“Caos es una escalera”. Esta famosa frase de Game of Thrones parece resumir a la perfección lo que vivimos hoy en el Perú. La frase, pronunciada por Petyr Baelish, también conocido como “Littlefinger”, refleja cómo los oportunistas ven en la confusión, el desorden y la incertidumbre una oportunidad para trepar al poder. El paro de transportistas que originalmente surgió con un propósito claro (frustrar la ola de criminalidad que ha azotado al país) ha sido secuestrado por intereses que, lejos de buscar soluciones concretas, lo han convertido en una herramienta política. La izquierda peruana, como siempre, sabe aprovechar el caos.
El paro de transportistas comenzó como una protesta legítima. En un país donde la extorsión y el crimen organizado se han convertido en un flagelo cotidiano, los transportistas, especialmente los que operan en las zonas más peligrosas, tenían razones de sobra para exigir acciones más contundentes del gobierno de Dina Boluarte. No se trata simplemente de inseguridad, sino de la incapacidad del Estado para proteger la vida y la propiedad de sus ciudadanos. Sin embargo, lo que empezó como una demanda de justicia y seguridad, rápidamente se convirtió en una plataforma para la izquierda, que ha sabido capitalizar la frustración y redirigirla hacia una crítica frontal al gobierno, agitando las banderas del descontento y empujando su propia agenda.
La izquierda, históricamente, ha encontrado en el caos su medio de propagación. Como bien señala Dennis Prager en su análisis (https://www.creators.com/read/dennis-prager/02/24/the-left-and-chaos) , el caos es un campo fértil para la expansión de ideologías que dependen de la disconformidad y la división. En lugar de ofrecer soluciones estructurales, la izquierda se alimenta de la inestabilidad, porque es en el desorden donde mejor puede presentar sus recetas revolucionarias, disfrazadas de justicia social y progreso. Pero no nos engañemos, estas soluciones no buscan mejorar el país, sino tomar el control del aparato político a través de la manipulación de las masas.
El paro de transportistas no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia. En un contexto donde el gobierno de Boluarte aún lucha por encontrar su rumbo, la izquierda ve en cada protesta una oportunidad para debilitar su gestión. Ya no se trata de criminalidad, sino de generar el suficiente descontento como para desestabilizar al gobierno. Y si Dina Boluarte no es capaz de frenar este proceso, lo que hoy es un paro local puede transformarse en una crisis nacional.
Ojo, Dina Boluarte es una persona poco preparada, cuya situación actual le fue otorgada por un azar que ni ella podría haber soñado en sus noches más ambiciosas. Pero es la presidente. Y sucumbir a la presión de los que buscan un cambio (más) a estas alturas del partido, significaría un desastre para la ya debilitada estabilidad del país.
La izquierda, como lo ha demostrado en el pasado, sabe jugar con las emociones. Aprovecha la indignación legítima de los ciudadanos y la canaliza hacia su propio beneficio. Bajo la fachada de luchar por los derechos del pueblo, infiltran sus mensajes en cada esquina de la protesta, desde las pancartas hasta los discursos encendidos en las plazas. Y cuando el caos comienza a reinar, cuando el orden empieza a desmoronarse, ellos están ahí, listos para escalar su propia “escalera”.
¿No aprendimos los peruanos de las marchas contra Merino? En aquella oportunidad existía un descontento y frustración nacional (y global) por la pandemia y los perennes encierros. Esa impotencia fue llevada hasta la implosión ciudadana que, desesperadamente, buscaba un chivo expiatorio, una piñata, una excusa para gritar, patear y culpar.
El gobierno de Boluarte, en lugar de reaccionar con firmeza, parece estar atrapado en un ciclo de respuestas tibias. Si bien ha intentado dialogar con los transportistas y ha prometido medidas para combatir la criminalidad, estos esfuerzos parecen insuficientes. La inseguridad sigue siendo un problema grave, y la percepción generalizada es que el Estado ha perdido el control. Este vacío de autoridad es lo que la izquierda está explotando. Cuando el pueblo siente que el gobierno no puede protegerlo, cuando se percibe un vacío de liderazgo, el terreno está listo para que los oportunistas entren en escena.
Sin embargo, la izquierda no es la única que puede capitalizar este momento. Dina Boluarte y su gobierno aún tienen la oportunidad de retomar la iniciativa. La clave está en demostrar autoridad y eficacia. Las acciones concretas contra la criminalidad, junto con una mano firme en el manejo del paro, son esenciales. Si el gobierno logra poner orden, si puede brindar resultados tangibles en la lucha contra la inseguridad y evitar que las protestas se desborden, podrá frenar el avance de aquellos que buscan escalar a costa del caos.
La historia nos enseña que los momentos de desorden pueden ser peligrosos, pero también ofrecen una oportunidad para que el liderazgo verdadero se manifieste. La pregunta es: ¿tiene Boluarte la capacidad de convertirse en ese liderazgo que el Perú necesita? Si no lo hace, si permite que el caos continúe, la izquierda seguirá subiendo por la escalera.
Hoy, más que nunca, necesitamos un gobierno que no solo reaccione, sino que actúe con decisión y visión de futuro. De lo contrario, la susodicha frase caótica dejará de ser solo una referencia ficticia, para convertirse en una dolorosa realidad política.