OpiniónDomingo, 5 de enero de 2025
La generación única, por Alfredo Gildemeister

La semana pasada, con motivo del año nuevo que comenzaba y el año que terminaba, recibí un video muy bueno en donde se describía a la denominada “generación única”. No era la primera vez que recibía un video o un texto o una relación de imágenes, describiendo a esa generación. Ya desde hace un par de años, solía haber algunos memes y videos describiendo a esta generación tan especial. Lo mejor del caso es que me percaté al instante que yo pertenecía a esa generación.

¿Y cómo es esta generación, ya que aún existe? Pues se trata de personas que crecimos, nos educamos y formamos de una manera muy sencilla, sin complicaciones, con una vida muy sana, con austeridad y reciedumbre, obviamente sin la tecnología que hoy todo lo domina. En primer lugar, crecimos al interior de una familia en donde se respetaba a los padres y lo que ellos decían se hacía. Nuestros padres nos educaron bien, en virtudes y valores, en familia, enseñándonos el valor de la familia y también la importancia de una fe, de una vida espiritual y de Dios. Desde muy pequeños asistíamos solos al nido. El primer día de nido aún lo recuerdo. Mi madre me dejó con mi hermano menor, yo de cuatro años y mi hermano de dos, en la puerta del nido en donde una profesora nos recibió y adiós. Nos pusimos al instante a llorar. Nadie nos hizo caso y a los dos minutos paramos de llorar y nos llevaron a cada uno a su clase en donde nos entretuvimos con juguetes y libros con imágenes. Lo mismo me pasó el primer día de colegio. Mi madre me dejó en el ómnibus del colegio que pasó por un paradero en Chorrillos, cerca de mi casa, y ahí quedé solo mi alma, hasta el colegio en el lejano Monterrico. No lloré, me mordía la lengua y solo tuve que averiguar, llegando al colegio, donde diablos quedaba mi clase, quién era mi profesora, etc. Tenía solo seis años. Te valías solo para todo, sin papi ni mami cerca para animarte y consolarte.

Ya en el colegio, uno era responsable de hacer sus tareas, asignaciones, cuidar tu uniforme, lonchera, etc. Obedecías a los profesores sin chistar. En mi caso, además de profesoras en primaria, tenía unas dulces monjitas a las que a la primera desobediencia o si no contestabas correctamente una pregunta, te caía un reglazo en la carpeta -de esas de un metro exactamente y de buena madera de cedro o el apuntador de la pizarra- con lo cual saltabas hasta el techo del susto y a aprender rápido. Cabe agregar que me hablaban en un inglés bien gringo -pues eran monjas gringas-, por lo que no entendías ni michi. Aprendías el inglés por oído en un principio y luego ya en los libros. Lo primero que me enseñó mi madre antes de salir de mi casa al colegio el primer día de clases, fue a memorizar lo siguiente: “Sister, please, may I go to the bathroom?”, por si sentía necesidad de ir al baño, pues de lo contrario te la hacías ahí, no más, y te arriesgabas a ser literalmente apaleado por hacértela en el uniforme. Así crecimos en la primaria. Ya en la secundaria asistía al colegio solo, caminando y punto. En la secundaria las monjas fueron reemplazadas por recios sacerdotes gringos y profesores que te enseñaban disciplinadamente a ser recio, casi estoico, viviendo, comiendo y estudiando con los libros y cuadernos que te daban.

Los fines de semana los pasabas en familia y jugando mucho. Sí, los de la generación única jugábamos bastante, solos o con tus hermanos y amigos. Hoy los niños casi no juegan. ¡Teníamos tres meses de vacaciones! Nosotros jugábamos con carritos, muñecos, soldados, armábamos castillos, casas, etc. con legos, maderas y otros materiales, con lo cual desarrollábamos la imaginación. Las mujeres jugaban con sus muñecas, juguetes de cocina, casas de muñecas, etc. Nos abstraíamos y concentrábamos jugando, tirados en el suelo de tu habitación, en el jardín de tu casa -si lo tenías- e inclusive en la vereda de la calle. Sí, se jugaba mucho en la calle, tirados en la vereda con tus carritos. Si eras más grande, ya podías hacerte un “carro patín” con madera y ruedas de metal, o montar bicicleta por las veredas y pistas. Si tenías una “Spider” era lo máximo. Inclusive ya a mis 17 y 18 íbamos con mis amigos a visitar a las chicas, a sus casas, en bicicleta. Asimismo, aún recuerdo mis partidos de fútbol en el parque o en la berma central de una avenida cualquiera, tomando agua para apagar la sed de la manguera del jardinero que regaba la casa de algún vecino. También jugabas tirado en la tierra del parque a las canicas o bolitas, con las “ojo de gato”, “lecheras” y si tenías unas “billas” de metal, mejor, tu puntería sería certera. A ello debo agregar que sabías jugar y tirar bien el trompo, con tu buena pita con chapa aplastada, etc.

Así crecimos, sin pantallas, ni celulares, ni tablets, ni nada que se les parezca. Veíamos televisión con un horario limitado, pues había que acostarse a una hora determinada si al día siguiente tenías colegio. No estabas horas de horas pegado a la TV como un zombi. Había reglas, permisos y horarios en todo hogar. De otro lado, se conversaba de verdad, escuchabas lo que te decía tu papá o tu mamá, mejor aún, lo que te contaba tu abuelo o abuela sobre otras épocas. A mi abuela materna le hice escribir sobre sus recuerdos de la Lima de principios del siglo XX, aún lo tengo todo en un cuaderno. Respetábamos a los mayores y más aún a los profesores del colegio. Si uno se portaba mal en el colegio y llamaban a tu madre, definitivamente te caía un castigo en tu casa, tu madre no te iba a defender, pues tus padres confiaban y creían lo que decía el profesor. Hoy es al contrario. El profesor es el que se equivoca y el niño o joven es el incomprendido y bueno, que tiene la razón, que siempre se porta bien, por lo que o el profesor y el colegio cambian, o lo cambian de colegio.

En fin, somos la generación que vivimos con austeridad, sin el consumismo y la blandenguería de hoy. Zapatillas para deporte solo tenías “Bata Rimac” o “Diamante”. Punto. Usabas el uniforme único, plomo color rata. Te congelabas en invierno, pues usábamos camisa de manga corta y una delgada chompa. Si te ibas de campamento a la playa en verano o al campo, dormías en carpa, sin piso, sobre la arena o la tierra, envuelto en una frazada y comías, tallarines hervidos, galletas de soda y latas de atún, alumbrado con un lamparín de kerosene. Nos encanta el humor sano y no tenemos miedo de hablar de Dios.

Definitivamente, somos una “edición limitada” como dijo alguna vez alguien, y nos estamos yendo. En las fiestas bailábamos sin parar y nos vestíamos bien, respetábamos a las chicas, nunca una lisura o grosería en su presencia, y las enamorabas con delicadeza y cierta “estrategia”, sabíamos enamorar. Apreciamos y cultivamos los valores y principios, así como las virtudes en una persona; somos una generación que hemos visto llegar al primer hombre a la Luna; que hemos visto aparecer de la nada, desde la primera calculadora, la primera computadora, hasta el internet con el último modelo de “Iphone” y la Inteligencia Artificial. Hemos visto en estos años vividos progresar a la humanidad, lo que no hizo en doscientos años. En fin, somos una generación extraordinaria que es difícil que se repita. Hemos sido felices porque nos educaron y formaron para ver y apreciar lo esencial y lo fundamental de la vida. Aprovéchenos, que lo que hemos vivido, no lo vivirá nadie jamás…

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