OpiniónDomingo, 12 de enero de 2025
Aquella carta de Chilca, por Alfredo Gildemeister

Aquella mañana de principios de enero de 1880, el hombre sentía un calor insoportable. El sudor empapaba su camisa e inclusive comenzaba a mojarse su guerrera de fino paño. Estaba sentado en una precaria silla de campaña, ubicada a la entrada de su sencilla tienda de gruesa tela, bajo el sol candente, en la cima de una colina de arena y grava desde donde veía a sus pies, el inmenso océano Pacífico, así como a sus espaldas, más abajo a lo lejos, en el valle, la explanada del arenal de Chilca, con su larga y ancha playa. Su hermoso y fiel caballo pardo de nombre “Porfirio”, atado a un palo cerca de la tienda, lo miraba hambriento. El hombre no paraba de escribir en una hoja, encima de una pequeña mesita de madera. El viento y la brisa marina movían el papel casi hasta hacerlo volar. Aun así, seguía escribiendo y su caligrafía era buena, pese al apuro. El hombre se llamaba Baltazar Grados, tenía el cargo de comandante militar del distrito de Chilca. La carta estaba dirigida al señor secretario de Estado en el Despacho de Guerra y comenzaba diciendo que ya le había solicitado de manera verbal, “que la distancia de mi jurisdicción era muy larga, como efectivamente lo es…” por lo que “espero que, en atención a las actuales circunstancias, atenderá usted los pedidos que son de suma necesidad…”. ¿A qué “pedidos” se refería el comandante Grados?

Pues resulta que Baltazar Grados tenía a su cargo la importantísima misión de vigilar una buena parte del litoral de la costa peruana al sur de Lima, esto es, aproximadamente, de lo que va desde lo que hoy serían las playas de “El Silencio”, hasta lo que hoy son las playas “León Dormido” y “Bujama”. ¡Casi nada! Como podrán percatarse, este militar tenía a su cargo la vigilancia de cerca de ochenta kilómetros de costa, compuesta por decenas de playas, caletas, arenales, cerros y acantilados que bordean nuestro mar, incluyendo zonas pantanosas. ¿Con qué elementos y ayuda contaba? Pues simplemente con su fiel caballo “Porfirio”, su equipo de campaña, alimento y agua para una semana, un revólver de cinco tiros, su rifle Winchester del calibre 30/30 -regalo de su padre al regresar de los Estados Unidos- y… nada más. No contaba con un grupo de vigías de apoyo, ni nada que se le pareciera.

Continuó escribiendo Grados: “No he recibido aún la gratificación correspondiente para manutención del caballo, pues es muy indispensable tener en qué rondar las caletas que son bastantes retiradas unas de otras; yo de mi peculio gasto treinta soles mensuales en mantener a mi caballo. Por este motivo le suplico a usted tenga a bien ordenar que por la Caja Fiscal se me abone esa gratificación…”. Como se podrá apreciar, el hombre estaba literalmente solo -cuasi abandonado-, y su misión, nada menos, era la de vigilar más de 80 kilómetros de costa, sin ayuda de nadie. Grados, con toda humildad, no solicita un aumento de sueldo o mejores alimentación y condiciones, sino que simplemente pide una ayuda ¡para el mantenimiento de su caballo! Ya que obviamente, sin un caballo bien alimentado y fuerte ¿Cómo va a poder recorrer y vigilar esa gran extensión de costa? Su misión es importantísima, puesto que habiendo el Perú perdido la posibilidad de defenderse por mar, al haber sido capturado el monitor “Huáscar” por la flota chilena en Punta Angamos el pasado 8 de octubre, con la flota chilena dominando el mar, en cualquier momento podían aparecer buques de transporte chilenos con miles de tropas, para que éstas desembarquen en la costa peruana cercana a Lima, con el objeto de tomar la capital. Era una posibilidad cada día más cercana.

