Estimado ingeniero,
Nací como parte de la generación destinada a odiarte. No por convicción, ni mucho menos por conocimiento, sino gracias al adoctrinamiento antifujimorista que vivimos en las últimas décadas, donde a usted se le pintó como al mismo diablo. Soy de aquella generación en la que nuestros profesores nos hablaban peor de su gobierno en los años noventa, que de verdaderos gobiernos nefastos como los gobiernos de Belaunde y Alan García en los años ochenta. Y de la misma generación a la cual nunca se atrevieron de enseñar la época del terrorismo en el país, el momento más oscuro de nuestra historia reciente, por miedo a hacerlo quedar bien. Porque usted venció al terrorismo, pese a que muchos no se atreven a decirlo. Porque digan lo que digan, usted salvó al Perú.
La historia muchas veces es cruda e injusta, pero al final siempre le da razón a la verdad.
Debemos ser honestos, como todo presidente, tuvo sus desaciertos, sus errores. Muchos hoy se atreven a llamarlo dictador, porque cerró el Congreso en 1992, ignorando que, en aquel entonces, todo el pueblo lo aplaudió. Porque sí, ahí rompió la constitucionalidad, pero la legitimidad nunca la perdió.
Lamentablemente, la justicia no fue tal con usted. Se olvidó lo bueno que hizo para sopesar otras decisiones. También lamentablemente, vivió sus últimos años preso, enfermo, viendo tras las rejas como el país que levantó se ha ido cayendo en pedazos por esa misma ideología que usted combatió.
Aún así nos encontramos firmes. No gracias a los últimos gobiernos, sino a los cimientos que nos dejó. Porque sin usted, quién sabe qué tan alta estaría la inflación y quién sabe si nuestra moneda sería el Sol, o “Nuevo Sol” como la llamó usted.
Mi generación, esa que lamentablemente se jacta de su muerte, y que se contenta de que los terroristas condenados salgan “rehabilitados” de las cárceles, no sabe lo que es hacer cola para comprar leche; y si les cuento que era en polvo, ni se la imaginan. No saben lo que es que la plata no alcance porque la moneda perdió su valor, ni mucho menos saben lo que es que con lo que se puede comprar hoy en el mercado, capaz mañana no alcance. No lo saben porque usted los salvó de esa realidad. Abriendo así una panorama de oportunidades que seguramente nuestros padres jamás pensaron que tendríamos viviendo en el Perú.
Lastimosamente, sí sabemos lo que es la inseguridad, pese a que usted venció el terror de Sendero y del MRTA. Ninguno de los mandatarios que lo sucedieron supieron cómo combatir la delincuencia, y el crimen solo ha ido aumentando. Aún así, si bien sabemos lo que es estar alerta, no conocemos el terror. No nos hemos estremecido con la explosión de un cochebomba, ni nos hemos cohibido de salir a la calle pensando en no regresar. No hemos visto francotiradores en los supermercados, y no nos hemos callado por miedo a no saber quien nos escuchaba, porque en aquellos tiempos, Sendero tenía ojos y oídos en todas partes.
Tantos hablan de dignidad, dicen “Fujimori nunca más”. Incluso se atreven a compararlo o equipararlo con Abimael. Soberbia es la ignorancia, presidente. A ambos los consideran genocidas, es inaudito. Cuando fue ese desalmado terrorista al que usted venció, quien dejó miles de miles de tumbas e instauró el terror en todo el país.
Tantos comenzarán a celebrar que murió el “dictador”. Dirán que murió el “asesino” o el “ladrón”. Siempre sin pruebas, porque no las tienen. Sacarán las banderas de la dignidad y las flamearán en su contra. Muchos diarios escribirán sobre la muerte de un tirano, mientras en otras páginas defienden a golpistas como Vizcarra o Castillo. Nunca nadie tan petulante
Sí, no puedo negar que no comparto todas sus ideas. Definitivamente cerrar el Congreso con tanques no fue la mejor opción para la democracia. Y sí, discrepo con su partido, y discrepaba con la idea de una posible candidatura suya. No era lo que el país necesitaba.
Aunque déjeme decirle que con solo ver la cara de pavor de los izquierdistas ante aquella idea, nos sacaba, a más de uno, una sonrisa. Tenía 86 años y aún así le temían.
Sí, considero que se vió tentado por el poder, capaz nunca quiso dejarlo. Sí, hubo escándalos, están los “vladivideos” y mucho más. Pero aún así, en los 203 años de historia de nuestro país, nadie hizo tanto como usted. Nadie.
Lamentablemente, no tuvo el fin que merecía. Vivir con cáncer en la cárcel era algo que se merecían todos aquellos terroristas que hoy están sueltos en las calles, gracias a los gobiernos de Paniagua, Toledo y demás. No obstante, me da gusto saber que pasó sus últimos días en libertad, en familia. Que no murió en una celda como los criminales, sino como un hombre libre.
Y ojalá así lo recuerde la historia. Ojalá podamos sacar a la izquierda de nuestro sistema educativo y podamos contar la historia del Perú como de verdad pasó.
Y que se le recuerde no como un presidente más, si no como un patriota, que lo dio todo por el Perú.
Descanse en paz, presidente.