Las elecciones norteamericanas concitan la atención internacional cada cuatro años, en la medida que Estados Unidos sigue siendo la primera economía del mundo, con un peso gravitante en el plano militar, siendo un país muy influyente políticamente y gravitante en el seno de organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que tienen sede en Washington.
Los partidos Demócrata y Republicano son virtualmente grandes maquinarias electorales, capaces de movilizar a sus militantes, simpatizantes a lo largo y ancho del país, así como receptores de donaciones significativas que permiten solventar multimillonarias campañas electorales. Por su parte, el Senado norteamericano está conformado por 100 senadores que representan a los 50 Estados de la unión americana. La Cámara de Representantes por su parte está conformada en función de la densidad poblacional de cada Estado. Las llamadas elecciones de "medio tiempo", permite que varíe con frecuencia la formación de mayorías y minorías en ambas Cámaras del Congreso. Las elecciones celebradas el pasado 5 de noviembre, han puesto de manifiesto cómo un país atravesado frontalmente por una polarización política e incluso una "batalla cultural" ha dirimido sus diferencias, eligiendo a Donald Trump y al partido Republicano de una manera contundente.
Si las encuestas de opinión hasta la víspera señalaban que existía un virtual "empate técnico", lo cierto es que en verdad a los grandes medios de comunicación que mayoritariamente apoyaron a Kamala Harris, les resultaba muy difícil aceptar que el país estaba dispuesto a otorgar la victoria al ex presidente Trump. Un número significativo de electores, desde hacía semanas habían optado por sufragar de manera anticipada o a través del voto por correo, dando con ello señales de interés por participar en los comicios.
A lo largo del tiempo la línea política de los partidos Demócrata y Republicano ha ido variando. Si en el pasado el partido Demócrata expresó la voz de los trabajadores de la industria, de los sectores de menores ingresos e incluso de los afroamericanos e hispanos; lo cierto es que en los últimos lustros el otrora partido Demócrata ha tomado las banderas del progresismo internacional, del neomarxismo y multiculturalismo militantes, con rasgos de intolerancia hacía todos aquellos que disienten de sus propuestas.
La Agenda 2030 de Naciones Unidas se ha convertido en una plataforma política, con el financiamiento de los "magnates de la globalización" y toda su red de organismos no gubernamentales dentro y fuera del país. En las universidades norteamericanas se debaten ideas y propuestas que sobrevaloran los derechos reproductivos de la mujer, la ideología de género, los derechos de las comunidades LGTBQ+ y se prédica la defensa del medio ambiente ante el avance del llamado "cambio climático".
Desde las posturas demócratas, se señala que Donald Trump es un ultraconservador, con vocación autoritaria, capaz de quebrar el orden constitucional, sin dejar de describirlo como un político machista, anti inmigrante y con un perfil político cercano al fascismo y al nacionalsocialismo.
En mi concepto en los Estados Unidos se libra una "batalla cultural" agravada por el uso de adjetivos y estereotipos especialmente por parte de todos aquellos que presumen ser agentes del cambio y de la libertad sin límites. No estamos ante un discurso que evoque las luchas del proletariado o los ideales pacifistas de la generación sesentera del siglo pasado que se opuso a la Guerra de Vietnam. Hoy desde las aulas universitarias o desde las élites de las grandes ciudades de Estados Unidos con el beneplácito de las organizaciones de la llamada "sociedad civil" se pretende imponer una agenda globalista.
La Agenda de Naciones Unidas se ha propuesto cambiar el estilo de vida de las grandes mayorías y poner fin a valores vinculados al derecho a la vida, a la familia y los credos religiosos. Kamala Harris no sólo carece de habilidades políticas y comunicacionales, sino que tercamente insistió en priorizar como tema de su agenda política, los derechos reproductivos de la mujer. A los electores de Donald Trump, a los sectores de menores ingresos de las urbes, a los ciudadanos de las ciudades intermedias y de las zonas rurales de los 50 Estados, tienen otras prioridades, necesidades y aspiraciones.
Más aún los sectores afroamericanos e hispanos. La amplia victoria de Donald Trump responde a una situación real y objetiva que confrontan en el día a día el pueblo norteamericano. Más allá del tradicional abstencionismo, los electores que acudieron a votar han votado contra el desdén de los demócratas por acometer los grandes problemas del país. La derrota del partido Demócrata y de Kamala Harris ha puesto de manifiesto el hastío de la ciudadanía por una agenda que no repara en desnaturalizar la vida humana, quebrar el orden y la disciplina que deben prevalecer en toda democracia. Kamala Harris tuvo el apoyo de los grandes medios de expresión y cadenas de televisión; sin embargo, demostró enormes debilidades. Donald Trump se valió de las redes sociales, aceptó todo tipo de entrevistas, llegando de esa manera a diversos segmentos del electorado. Ni los mensajes apocalípticos respecto a las consecuencias que tendría una victoria de Donald Trump desanimaron a los electores. Un día después de las elecciones, los mercados bursátiles han mostrado alzas significativas.
En el plano internacional, se abre la posibilidad de tratar con realismo el escenario de guerra entre Rusia y Ucrania. En el Medio Oriente, el apoyo a Israel se a morigerado, sin que ello signifique ceder ante el terrorismo de Hamás. El gobierno de Biden cometió crasos errores con respecto a Afganistán e Irán, que se supone trataran de ser enmendados. En América Latina, existe la impresión de que una línea dura se impondrá en los próximos años respecto a Venezuela y Cuba. Lo que ocurra con respecto a un alza de aranceles por parte de la administración Trump o en materia migratoria, merece ser analizado en otra columna de opinión.
La victoria de Trump puede tener numerosas lecturas, pero no dudo que ha representado una derrota de los magnates de la globalización y el progresismo internacional. Los pueblos deben defender su libertad y su derecho al bienestar, sin ceder ante los agentes de un globalismo avasallador.