Conocí al General de Ejército don Francisco Morales Bermúdez Cerruti hace algunos años. Siendo Director de la Escuela Conjunta de las FFAA, lo invité a dar una conferencia a los oficiales alumnos de ese centro académico. Quedé admirado por su lucidez a pesar de haber pasado por largo los 90 años. Tuve la suerte de que me distinguiera con su amistad.
Espada de honor de su promoción (EMCH 1943), ingresó al glorioso Ejército del Perú en 1939, en el mismo año en que su padre, teniente coronel EP, fue asesinado. Su abuelo el general de brigada Remigio Morales Bermúdez, veterano de la guerra con Chile y fervoroso cacerista, ejerció la presidencia constitucional de la República entre 1890 y 1894.
Del arma de ingeniería, estudió también en la Escuela de Guerra del Ejército argentino. A principios de 1968 y recién ascendido a general de brigada, fue convocado para ocupar la cartera de Hacienda y Comercio por el Presidente Fernando Belaunde Terry a recomendación del entonces Presidente del Consejo de Ministros, el abogado Raúl Ferrero Rebagliati de quien Morales Bermúdez había sido alumno en el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM) el año anterior. El presidente de la República le encargó tomar medidas para solucionar la crisis económica que se había originado con la devaluación del año 1967.
En su época el Perú abrazaría el modelo de industrialización por sustitución de importaciones que promovió la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) el mismo que estuvo en boga entre los años 50 y los 80 del siglo pasado. Fue ministro de economía en pleno apogeo del capitalismo de estado, que surgió de una particular fusión de socialismos nasseristas y autogestionarios y del programa de la Democracia Cristiana de Héctor Cornejo Chávez, que como era de esperarse se radicalizó. Esto trajo como consecuencia, años más tarde, una grave crisis política, económica e institucional, que devino en el gobierno cívico-militar que Morales Bermúdez encabezó. Con la llamada segunda fase del gobierno militar (1975-1980), se asumieron posiciones más moderadas para recomponer la situación económica y la institucionalidad de las FFAA, teniendo como uno de sus objetivos principales allanar el camino de manera gradual hacia el régimen democrático, aunque reivindicando muchas de las medidas adoptadas desde 1968. Para algunos debió de haber entregado el poder de manera inmediata. Aquello hubiese sido lo ideal, pero no siempre lo ideal se condice con la realidad y las posibilidades que esta ofrece. Hubo que maniobrar con mucha habilidad y prudencia. El riesgo era altísimo. Se logró evitar entonces el retroceso abrupto a las posiciones radicales de izquierda que hace poco se habían erradicado del poder dado el enorme daño que le habían hecho al país, allanando con ello un seguro tránsito a la Constituyente y a la democracia.
Por años fue víctima de infames insultos y de pueriles leyendas urbanas alimentadas por la ingratitud, la ignorancia y la desmemoria, además de la persecución del radicalismo socialista internacional. Tengo la impresión de que años más tarde, don Francisco, migró de una socialdemocracia madura al conservadurismo político, afecto a libre mercado, pero de cauteloso escepticismo con el cambio, como es regla general en aquel pensamiento. Recuerdo de nuestras conversaciones, su recurrente preocupación por el afianzamiento del sistema democrático, así como por la unidad de las FFAA que debía ser permanente e inquebrantable.
Su libro Mi última palabra (2018) –tuve el honor de que me lo dedicara- escrito al alimón con el periodista Federico Prieto Celi, es un documento fundamental para la historia contemporánea del Perú, de la que fue uno de sus más conspicuos protagonistas.
Hoy que se viene dando un importante debate por la impostergable y necesarísima modernización de nuestro poder aéreo, cobra relevancia su nombre. En efecto, buena parte de las adquisiciones de material de guerra para la Armada y para la Fuerza Aérea se concretarían o proyectarían durante el gobierno del General Morales Bermúdez y que habían sido iniciadas durante el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaunde y luego continuadas con más ahínco por el de facto del General Juan Velasco Alvarado. Este período de significativo incremento de nuestro poder militar ha sido uno de los pocos que se ha dado en nuestra historia, poquísimos en realidad, equivocado proceder que nos ha acarreado los resultados adversos que todos conocemos. Aquella política de Estado fue continuada por el segundo gobierno del Presidente Constitucional de la República don Fernando Belaunde Terry, demostrando coherencia y adecuada valorización de la seguridad nacional, más allá de la incompatibilidad entre los regímenes que cada quien representó en su momento.
La defensa nacional no se improvisa, lección histórica que tanto don Fernando como don Francisco siempre tuvieron muy presente.
A diferencia de otros, el presidente Morales Bermúdez como el estadista que fue, comprendió a cabalidad las condiciones y desafíos que planteaba la geopolítica regional en aquella época,término al que algunos por desconocimiento o prejuicio suicida, o en el mejor de los casos, por pueril fe ciega en los organismos internacionales, les causa horror y desprecio. Esta situación ha sido muy mal analizada por el informe de la CVR en el capítulo del rol de las FFAA.
Finalmente, fueron propios de don Francisco un amor profundo por el Perú que se manifestó siempre con su afanoso entusiasmo por su mejor futuro. Ferviente católico y hombre solidario con el prójimo, perdimos la oportunidad de tenerlo como presidente constitucional, como también sucedió con don Luis Bedoya Reyes, el célebre Tucán, corajudo representante de la democracia fuerte, como la llama Fernán Altuve. Desde mi punto de vista, dos preclaros estadistas de la segunda mitad del siglo XX.
Francisco Morales Bermúdez fue un soldado valiente, ciudadano honesto y patriota de los buenos, de los mejores. Un señor de antaño. A más de dos años de su partida, honor a su memoria.