Cuando Michel Desmaurget, doctor en neurociencia, director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la investigación médica de Francia, publicó hace unos años el libro “La fábrica de cretinos digitales” -obra que por cierto le hizo ganador del premio Femina de las letras francesas, en donde profetizaba los efectos negativos de la era digital- no se imaginó el éxito y el impacto que tendría su obra. Desmaurget tocó un tema que hoy se constituye en un grave problema que viene afectando seriamente a millones de niños y jóvenes en todo el mundo: la falta de hábito de lectura y el efecto nefasto que ello genera en el pobre -por no decir casi nulo- pensamiento crítico en los niños y jóvenes de hoy, y su futuro inmediato. Esta falta de hábito de lectura en niños y jóvenes -los cuales prácticamente hoy no leen libros o en todo caso les interesan muy poco- se debe principalmente al auge seductor que las pantallas están teniendo hoy, esto es, el uso masivo de la tablet, el kindle, los celulares y las mismas computadoras, fenómeno ya previsto por el humanista italiano Giovani Sartori en su profético libro “Homo videns”, en 1997.
El año pasado, Desmaurget publicó una especie de continuación de “La fábrica de cretinos digitales”. Un excelente libro que un amigo me lo recomendó hace poco y que literalmente devoré, pues la problemática y consecuencias de la batalla entre los libros y las pantallas es cada vez más grave. El libro se titula “Más libros y menos pantallas – Cómo acabar con los cretinos digitales”. Como bien dice Desamurget, hoy en día, los fabricantes y diseñadores de la “industria electrónica del ocio llevan a cabo intensas campañas de publicidad y presión para defender los ilusorios beneficios de sus productos para el cerebro de nuestros hijos”. Mientras que los editores de literatura infantil y juvenil y el resto de profesionales de la industria del libro, se han dormido en sus laureles, confiando que éstos se venden solos, bajo la creencia que, por la calidad de sus publicaciones y cantidad de títulos, es suficiente para que éstos se vendan y, sobre todo, se lean. Craso error. Hoy la imagen se está imponiendo al texto.
Efectivamente, hoy las personas más se “informan” - ¿o desinforman? - viendo que leyendo. La imagen manda. Se da un traslado del contexto de la palabra al contexto de la imagen, con los riesgos y problemáticas que ello implica. En la palabra, hay que entender su significado, el idioma, su sentido, etc. La imagen es pura y simple: basta contemplarla. Como bien destaca Sartori en su referida obra, hasta no hace mucho, las noticias se leían por escrito, hoy se nos muestran mediante imágenes, videos, etc. El relato está de más. La imagen se impone. “Aprecien las imágenes obtenidas y saquen sus propias conclusiones” se nos indica por lo general en los noticieros, por ejemplo, o en las redes sociales cuando recibimos videos o fotografías.
Hoy las pantallas son las primeras escuelas para los niños y la educación que recibe el niño está basada en imágenes y en la simple acción de ver, no en el texto y la lectura, que requieren cierto esfuerzo. De allí que el niño formado en la imagen, se reducirá en un hombre, una mujer, que no lee, un ser en palabras de Sartori, “reblandecido” -por no decir atontado o mentalmente adormecido- por las pantallas y las imágenes, adicto a los videojuegos. De allí que tengamos hoy un “homo sapiens” en donde su capacidad cognoscitiva se ha empobrecido, por lo que al haberse convertido en un “homo videns”, su incapacidad para comprender abstracciones, conceptos o ideas, es cada vez más notoria. Uno de los grandes atributos del “homo sapiens” es su capacidad de abstracción. Cuando uno lee, las palabras son símbolos que evocan representaciones que nos llevan a ver figuras o imágenes de cosas visibles que hemos visto. Esto sucede con nombres propios o con palabras concretas: casa, mesa, automóvil, perro, avión, celular, etc. Sin embargo, todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas que no tienen correlato con cosas visibles y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes. Allí está lo complicado para las personas que se “educan” basados en la imagen. Abstracciones como justicia, amor, felicidad, tristeza, soledad, libertad, igualdad, Estado, odio, democracia, alegría, etc. no se pueden visualizar, ver con imágenes.
Por lo tanto, para una sociedad formada en la imagen, el pensamiento conceptual, y, por lo tanto, el pensamiento crítico, el análisis, la reflexión sobre algo, emitir una opinión, etc. es casi nulo. Se nota en los colegios y universidades, cuando el profesor hace una pregunta de opinión, de reflexión, esto es, que requiere abstracción. Las pantallas producen imágenes y esto anula los conceptos, atrofiando la capacidad de abstracción y el pensamiento crítico y con ello, toda nuestra capacidad de entender o comprender algo. Este fenómeno se puede apreciar ya desde la creación de la televisión y el inicio de su masificación en la década de 1950. No es algo de ahora. Obviamente hoy el problema es infinitamente más grave, con el boom del internet, el masivo acceso a las pantallas y equipos de todo clase y a todo nivel social.
Diversos estudios demuestran que, pese al boom de las pantallas, a los niños les gustan y atraen los libros, además, les gustan que les lean o les cuenten historias. A mis hermanos y a mí, mi padre de niños nos leía novelas en voz alta, lo cual nos encantaba; además, mi abuela materna nos leía o contaba cuentos antes de dormir. Como bien concluye Michel Desmaurget: “Hoy en día está sobradamente demostrado que cuanto más se expongan los miembros del hogar (niños y/o padres) a las pantallas durante su tiempo de ocio, menos tiempo dedicarán a las actividades de interacción familiar, entre ellos la lectura compartida”. Agregaría que no solo durante el tiempo de ocio. Una educación basada fundamentalmente en pantallas e imágenes y marcar iconos o botones, no es recomendable. Hoy es visto como muy “fashion” educar a los niños desde muy pequeños con tablets e, inclusive celulares. El año pasado, en un conocido colegio privado de Lima, un gran número de padres de familia se quejó porque sus hijos de ocho y nueve años no sabían escribir y menos leer, pues más se la pasaban con tablets, marcando íconos, sin leer un solo libro o escribir, lo cual implica de paso, practicar redacción y vocabulario.
En definitiva, es una aterradora realidad que hoy existe un consumo lúdico de pantallas, pese a que son menos beneficiosas para el desarrollo de los niños y jóvenes. La lectura ha pasado a estar en la cola, detrás de la televisión, el celular, la computadora y los videojuegos. Está demostrado que hoy, mientras más crecen los niños y jóvenes, menos leen. De acuerdo con estudios citados por Desmaurget efectuados en diversos países del mundo, cada año el consumo lúdico de pantallas devora 112 días de la vida de un alumno de segundo de secundaria, esto es, 3.7 meses, casi 2,600 horas, mientras que la lectura solo ocupa siete días, es decir, 168 horas. Hoy las pantallas, en definitiva, son el enemigo de la lectura. ¿Ya sacó la cuenta de cuántas horas, días o meses “invierten” al año sus hijos en ver pantallas? ¿Y usted mismo? Se asombrará del resultado. En todo caso, usemos las pantallas con criterio y fomentemos más la lectura. No dejemos que nuestros hijos se conviertan en “homo videns”, cual zombies escapados de “The Walking Dead”. ¡Más libros, menos pantallas!