OpiniónDomingo, 29 de diciembre de 2024
Cuidado con el triunfalismo, por José Luis Gil
José Luis Gil
Analista político y ex GEIN

Uno de los principales errores que cometimos los peruanos en 1992, luego de la captura del cabecilla terrorista de sendero luminoso de Abimael Guzmán y su “cúpula”, fue el triunfalismo. Todos pensamos que con esta caída y con el abandono del “campo” de los terroristas cobardes que sabían que las fuerzas del orden iban tras ellos, el fenómeno terrorista de la izquierda radical terminaría.

El exceso de “entusiasmo” de la época sirvió para que Vladimiro Montesinos, por ejemplo, aprovechara este hecho para fortalecer su poder, infestando de corrupción el Estado y dejando de lado las tres simples cosas que hubieran puesto al país en otro nivel 32 años después: Organizar una política de Estado contra el terrorismo, desarrollar una estrategia capaz de atrapar todo el sistema educativo del país con miras al desarrollo económico y social, el relevo generacional de lo que significaron los años del terror y, como “cereza del pastel”, el abandono de los partidos políticos de sus bases después del terrorismo.

Los resultados los vemos hoy. El sector radical de sendero luminoso y del MRTA disfrazados de políticos han “trabajado” desde las cárceles y en la clandestinidad, organizando bases, ideologizando y politizando familiares (a través de sus llamadas correas de transmisión) y amigos y “construyendo” una “narrativa” que ha convertido a los héroes en villanos y a los villanos en “luchadores sociales”, como son los casos de los militares recientemente liberados (25 años después) por el Tribunal Constitucional. Y la pregunta que nos hacemos es válida: ¿Cómo no nos dimos cuenta de esta situación? ¿O no quisimos hacerlo? El tiempo tendrá la última palabra.

Lo mismo puede pasar en estos tiempos en los que, al parecer, no estamos comprendiendo la magnitud del fenómeno de la criminalidad transnacional que hemos llamado “cultura criminal” que se desarrolla en “sistemas, subsistemas y microsistemas criminales” tanto en Sudamérica como en el Perú. La cantidad de homicidios cometidos con la modalidad de “sicariato”, la extorsión generalizada, así como el amedrentamiento de toda forma de negocios que superan nuestra imaginación, parecen no tener cuándo acabar. Los números tanto de fallecidos como de la percepción de inseguridad se han disparado a niveles históricos.

No tenemos dudas de los denodados esfuerzos de nuestra Policía Nacional y de su Ministro del Interior para tratar de frenar el “sunami” criminal que nos asecha, de la cantidad de operativos y detenidos de criminales de diversas nacionalidades, en especial de venezolanos del “tren de Aragua”, sin embargo, este sacrificado trabajo aún no cala en la conciencia ciudadana y, por el contrario, cada vez la percepción es mayor. Como todos sabemos, la victimización (personas víctimas de un delito) es diferente a la percepción (quienes por la noticia de un crimen sienten temor sin que necesariamente hayan sido víctimas), pero esto afecta no solo la imagen interna sino externa también.

Es posible que algunos crímenes se hayan reducido; sin embargo, es legítimo hacerse las siguientes preguntas: ¿La posible reducción de denuncias por extorsiones responde a la estrategia policial de capturar a los criminales o es que la población ha decidido no denunciar y aceptar pagar los cupos en silencio?; ¿La reducción (si la hubiera) de los casos de sicariato es porque los criminales han fugado del país o sus potenciales víctimas ya están sometidos al crimen organizado? ¿En las zonas donde el crimen parece retroceder muy lentamente, han aumentado los precios de los servicios (pasajes, precios en de las bodegas) o se mantienen iguales?

Si respondemos con honestidad y responsabilidad estas preguntas, podríamos alejarnos del pernicioso “triunfalismo” de antaño que ya nos dio lecciones de cómo no deben hacerse las cosas. Si dejamos que los números y el silencio ciudadano no sean contrastados, podríamos estar construyendo una sociedad sometida al crimen hasta que explote como un volcán. Mucho cuidado con el triunfalismo.

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