Si aún no has escuchado hablar del nuevo libro de Agustín Laje, "Globalismo: Ingeniería Social y Control Total en el Siglo XXI", es hora de que lo pongas en tu lista de lecturas urgentes. Este libro no es simplemente una obra imprescindible para entender a la maquinaria globalista y cómo se configura este nuevo régimen político bajo el manto de la "gobernanza global"; es también un llamado urgente para hacer algo ante el avance de la reingeniería social y el control total que pretende imponer sobre las naciones, las culturas y los individuos.
Laje aclara desde un inicio que el globalismo no es lo mismo que la globalización. Mientras que la globalización hace referencia a procesos de integración económica, cultural y tecnológica a nivel mundial, el globalismo es un régimen político cuyo teatro de operaciones es todo el planeta. Este régimen busca consolidarse despojando a los Estados de su soberanía en favor de entidades supraestatales que no responden a ningún pueblo, territorio o nación.
En otras palabras, el globalismo se institucionaliza en organizaciones que no tienen ni patria ni pueblo. Su forma de poder es la llamada "gobernanza global", un concepto en el cual los ciudadanos ya no pertenecen a sus respectivos países sino a la “aldea global”. Sin embargo, los globalistas nunca dicen que la ciudadanía global es una condición exclusiva y excluyente. Para ser “Ciudadano Global” tienes que tener poder político, económico o social. Al resto del planeta —es decir, al 99.9% de población mundial— le corresponde la condición de “súbditos globales”. Bajo esta lógica, una “élite globocrática” —sin mandato democrático— dicta las reglas del juego y construye un mundo homogéneo en el que las culturas, los valores y las identidades nacionales son disueltas.
El globalismo esel proyecto político más ambicioso y peligroso de la historia humana, afirma Laje. Se trata de un esquema que subyuga a los Estados hasta convertirlos en meros intermediarios del poder globalista, imponiendo sobre ellos agendas ideológicas uniformes que desmantelan sus marcos culturales, jurídicos y sociales. Estas agendas se disfrazan bajo el credo secular de la "diversidad, equidad e inclusión" (DEI), términos que son utilizados para desarmar cualquier resistencia bajo la idea de una supuesta superioridad moral.
Lo que se esconde detrás de estos eslóganes es la creación de un ser humano artificial, moldeado a imagen de los intereses globalistas. Este proceso, que Laje identifica como la culminación de un trabajo de ingeniería social, hunde sus raíces en la Revolución Francesa, pero ha alcanzado su punto máximo en el siglo XXI. Con el apoyo de tecnología avanzada y nuevas doctrinas, los globalistas buscan reconfigurar al ser humano y las sociedades en su totalidad.
Y no se trata de simples teorías, sino de una realidad tangible que ya estamos viviendo. A través de entidades como la ONU, el Foro de Davos y una legión de ONGs y corporaciones, el globalismo actúa como un proyecto de control total. En este punto, Laje hace un repaso de las principales distopías literarias: 1984 de George Orwell, Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, Farenheit 451 de Ray Bradbury, y Walden Dos de Burrhus Skinner. Sus conclusiones nos dejan perplejos. La imaginación distópica describe muy bien a nuestro siglo XXI y las distintas formas en las que podría perfeccionarse el poder que reclama para sí un dominio total.
El globalismo no solo necesita de poder económico y político, sino también de ideologías funcionales que le sirvan para avanzar en la consecución de sus fines. Aquí entran en juego el progresismo y el wokismo, dos corrientes ideológicas muy útiles para disolver la identidad de individuos y naciones, y reconfigurar los estados nación.
El progresismo se presenta como una ideología que aboga por lo nuevo en detrimento de lo antiguo, eliminando cualquier barrera cultural, económica, religiosa e incluso biológica que impida la expansión ilimitada de los "derechos". Bajo este marco, el progresismo actúa como un solvente que disuelve las tradiciones, las identidades y las estructuras sociales que otorgan cohesión a los pueblos.
Por su parte, el wokismo opera como una explosión de narrativas que detectan opresión en todos los ámbitos de la vida. Con su discurso de "discriminación positiva", esta ideología fractura aún más las sociedades, dividiéndolas en una guerra interminable de opresores y oprimidos. Según Laje, esta fractura cultural es exactamente lo que el globalismo necesita para evitar cualquier resistencia organizada.
¿Cómo Resistir?
A pesar de lo desalentador que pueda parecer el panorama, Laje ofrece una estrategia de resistencia en el último capítulo que titula “La Hora de los Patriotas”.
Señala que los patriotas de todas las naciones deben unirse en una alianza global para combatir al globalismo en dos frentes: la batalla cultural y la batalla electoral. Es esencial entender que el globalismo tiene debilidades, y estas deben ser explotadas inteligentemente.
La batalla cultural consiste en desmantelar la narrativa globalista a través de la defensa de los valores nacionales, la familia y la libertad individual. La batalla electoral, por otro lado, debe centrarse en recuperar el control de los Estados mediante la creación de partidos políticos patriotas que se opongan a las reformas globalistas. Para Laje, la peor pesadilla de la élite globalista es una red de partidos patriotas que se organicen a nivel mundial.
Si bien el globalismo es la ingeniería social más audaz jamás emprendida para crear una humanidad homogénea, controlada y desprovista de identidad, hoy tenemos la oportunidad y la obligación moral de actuar para no ceder el control de nuestras vidas y destinos.
Agustín Laje vendrá muy pronto al Perú a presentar su libro. Estará en Arequipa el 28 de noviembre y en Lima el 30 de noviembre. Toda la información acerca de estos eventos está en www.lajeperu.com.