Un tema de moda en el mundo empresarial y en su entorno (instituciones financieras, ONG, gobierno, etc., también conocidos como “stakeholders”) es la Economía Circular.
Utilizamos la definición del Parlamento Europeo: “La economía circular es un modelo de producción y consumo que implica compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para crear un valor añadido. De esta forma, el ciclo de vida de los productos se extiende”.
En la práctica, esto implica reducir los residuos al mínimo. Cuando un producto llega al final de su vida útil, sus materiales se mantienen dentro de la economía siempre que sea posible, gracias al reciclaje o la reutilización. Estos materiales pueden ser productivamente utilizados una y otra vez, creando así un valor adicional al minimizar o eliminar el desperdicio.
El modo de producción y consumo ha sido históricamente lineal: se produce, se consume y se descarta, lo cual lleva a una gran cantidad de desperdicios, al uso intensivo de energía y a la necesidad de insumos de bajo costo. El problema es la generación de muchos residuos y la contaminación en general.
Hasta ese punto, todo parece muy positivo, noble y con un discurso generalmente aceptado. Sin embargo, el problema radica en la implementación de este modelo, que no es sencilla y requiere una inversión para realizar la transición hacia un modo de producción circular. Es irrelevante si la inversión es grande o pequeña, pues para concretarse depende de varios factores externos a las decisiones que pueda tomar el empresario o emprendedor.
La mayoría de unidades productivas que componen el tejido empresarial peruano son microempresas y, además, son las que más contaminan, al tener sistemas de producción artesanales, mínima o nula capacidad de eliminación adecuada de residuos, procesos obsoletos, maquinaria rudimentaria, entre otros. Cabe considerar que, en su mayoría, se trata de unidades de subsistencia que no tienen capacidad de reinvertir utilidades ni de financiar una inversión en equipamiento que, por ejemplo, les permita reciclar o reutilizar los subproductos generados en su proceso productivo primario.
Este problema es también una consecuencia de la escasa dinámica de la actividad económica en el Perú. No hay un horizonte claro, el crecimiento es bajo, la inseguridad es alarmante (lo que desincentiva el emprendimiento, pues los empresarios terminan trabajando para extorsionadores en lugar de disfrutar el fruto de su propio esfuerzo) y la institucionalidad es débil, pudiendo cambiarse las reglas de juego en cualquier momento (por ejemplo, creando feriados indiscriminadamente con fines populistas que obligan a pagar sueldos por días no trabajados o que afectan las ventas). Nadie invierte si no cree que va a poder recuperar su inversión.
El emprendedor peruano es muy trabajador, optimista y creativo, pero no es ingenuo. No se embarcará en un plan de inversión sin ciertas garantías. Tampoco busca caridad, no pide subsidios (por lo general) sino reglas claras y facilidades para invertir. Un emprendedor que ve una oportunidad de negocio viable, que le generará ventas y una utilidad razonable, sin duda se embarcará, pues existe un incentivo para hacerlo.
Veamos un ejemplo: un confeccionista que tiene un pequeño taller y genera recortes de tela se deshace de esos residuos pagando para que se los lleven, los cuales terminan en el tacho o se utilizan en subproductos de escaso valor. Este confeccionista podría fabricar trapos industriales o, si los recortes no son tan pequeños, hacer ropa interior, por ejemplo. Sin embargo, para hacer eso tendría que comprar maquinaria específica para ese producto y comenzar a promover la nueva línea, lo cual requiere inversión (en equipamiento y en capital de trabajo) y un mercado que absorba ese nuevo producto. ¿Puede un sector tan golpeado como el de textil y confección apostar por una inversión de ese tipo? Con la inseguridad en las calles y una actividad económica sin una franca y sostenida recuperación, es poco probable que se hagan inversiones así, y la economía circular sigue siendo una utopía.
Otro ejemplo: un restaurante con refrigeradoras antiguas que consumen mucha energía y utilizan gases contaminantes no las cambiará, aun cuando sepa que ahorraría con un nuevo equipo, porque implica una inversión. Hay muchos ejemplos similares: pequeñas fundiciones con crisoles más eficientes, empresas que utilizan calderos industriales a petróleo y que podrían convertirlos a gas natural, empresas de alimentos con cadenas de frío poco eficientes, pequeñas industrias metalmecánicas, carpinterías, fábricas de calzado, entre otras. Para reconvertirse, se requieren incentivos; de lo contrario, la economía circular no pasará de ser una utopía.
Para una adecuada transición al modelo de economía circular, se requiere lo siguiente:
1. Seguridad en las calles, para que la inversión no termine en pagos de cupos y extorsiones.
2. Reglas claras, con un Estado que no cubra las pérdidas de empresas públicas con más impuestos ni una estructura laboral tan rígida que impida el crecimiento empresarial.
3. Créditos asociados a un programa con compra directa de equipos por parte de instituciones financieras del sector privado, avaladas por el Estado.
4. Una economía en crecimiento.
Con los incentivos correctos, podríamos migrar a un modelo más amigable con el planeta y, a la vez, obtener mayores beneficios. Solo hay que ser lo suficientemente inteligentes para entender que no basta con escribir ideas en un papel y promulgarlas como ley para que la situación cambie.