fondo, la voluntad internacional, queda solo en eso, en “voluntad”.