Aquella mañana de los idus de marzo, esto es, un 15 de marzo del año 44 antes de Cristo, un cincuentón Cayo Julio Cesar salió de su casa en Roma a la hora quinta, vestido con su mejor toga blanca con birretes rojos de senador, llevando varios documentos enrollados en la mano, para dirigirse caminado al edificio del Senado a presidir la sesión convocada para aquella gris mañana. Cesar, como le decían todos, era muy querido en Roma, casi adorado. Sus éxitos militares coronados con la conquista de la Galia -hoy Francia- y las medidas populistas emitidas a favor del pueblo y de sus soldados, otorgadas durante el año en que fue pontífice máximo y luego cónsul, le granjearon una popularidad como nunca se había visto. Inclusive ya había sido alguna vez nombrado por el Senado “dictator” o dictador, cargo que desempeñó con mucho éxito en los meses que ejerció ese cargo. Cabe recordar que el cargo de “dictador” en la Republica Romana era otorgado por el Senado romano a una persona por un periodo de seis meses, renovable por única vez, por otro periodo similar, para revolver un problema muy grave que afectara o amenazara a Roma (una invasión bárbara, hambruna, crisis política, etc.). No tiene el sentido actual de “dictador”, como aquella persona que se perpetua en el poder en contra de la voluntad popular, como sucede hoy. El dictador en Roma era una medida, un cargo temporal de emergencia. Cesar era un hombre muy inteligente pero también muy ambicioso y pretendía que el Senado le nombrara nada menos que dictador vitalicio. Obviamente eso no fue del agrado de un buen número de senadores, los cuales estaban decididos a impedirlo para salvar la República Romana.
Los romanos siempre fueron muy proclives a creer en los augurios -herencia de los etruscos con el “augur” que “leía” el futuro en las vísceras de un animal sacrificado- así como los griegos y demás culturas helénicas creían en los oráculos, siendo el más famoso el de Delfos. Por esas cosas extrañas de la providencia, cuenta el historiador romano Suetonio en su “Vidas de los doce cesares”, que Cesar nunca hizo caso de los augurios, rechazándolos de plano en muchos casos. Así, por ejemplo, nunca le dio importancia cuando se enteró de que más de sesenta ciudadanos conspiraban contra él, encontrándose a la cabeza de estos nada menos que Casio, Marco y Décimo Bruto, su propio hijo adoptivo. Los conspiradores pensaron matarlo primero en el Campo de Marte, durante las elecciones pues ahí acudían los ciudadanos romanos a votar. Luego propusieron la Vía Sacra o en la entrada del teatro, pero cuando el Senado acordó citar a la celebración de una sesión en la sala de Pompeyo para aquel idus de marzo, la cuestión quedó decidida para aquella fecha y lugar.
Cesar tampoco había hecho caso a un hecho muy curioso ocurrido cuando un grupo de colonos fueron conducidos a Capua (región alrededor de Nápoles, al sur de Roma) para destruir tumbas antiguas y construir casas de campo. En un sepulcro en el que había sido enterrado Capys -el fundador de Capua- se encontró una placa de bronce con la siguiente inscripción en griego: “Cuando sean descubiertos los huesos de Capys, un descendiente de Julio caerá a manos de sus parientes, y muy pronto Italia expiará su muerte con terribles desastres”.De otro lado, pocas semanas antes de los idus de marzo, el augur Spurinna advirtió a Cesar: “que se sustrajese al peligro que tendría lugar por los idus de marzo”. Así mismo, la víspera de estos idus, varios ciudadanos observaron un palomo que llevaba en el pico una rama de laurel. Volaba hacia la sala llamada de Pompeyo, cuando pájaros de diferentes especies le siguieron y despedazaron dentro de la sala.
Mientras caminaba hacia el Senado, Cesar recordó cómo la noche anterior había soñado viéndose a sí mismo en sueños volando sobre nubes y dándole la mano a Júpiter. Su mujer, Calpurnia, le contó que también había soñado esa noche que se derrumbaba la techumbre de su casa y su esposo moría aplastado entre sus brazos. Tomando en cuenta estos presagios y, hay que decirlo, la salud de Cesar no era buena, Cesar había considerado quedarse en casa cuidándose y aplazar la sesión para otro día. Sin embargo, Décimo Bruto lo animó a asistir a la sesión pues los senadores esperaban con ansias la sesión para verlo. Recordando todas estas cosas, a pocas cuadras ya del Senado, un desconocido le tendió un papel escrito en donde denunciaba el complot contra Cesar. Pero éste sólo lo recibió y lo introdujo entre los demás documentos que llevaba en la mano para la sesión. Mas tarde lo leería.
Llegado al Senado, ingresó despreciando todos los anteriores presagios y burlándose del augur Spurinna que lo esperaba parado en la puerta, al cual le dijo: “Ya ves cómo estamos en los idus de marzo y nada malo ha pasado”. A lo cual respondió el augur: “En efecto, han llegado, pero todavía no han pasado”.Cesar ingresó a la sala de Pompeyo, presidida por una gran estatua del gran general romano y se sentó en la silla central para presidir la sesión. Un grupo de senadores lo rodeó para rendirle homenaje, hasta que el senador Cimber Telio se le acercó para pedirle un favor. Cesar le pidió que no se acercara tanto, que esperase otro momento más oportuno. Telio lo asió de la toga y Cesar le dijo: “Esto es hacerme violencia”, y por la espalda, el senador Casca le clavó su puñal un poco más abajo de la garganta. Cesar se cogió de su brazo y todos se le abalanzaron apuñalándole por todas partes. Cesar llegó a sacar su puñal inútilmente. Herido mortalmente, se envolvió la cabeza con su toga cubriéndose hasta los pies para caer con decencia y morir. Cesar fue traspasado por veintitrés puñaladas. Solo con la primera lanzó un leve gemido. Cuando Bruto se lanzó contra él, Cesar alcanzó a murmurar: “Tú también hijo mío” y expiró, cayendo muerto irónicamente a los pies de la estatua de Pompeyo. Los conspiradores salieron corriendo, lanzando vivas a la república, pues habían dado muerte al dictador. Lo demás es historia.
La historia nos demuestra que, por lo general, a los dictadores o a los que pretenden ser dictadores, siempre les llega su “idus de marzo”. En el Perú, nuestra historia reciente nos muestra a émulos de dictadores, como el autócrata y genocida Vizcarra, el cual cerró descaradamente el Congreso de la República, lo que constituyó todo un golpe de Estado; y, recientemente hemos podido apreciar el proceso judicial de otro émulo de dictador, el cuestionado expresidente Castillo y su ridícula y cantinflesca defensa, negando su intento de golpe de Estado. A nivel internacional, recordemos a dictadores como Somoza, Batista, Trujillo, Castro, etc. tarde o temprano terminan. Lo mismo sucederá con dictadores como Maduro y Ortega.
En fin, existe un viejo dicho en España que dice: “A todo chancho le llega su San Martín”, en referencia a la fiesta del santo San Martín y la costumbre de sacrificar cerdos en esa fecha, para comérselos en memoria del referido santo. Lo mismo podría decirse a todo dictador o émulo de dictador o autócrata, como Julio Cesar hace más de dos mil años o, recientemente, Vizcarra o Castillo: dictadores, ¡cuidado con los idus de marzo! Que tarde o temprano… “les llega su San Martín”.