De otro lado, lo que no sabía Grados era que ya habían sido avistados buques chilenos en la bahía de Chimbote, así como en la bahía de Ancón, al norte de Lima. Se había reportado el avistamiento de los buques chilenos “Amazonas”, “Loa” e inclusive del blindado “Blanco Encalada”. Así lo había reportado desde Ancón el oficial Pedro Suarez al Capitán de Navío secretario de Estado en el Despacho de Marina. Lo mejor del caso era que la “guarnición” de Ancón era muy pequeña pues estaba conformada por el personal de la capitanía, dos telegrafistas, el receptor de correos, un empleado de ferrocarril y el mismo Suarez. Hacía dos días que no tenían qué comer por lo que “compraron una res de un comerciante que por casualidad pasó por aquí… de lo contrario se desertará con el solo objeto de buscar qué comer…”.

Volviendo a nuestro comandante Grados, además de alimento para su caballo, Grados terminaba su carta solicitando: “…designe usted nombrar un ayudante, para que me ayude a vigilar las caletas, de este modo será el servicio más rápido y exacto, proponiendo para este cargo al oficial don Pablo Bringas, sargento del Ejército”.

La carta de Grados fue atendida nada menos que por el general Miguel Iglesias, el cual responde con fecha 8 de enero de 1880, solicitando a la Dirección de Contabilidad para que “oyendo a la Caja Fiscal, informe si se le ha abonado o no la gratificación a que se refiere este oficio” (La carta de Grados). Por último, Froylan Miranda, encargado de la Sección de Liquidaciones de la Caja Fiscal, informa a Iglesias con fecha 13 de febrero de 1880, que la escala de sueldos establecida con fecha 12 de abril de 1855 “no le concede al solicitante la gratificación de caballo… dejando al arbitrio del Supremo Gobierno el concederlo…”.

Como se puede concluir, Baltazar Grados continuaría solo en aquella solitaria colina arenosa, abandonado, contemplando el inmenso mar, recorriendo caleta por caleta, playa por playa, solo, sin ayuda de nadie y alimentando a su caballo “Porfirio” con su propio dinero -hasta que se le acabe-, y alimentándose el mismo de lo que podía conseguir de algún humilde pescador de la zona, vigilando nuestra árida costa por si el enemigo chileno aparecía y desembarcaba.

A modo de epílogo de esta trágica historia, debemos mencionar que las fuerzas chilenas, luego de navegar, explorar y recorrer la costa peruana a sus anchas, meses más tarde desembarcarían cientos de tropas, caballería y artillería -el 19 y 20 de noviembre para ser exactos- en la bahía de Pisco, ocupando las ciudades de Pisco, Ica y Chincha. Lo más trágico del caso es que, un par de días más tarde a las mencionadas fechas, toda una flota de buques de guerra y transportes chilenos pasó navegando ante la mirada atónita y aterrada de Baltazar Grados, el cual desde su colina arenosa veía con sus binoculares, a toda aquella enorme flota navegando rumbo norte. Si bien se aprestó a preparar a su caballo “Porfirio” para cabalgar a todo galope, con miras de avisar a sus superiores de la llegada de esta flota, el esfuerzo fue en vano. La inmensa flota echó anclas en la playa de Curayacu -lo que hoy serían las playas de “Embajadores” y “Santa María”, a cincuenta kilómetros de Lima, desembarcando miles de soldados chilenos, decenas de cañones Krupp y de jinetes de caballería. Increíblemente, este gran ejército marcharía hasta Lurín en donde se concentrarían, para preparar su cómoda marcha hacia Lima, pues no encontrarían resistencia alguna -ni siquiera se intentó volar el puente sobre el rio Lurín ni arrasar tierras de cultivo o ganado- hasta las defensas de la línea de San Juan. Próximos a celebrar el 13 y 15 de enero, un aniversario más de las batallas de San Juan y Miraflores, vayan estas sencillas líneas en homenaje a los miles de soldados peruanos que, como Baltazar Grados, pese al abandono en que vivieron, defendieron la patria con su vida.

Si quiere suscribirse a todo nuestro contenido Vía WhatsApp dele click a este link: https://bit.ly/49m0YNU

También puede ingresar a nuestra cuenta de Telegram: https://t.me/elreporteperu