Imponer una ideología desde el Estado siempre trae consecuencias nefastas. Lo fue con la política de un solo hijo en China y lo será en los países que están adoptando la teoría de género en sus leyes y políticas públicas.
Steven Mosher, presidente de Population Research Institute y reconocido a nivel mundial como experto en China, estima que 400 millones de seres humanos por nacer fueron asesinados por la política del hijo único. La China comunista –bajo la estructura totalitaria creada por su líder Mao— ha producido más muertes que cualquier nación en la historia de la humanidad.
En su más reciente libro titulado “El diablo y la China Comunista: Desde Mao a Xi”, Mosher hace una reseña de los orígenes de la política del hijo único en China. Señala que es probable que la justificación para la implementación de tamaña barbarie se gesta en los primeros años de la década de los setenta. “Un grupo de ingenieros de sistemas del MIT desarrolló un modelo informático que predijo – y en esto no exagero- el fin del mundo para 2070 si no se controlaba el crecimiento poblacional. Estos mismos científicos declararon que no había ´otra vía para la supervivencia´ que el control de la población, que era ´la única solución viable´ al dilema de la humanidad”.
Este modelo y argumentación fue tomado como propio por Song Jian, un especialista en control de sistemas para la industria de defensa estatal de China, mientras visitaba Europa en 1978. Al igual que muchos otros intelectuales chinos, Song había estado aislado del mundo exterior por décadas y estaba desesperadamente ansioso por estar acorde con las teorías de moda. Así que regresó a China con una copia de “The Limits to Growth” de Donella Meadows en el equipaje y toda la ideología neo-malthusiana en la cabeza.
Sin embargo, lo que Song catalogaba como un sistema de vanguardia terminó siendo una falacia científica. Los datos que Meadows utilizó para llegar a sus conclusiones eran incompletos o inexactos, y su metodología era defectuosa. Uno de sus principales errores fue considerar que los avances científicos y técnicos cesarán.
Citando al economista y demógrafo Julian Simon: "(el libro) The Limits to Growth ha sido tachado de tontería o fraude por casi todos los economistas que lo han leído atentamente o revisado en forma impresa". Sin embargo, Song estaba tan convencido de lo que leía que se convirtió en un altoparlante de las afirmaciones histéricas a favor del control del crecimiento de la población mundial y en particular de que China debía reducir aún más su tasa de natalidad sin demora o enfrentaría la catástrofe.
Deng Xiaoping, sucesor de Mao, y otros líderes del Partido Comunista Chino encontraron que la supuesta sobrepoblación era la excusa perfecta para justificar todos los fracasos y problemas del gobierno chino. La deforestación, las crecientes tasas de desempleo y pobrezas, los bajos niveles de productividad y de inversión, y muchos otros problemas se decodificaban en el discurso oficialista como “síntomas” de una crisis poblacional no suficientemente atendida. Los líderes chinos comunistas no tuvieron reparos en regular la fertilidad de sus súbditos porque habían hecho cosas mucho peores durante las tres décadas anteriores. La insistencia de Song de que la "ciencia" occidental no dejaba "ninguna otra opción" hizo que su decisión fuera muy fácil.
A mediados de septiembre de 1980, la política de un solo hijo fue ratificada formalmente por el tercer período de sesiones del V Congreso Nacional del Pueblo. Desde entonces, la política de control de población más brutal que el mundo había visto jamás quedó inamovible. En este terrible altar, cientos de millones de madres iban a sufrir y una similar cantidad de niños iban a morir, sacrificados en razón de un fraude científico.
En 2015, la Oficina Nacional de Estadísticas de China informó que las mujeres chinas tenían un promedio de solo 1,05 hijos durante toda su vida y se convertía en la segunda tasa más baja de fecundidad del mundo, una receta para el suicidio demográfico. Solo la pequeña Singapur era más baja.
China, el país más poblado del mundo a mediados de la segunda década de este siglo, estaba envejeciendo más rápidamente que cualquiera otra población humana que haya existido jamás.
Fue entonces que la realidad despertó de una bofetada a aquellos que habían sucumbido ante el hechizo de la retórica neo-malthusiana. Y en 2016, China anunció el fin de la política de un solo hijo y que las parejas serían libres para tener un segundo hijo.
En mayo del 2021 se anunció una política de tres hijos. “La nueva política era necesaria para responder rápidamente al envejecimiento de la población”, explicaba desfachatadamente Xinhua, agencia de noticias estatal de China.
Mosher duda que la política de los tres hijos tenga éxito, al menos mientras siga siendo voluntaria. El problema es que el contingente de mujeres en edad reproductiva ha sido diezmado durante los decenios de la política de un solo hijo. En todos esos años, las parejas chinas practicaron el aborto selectivo buscando el hijo hombre que culturalmente preferían, o abandonaban a las niñas a poco nacer ante la represión brutal de la policía de planificación familiar china.
Por supuesto, los comunistas chinos saben que, si la persuasión no funciona, podrían recurrir a la coerción. Ayer fue para no tener más niños. Hoy fácilmente puede ser para que los tengan.
Era quizás inevitable que un hombre como Mao y una dictadura totalitaria como la del Partido Comunista Chino buscaran controlar no sólo la producción de los bienes materiales sino también la reproducción de los seres humanos. Para su modo de ver la vida y gobernar al pueblo chino, lo inconcebible era que las parejas decidieran por sí mismas cuántos hijos debían tener y cuándo debían tenerlos. Los comunistas piensan que las masas, por su propio bien, deben ser controladas.
Ya nadie discute que fue una falacia ideológica lo que llevó a China a embarcarse en su propio suicidio demográfico. Su error es historia. Pero las lecciones de la historia se pueden aprender para prevenir daños futuros.
Hoy tenemos por delante otra falacia que es la teoría de género que bajo otras premisas (falsas) lleva a los países a favorecer, promover, premiar y dar privilegios a toda conducta sexual no reproductiva (léase LGTBIQA+) en detrimento de la institución familiar y de la preservación del futuro capital humano. Muchos gobiernos han adoptado acríticamente el “enfoque de género” como política prioritaria desde hace décadas. Incluso ahora la han convertido en la médula ideológica de la Agenda 2030. Y muy pocos se han percatado que esa ideología los llevará al mismo suicidio demográfico del cual China quiere escapar.
Depende de nosotros no volver a repetir ese error histórico.