OpiniónSábado, 24 de agosto de 2024
¿Formalizar? Primero el diagnóstico, por Ricardo Silva-Santisteban Sebastiani
Ricardo Silva-Santisteban
Economista. Director de la asociación educativa Qispi.

Se dice mucho que el Perú es un país de emprendedores y es algo que podemos comprobar cotidianamente solo con entrar a las redes sociales: postres, bocaditos, sandwiches, catering en general, servicios para el hogar (limpieza, carpintería, gasfitería, peluquería, pedicuristas y otros servicios a domicilio), etc. Muchas, muchísimas opciones cuando uno requiere algo, pero ¿cuántos de ellos son formales? La mayoría de ellos te puede dar un comprobante tributario si se lo pides, pero es muy probable que el costo de lo que estás comprando aumente.

Incluso muchos de estos bienes y servicios son vendidos por personas que tienen un empleo formal y usan su tiempo libre, el de la esposa, los hijos o algún amigo que no tiene la suerte de estar en el sector formal como socio o colaborador. La pregunta que he escuchado desde que estaba en la universidad (en los nefastos tiempos de García 1.0 y el inicio del gobierno de Fujimori) es ¿Por qué no se puede formalizar más al país? Menos del 30% de la PEA está en el sector formal y hay varios motivos para ello, aunque haya tanta miopía que no se quiera verlos pues son muy evidentes. Detallo los que me parecen más visibles:

1. Carga tributaria. No solo se refiere al pago de impuestos pues hay algunos regímenes, como el RUS, que son sumamente blandos (tal vez demasiado), pero el emprendedor que se formaliza se vuelve un objetivo a fiscalizar de la SUNAT, la SUNAFIL y otras instituciones que al formal lo acosan y al informal ni lo miran. Si el emprendedor crece, la carga tributaria aumenta considerablemente.

2. Carga administrativa. Al formalizarse, el emprendedor se compra un paquete de responsabilidades contables y de gestión imposibles de cumplir por parte de un micro o pequeño empresario, presentación de impuestos mensual, planillas, AFPs u ONP, tributos municipales, Defensa Civil, licencias, inspecciones, etc. Hay ejemplos como en el sector construcción en los que a un subcontratista se le exigen más de 20 requisitos para poder emitir las facturas por los trabajos realizados: Pólizas de seguros, pagos de planillas, declaraciones de impuestos, paneles fotográficos, mapeos de trabajos, documentos de Seguridad y Salud Ocupacional, exámenes médicos, depósitos bancarios, y formatos, formatos y más formatos, dependiendo del ejecutor del proyecto. La lista es muy larga y es poco probable que una empresa pequeña la pueda cumplir. El problema es que para que una empresa crezca hay que comprarse el pleito de una carga administrativa enorme que los ejecutores de los proyectos (habitualmente empresas constructoras grandes o muy grandes) exigen y que rara vez están dispuestos a pagar el costo adicional que ello demanda.

3. Carga laboral. En adición a lo mencionado anteriormente, contratar a alguien formalmente implica asumir costos muy altos sobre la informalidad: AFP u ONP, CTS, gratificaciones en julio y diciembre, seguros, etc. que si bien es cierto deben existir, no pueden ser mayores a la productividad del trabajador. Adicionalmente, hay exigencias a la empresa como por ejemplo tener un encargado de Seguridad y Salud Ocupacional, un encargado de Producción y un encargado de Calidad para un trabajo que realizan dos operarios en una semana. ¡El mundo al revés! Cinco empleados para un trabajo que deberían hacer dos personas y un supervisor, aunado al hecho de que los contratos formales de menos de un mes de duración habitualmente son fiscalizados.


4. Burocracia. El tiempo que toman las gestiones en el sector público son demasiado largos, complicados, muchas veces se superponen e implican una persona dedicada exclusivamente a tramitarlos con el respectivo sobrecosto, no solo de la persona sino también tributario y laboral.

