Luego de ver la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París (JOP) 2024, no pude dejar de tener la fuerte sensación de haber observado una muestra más de una sociedad -¿mundo?- en franca decadencia, en donde el valor del deporte prácticamente pasaba a un segundo o tercer plano, por no decir al olvido, para darle toda la prevalencia e importancia posible a todos aquellos “valores” o aspectos que el globalismo nos quiere inculcar -por no decir imponer- a como dé lugar. Ello me hizo recordar a Spengler y su reconocida obra “La decadencia de occidente”, publicada en 1918 y cuyo segundo tomo se publicó en 1923 bajo el título de “Perspectivas de la historia mundial”. En su obra, Spengler presenta la historia universal como un conjunto de culturas que se desarrollaron independientemente unas de otras, pasando a través de un ciclo vital compuesto por cuatro etapas: juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia, como el ciclo vital de un ser vivo, que tiene un comienzo y un fin determinados. Con base en este esquema, Spengler proclamó que la cultura occidental se encontraba en su etapa final, es decir, en decadencia.
Una obra más reciente, que también me trajo a la memoria la inauguración de los JOP, fue el excelente trabajo del escritor y profesor español, Rafael Gómez Pérez (RGP): “Decadencia y Esperanza”, publicada en el 2007. El concepto de decadencia que emplea RGP no apunta a un decaimiento en lo físico o en lo económico, sino fundamentalmente en el aspecto moral. Como bien señala dicho autor, no es que los vicios aplasten las virtudes, sino que “los vicios van con disfraces de valores, siendo casi inexorable que algunos de los verdaderos valores aparezcan como defectos, antigüedades o ridículas reliquias”. Hoy se desprecia lo ética, lo moral e inclusive a Dios y a la religión. Lo hemos visto en los JOP. De allí que no se trate sobre la decadencia en general del mundo sino de la decadencia de las sociedades occidentales, fenómeno que viene sucediendo hoy en día y que la inauguración de los JOP fue solo una manifestación más de dicho fenómeno. Se trata de una decadencia globalizada en donde su rasgo principal radica en “la disfrazada apoteosis del individualismo egoísta que convive con la perpetuada prepotencia del poder político-económico-mediático”. En base a esto, RGP destaca como característica general de esta decadencia lo que él denomina la capacidad de “desconexión” de la sociedad occidental de hoy. Las costumbres y la mentalidad de hoy no quieren enterarse, consciente o inconscientemente, de lo que son. Se desconecta lo que ocurre de sus explicaciones últimas. No se quiere un pensamiento profundo, reflexivo o analítico. Se prefiere un pensamiento débil. ¡Es la era de lo superficial! ¡La cultura farandulera! La “sociedad divertida” como la definía Enrique Rojas. De esta manera se desconecta al hombre de su religiosidad. Dios ni la verdad le interesan a la sociedad actual. Se desconecta al individuo de lo que ocurre a su alrededor, con ese deseo de que, ocurra lo que ocurra, “que no me toque a mí”, entierra la cabeza en la tierra como el avestruz.
A esto debe agregarse el elemento violencia. La violencia siempre ha existido, pero hoy lo que se mide es el impacto de muchas formas de violencia en un clima general de libertad y de seguridad. Así tenemos la denominada violencia de género, el aumento de la delincuencia y la sensación de inseguridad en general, los ataques terroristas, etc, hasta que la gente se va acostumbrando con los años a todo ello. Dice RGP: “Si se pensaba que el consenso y la moral relativista y cambiante, con un alto grado de permisivismo individual, iba a disminuir los niveles de violencia, el análisis se demuestra equivocado. La divulgación del ´haz lo que quieras´, del ´todo vale´ (menos atentar contra la libertad del otro), es aprovechada con facilidad por las personas de tendencias violentas y a la vez criadas ya en eslóganes del tipo ´no te prives de nada´”. El reciente lanzamiento de un vaso de vidrio a una congresista en un bar de Barranco, es una muestra clara de esto. No se trata pues de oponer a esa ética permisivista una ética represiva, sino de defender y propagar una ética de la libertad y de la responsabilidad. Algo tan sencillo como el hacerse responsable de lo que se ha elegido en libertad. Es así que, ante esta realidad, los poderes públicos -el Estado- se demuestran más incapaces que capaces, y especialmente lentos, por lo que el individuo por sí solo o la familia por sí sola, poco pueden hacer.
Como manifestaciones de esta sociedad decadente, RGP señala toda una diversidad de ámbitos. Así, debemos mencionar: la búsqueda de un bienestar insaciable, sin límite, especialmente en lo económico, y sin sacrificio alguno, en lo posible; la primacía de la búsqueda del placer sobre todas las cosas, viviendo en un consumismo sin medida alguna bajo la presión de los medios que viven de su publicidad, se “incultura” al individuo desde niños, en esa aspiración al consumo “de calidad”: “no te prives de nada”. Es la moral del utilitarismo que se basa en la primacía del placer que se puede tocar.
Otra manifestación muy propia de esta época de decadencia se ve en el progreso de inventos para simplificar el trabajo humano y darle bienestar, lo cual está muy bien. Sin embargo, hoy se ha pasado a la búsqueda de una ausencia total de cualquier tipo de sacrificio como ideal, olvidando que muchos trabajos, profesiones y empresas siempre requieren una buena dosis de sacrificios y esfuerzos. Estos sacrificios no son un mal sino una ocasión de crecimiento interior, en virtudes y cualidades que engrandecen a la persona. Hoy los niños y jóvenes crecen espontáneamente bajo una regla de odio al esfuerzo. Todo lo quieren fácil, sin esfuerzo y ya. Esto puede ser entendible en un niño o en un joven adolescente, pero ya en un adulto en la vida social, puede ser una deformación. Hoy la sociedad decadente odia el sufrimiento, el esfuerzo, el sacrificio, y solo lo acepta cuando es condición necesaria para alcanzar una alta cuota de autosatisfacción o autoestima. Pero ante un fracaso, el individuo se derrumba con facilidad, cayendo en la conocida depresión. No sabe afrontar un fracaso.
Finalmente, una manifestación muy clara se ve en el ámbito del matrimonio, la familia y la sexualidad. Los jóvenes no quieren el matrimonio, no desean un compromiso y en todo caso están atentos a si el otro puede hacerle feliz y no a si uno hace feliz al otro. El egoísmo perfecto. “Ya no te quiero porque no me haces feliz”. De allí que hoy tampoco se quiera tener hijos, son una responsabilidad y “una molestia para mi bienestar”, “un impedimento para mi realización profesional”, etc. Hoy, por ejemplo, Europa se va quedando sin niños y jóvenes occidentales (ante la gran inmigración joven de origen islámico), pues a todo esto hay que agregar, que el sexo es visto como algo absoluto, un fin en sí mismo, no un medio para la procreación, lo cual aleja del verdadero amor a las parejas, reduciendo el “amor” a la mera sexualidad. Por tanto, cuando el placer y la “novedad” terminan, termina el amor y la relación.
Estas son solo algunas de las manifestaciones de decadencia que se le atribuyen a la sociedad occidental actual. A raíz de la lamentable ceremonia de inauguración de los JOP, muchos han reflexionado sobre ello. Esperemos que la ceremonia de clausura de este domingo 11 de agosto… no sea más de lo mismo. Ya aburre.