La política peruana es fujicentrista. Lo ha sido por 30 años. Pero esta última semana se llegó a la cúspide de la dicotomía. Cuando muere una persona, es imposible no hacer un recuento de su vida. La avanzada edad del expresidente Alberto Fujimori y los reveses a su salud, como causa del cáncer, hacían que la llegada de su final fuera inminente en el horizonte próximo. Pero el espectáculo de bilis que hemos presenciado esta semana no se encontraba en las expectativas de muchos.
El recuento de la vida de un fallecido, como decía, es inevitable, pero la empatía suele primar a la hora de mirar al pasado para, en aras del respeto a sus familiares, no acrecentar el dolor de una partida. Alberto Fujimori falleció el miércoles por la tarde, pero ya desde la mañana fuimos testigos del declive moral de la izquierda, quienes con vítores y hurras buscaban invocar lo ineludible. Carroñeros con sangre en los ojos y espumarajo agrio en las comisuras, sitiando un legado inerte en su momento de mayor vulnerabilidad.
La izquierda ha hecho política con el antagonismo de Fujimori, enfocándose en sus desaciertos con la libertad que les permitió sus aciertos. Muy ingratos han sido los sindicalistas de aquelarre a la hora de juzgar el pasado.
Les hierve las entrañas que haya muerto en libertad, acompañado de su familia. Normalizaron por dos décadas que el diablo no era rojo, sino naranja y se creyeron su propio cuento. Los insultos, entonces, se presumen como justicia social para los desadaptados morales. Vino luego el hedor de las palabras que atrae a las ratas y las injurias se multiplican con los nuevos adeptos, desesperados por ser incluidos en la carroza fúnebre de la corrección política.
La izquierda le ha atribuido a Fujimori todos los males de la sociedad. Pero astuta es la serpiente. Le sumaron también las bondades de su gobierno con música sombría para que calen en la población como atrocidades. Liberalismo, capitalismo, privatización y mano dura están en la categoría del cáncer y la lepra y la plaga. Así han crecido los hijos del nuevo milenio, a vista y paciencia de los demás, asustados por ser herrados con una F.
Este siempre ha sido un ataque político disfrazado de uno legal. La izquierda no mueve un dedo sin agenda. La guerra contra el fujimorismo es una guerra contra un modelo económico y en un país como el Perú, con divisiones naranjas, la neutralidad (por convicción o cobardía) será siempre permisiva con quien tenga la hegemonía de la academia, los medios y la cultura.
No veo una desfujimorización de la política en veinte años. La izquierda va a arrastrar su nombre como contra estandarte. Si hay que defender a Fujimori y a su legado por el bien del país, que así sea, porque del otro lado no van a dejar de hacer lo propio hasta que estemos sumidos en las tinieblas.