5. Baja productividad. Este es el principal problema a resolver: lo que produce un trabajador está por debajo de todos los costos que percibe. A diferencia de un independiente que gana lo que produce (pensemos en un gasfitero o un electricista, por ejemplo) el que desarrolla la misma labor para una empresa como empleado tiene que producir para pagar el sueldo del personal administrativo, el alquiler del local, los seguros, la seguridad, comunicaciones, electricidad y un largo etcétera. Si solo produce su planilla (o incluso el doble de su costo de planilla) la empresa tendrá pérdidas y acabará saliendo del mercado o regresando a la informalidad.

La productividad se incrementa con capacitación e inversión en tecnología. Erróneamente se cree que la tecnología se refiere solo a procesos digitales, pero por ejemplo para un panificador puede ser un horno rotatorio en vez de un horno casero, para un carpintero, herramientas eléctricas en vez de manuales, o para un barbero máquinas de afeitar eléctricas con varias peinetas. Depende del tipo de negocio, pero esas inversiones solo se llevarán a cabo cuando cuando hay certidumbre de lo que puede pasar en el mercado y si el emprendedor puede ver el horizonte aunque sea con mediana claridad. Si el horizonte muestra pagos a las instituciones reguladoras y fiscalizadoras y a todos menos al empresario, lo lógico es que acabe cerrando o regresando a la informalidad

El emprendedor debe destinar su tiempo a hacer crecer y darle sostenibilidad a la empresa, no a resolver temas ajenos a eso. El pequeño empresario es vendedor, financista, gerente de producción y varias cosas más al mismo tiempo. Si se le carga con más actividades es probable que no pueda ejecutar bien ninguna actividad con el respectivo perjuicio para la empresa.

Por lo expuesto el Perú es un país de emprendedores, no de empresarios. Es muy difícil hacer empresa formal con tanta carga si la productividad no es lo suficientemente alta como para cubrir esos costos.

Ahora hablemos de los clientes abusivos. Una empresa micro, pequeña o mediana por lo general requiere de clientes más grandes que la ayuden a crecer: los supermercados comprando productos de pequeñas industrias, los restaurantes comprando a los productores directamente, empresas mineras o constructoras subcontratando servicios, etc. Pero en muchos casos el cliente más grande asume una posición muy dominante que la plasma al extender los plazos de pago, cambiar los alcances o plazos de entrega unilateralmente, aplicar descuentos o penalidades, etc. Esto tampoco contribuye a hacer que las empresas crezcan y más bien las empresas de mayor tamaño con gerencias más sofisticadas, aparatos administrativos más grandes, mejor gestión y billeteras más grandes deben colaborar con las pequeñas empresas en una relación de simbiosis en la cual ambas partes se van a ver beneficiadas.

Adam Smith enunció, sabiamente, hace ya casi 300 años, que el ser humano no solo busca su bienestar (como se suele mencionar erróneamente, afirmando que exalta el egoísmo), sino que a través de la cooperación con otros agentes en el mercado se logra un bienestar general, pero para que ello ocurra, todos los agentes deben obtener beneficios sostenibles a largo plazo. Un agente económico muy grande que obra en forma abusiva, estropea el mercado, por lo menos temporalmente.

La formalización no ocurrirá mientras la productividad no aumente, los procesos administrativos y tributarios se simplifiquen y la burocracia disminuya. Cualquier esfuerzo por formalizar a la fuerza que vaya en contra de estas ideas serán dinero y tiempo gastado en vano.

Es tiempo de dinamizar la economía y eso no se logrará con más regulación, sino con más inversión que solo habrá si es que el mercado da las condiciones. Recordemos que el liberalismo no es una ideología sino el respeto a la libertad inherente al ser humano y que la libre empresa es un reflejo de ello. Si queremos formalizar hagamos primero el diagnóstico correcto y solo tomemos las medidas pertinentes.

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