OpiniónDomingo, 10 de noviembre de 2024
Post Mortem, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Rara vez las elecciones presidenciales en Estados Unidos han concitado tanta atención. Desde el punto de vista de un peruano, los resultados de las elecciones en EE.UU. solían ser indiferentes. Republicanos o Demócratas, para Sudamérica nada cambiaba. Eso nunca fue del todo cierto, pero era el resultado de la proyección de poder monolítico de EE.UU. cuya dirección general parecía no moverse por meros cambios en el ocupante de la Casa Blanca. Hoy no es así y el triunfo de Trump debería marcar varios antes y después.

En realidad, los chances de la señora Harris siempre fueron escasos. Su carrera anterior fue desprovista de mayores distinciones. Sus primeros puestos los obtuvo por patronazgo, como cualquier buen político de aparato que pueblan las burocracias de los Estados. Biden no seleccionó a la señora Harris como compañera de fórmula por su meritoria carrera. Fue una contratación de inclusión y diversidad. Su familia paterna es jamaiquina, su madre India. Tuvo una niñez y juventud acomodada, pero, en un partido obsesionado con la raza, el feminismo y el género, marcaba todas las cajitas del formulario.

Biden quería una mujer negra, y, en ese momento (el 2020) no tenía muchas a la mano. Una de ellas era Kamala Harris, entonces Senador. La otra era Susan Rice. La señora Rice se había desempeñado en el Consejo Nacional de Seguridad durante el gobierno de Obama y es una persona mucho más sólida. Optó por Harris, quizá por esa razón.

En ese sentido, la elección de Trump representa un rechazo explícito a estas designaciones por méritos que no lo son. La idea que una persona deba estar calificada para el puesto que desempeñará se convirtió racista, el colmo de la sin razón. Los que han leído Rebelión de Atlas de Ayn Rand recordarán que estas situaciones eran la norma en el mundo distópico de esa famosa novela. Una consecuencia de la victoria republicana debería ser que las políticas de diversidad, inclusión y equidad (DIE) sean dejadas de lado.

Los demócratas, como en anteriores oportunidades, se valieron del apoyo de la prensa tradicional, de la clase intelectual y de la farándula hollywoodense. El problema es que la prensa tradicional se ha desprestigiado. Convirtieron su tradicional postura de prudente progresismo por una de mero activismo. Los periódicos, los canales de cable (salvo FOX) y la televisión de señal abierta se transformaron en voceros muchas veces histéricos del Partido Demócrata.

Este fenómeno es tan amplio que el señor Jeff Bezos, el billonario fundador de Amazon que compró el Washington Post, prohibió, días antes de las elecciones, que su periódico apoye formalmente a un candidato (la elegida era Kamala obviamente). Sobre esta decisión publicó un extraordinario artículo indicando que el periódico tenía que ser veraz y tener credibilidad y que en lo segundo estaban fallando estrepitosamente. Explica que cada vez más personas se informan a través de medios alternativos y que si no enmiendan el rumbo esta tendencia se acentuará hasta que el punto de que los periódicos tradicionales desaparezcan.

En ese sentido, esta elección marca el momento en que a la gente en general le vale lo que la prensa tradicional diga. Es una herida mortal y la posibilidad de salvar la vida quizá exceda a las capacidades y madurez emocional de quienes ahora pueblan las salas de prensa de los añejos periódicos de EE.UU. y del resto del mundo.

El hecho es que Trump usó con inteligencia estos medios alternativos, enfocándose, por ejemplo, en podcasts dirigidos a hombres jóvenes. La idea detrás de esto es que la cultura contemporánea se ha vuelto hostil a los hombres con niveles normales de testosterona, como atestigua el discurso constante en contra de la “masculinidad tóxica”. Harris continuó con su discurso cargado de agresivo feminismo, Trump habló de múltiples temas a través de estos canales. Mientras esto sucedía los demócratas estaban en Marte. Más allá del mensaje, el medio alternativo utilizado probó ser una buena forma de sacarle la vuelta a periodistas hostiles que renunciaron a la más mínima pretensión de neutralidad. Ya no los necesitan.

Los republicanos están a un paso de crear una coalición política amplia y duradera, de aquellas que brindan primacía a un partido sobre el otro y le permiten marcar el derrotero, incluso el de su adversario. Trump ha logrado reunir el voto de los católicos, las familias nucleares, personas religiosas, de la clase media, de los blancos sin título universitario, de un gran grupo de hispanos y ha mermado el dominio del Partido Demócrata sobre los negros. Logró articular un discurso positivo y optimista. El optimismo le ganó al pesimismo y sobre todo al “Trump es Hitler”, que devino en agotador.

Un ejemplo significativo de lo anterior es la proeza lograda por la empresa de Musk, SpaceX. Hemos podido ver en nuestras pantallas como desde unas enormes plataformas, utilizando una especie de gigantescos palitos de comida india, se capturaba o agarraba en el aire a un gigantesco cohete utilizado para viajes al espacio, mismo película de ciencia ficción. Sin embargo, Musk es malo porque apoya a Trump y hay que quitarle sus contratos con la NASA, a pesar que hace lo que la NASA no puede hacer nada parecido. Musk habla de llegar a Marte y la prensa demócrata de los cambios de sexo en adolescentes. Sabemos por dónde debe romperse la pita.

La locura de la disforia de género, ojalá quede prontamente enterrada. Esta idea que hombros biológicos que por recibir mediante tratamientos médicos algunas hormonas femeninas han dejado de ser hombres es ridícula. La diferencia física sigue siendo abismal y es una injusticia clamorosa que obliguen a mujeres atletas competir frente a estos seres anormales. Además de incentivar conductas que responden a obvios desequilibrios psiquiátricos. Es una maldad sin nombre.

Podemos continuar páginas y páginas enumerando cosas que deben cambiar y dejar de ser. De forma algo desordenada he mencionado algunas de ellas.

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