Durante la II Guerra Mundial en 1945, Japón fue destruido por dos poderosas bombas atómicas que fueron lanzadas por los EEUU sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. El país quedó devastado en todos los campos, tuvo que rendirse y sufrir además las secuelas en la salud de millones de japoneses. En los casi 80 años que han transcurrido, Japón se levantó de las cenizas para erigirse como una potencia mundial, también, en casi todos los campos. Se dice que la resiliencia, determinación y planificación estratégica fueron las principales armas para su recuperación.
La Alemania socialista y el sufrimiento de quienes quedaron atrapados en este lado del país germano, encontraron el camino al desarrollo luego de la caída del Muro de Berlín a finales de la década de los 80, para convertirse en otra potencia mundial también tan próspero y pujante como Japón. Otro caso no menos importante ha sido el de la Isla de Formosa hoy conocida como Taiwan, la pequeña isla adyacente a China que separarse de esta y pasar de ser una país agrícola a una potencia global en tecnología; en lo político, de ser una sangrienta dictadura militar, a ser una de las democracias mas íntegras y transparentes. De hecho, Taiwán se concentró en el desarrollo de una verdadera educación, en su capacidad de industrializarse, de transformar su agricultura y apostar por la excelencia en tecnología de punta. Hoy son una envidiable economía en el mundo.
De lo narrado, debemos reconocer la extraordinaria capacidad de resiliencia de estos pueblos, quienes se vieron obligados a generar corrientes de unidad nacional, planificando estratégicamente su desarrollo, reorganizándose, reconstruyéndose y haciendo los sacrificios (como las economías de guerra) que fueron necesarios para levantarse como país, como nación, y hoy, pese a todo, los resultados les favorables en abundancia.
Salvando las distancias culturales y realidades narradas de Japón, Alemania y Taiwan, el Perú sufre un ataque permanente y sostenido durante décadas, por fenómenos muy perniciosos como son la corrupción, el terrorismo, la criminalidad, las ideologías esclavizantes como el progresismo, la ignorancia y la indiferencia. Los cientos de miles de millones de dólares perdidos por estas “bombas atómicas” sobre nuestro país, nos obliga a pensar en la unidad de todos los peruanos de bien y evitar seguir cayendo en el abismo de la anarquía y del sufrimiento de los ciudadanos de hoy y de las futuras generaciones.
Solo nos queda levantarnos de la inacción y e iniciar una cruzada social, política, económica y de seguridad para combatir los fenómenos perniciosos y reconstruir nuestro país como lo hicieron los países antes mencionados, educando a estas y las nuevas generaciones, dando medidas radicales para imponer el orden, convirtiendo al Perú en un país conectado al mundo con peso específico por los recursos con los que cuenta, desarrollando estrategias comerciales audaces y positivas basados en una soberanía absoluta, sin ataduras de ningún tipo, sin alienaciones ni perturbaciones, para que nos lleven indudablemente a la prosperidad. Ese es el camino, la resiliencia, la fuerza, el desarrollo. Sí se puede.