Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, pone de manifiesto su propósito de bregar por la supremacía mundial, sin reparos en obligar a que los países integrantes de la Unión Europea asuman los costos de su defensa continental, en un contexto marcado por la invasión de Rusia a Ucrania y en momentos en que la crisis del Medio Oriente no tiene visos de solución.
Si Joe Biden alentó el apoyo casi ilimitado a Ucrania, hoy el gobierno de Zelensky empieza a aceptar que los tiempos han cambiado. Por su parte, el Estado de bienestar europeo es deficitario y ha limitado el crecimiento de la economía europea, restándole competitividad en los mercados globales. La otrora próspera Alemania hoy siente los efectos de un crecimiento económico lento, la presión migratoria y su dependencia energética.
La Unión Europea debe replantear sus objetivos, especialmente porque se ha convertido en una organización burocratizada, transversalmente afectada por el acentuado énfasis en las políticas impulsadas por la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. La ampliación de la OTAN aparentemente no respondió únicamente a la necesidad de preservar la paz. La caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS y la democratización de Europa del Este fueron acontecimientos relevantes que debieron afianzar el liderazgo europeo y la defensa de los valores tradicionales de Occidente.
Es necesario reconocer que Rusia sigue siendo una potencia nuclear, integrante del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; que su inmenso territorio le otorga ciertas ventajas, y que, a pesar del fin de la era soviética, ha sabido formar los BRICS y mantener influencia política en determinados países de América Latina. Putin no es un demócrata; es un tirano formado en el viejo Partido Comunista y en los servicios de la KGB. Sin embargo, no puede soslayarse su papel en el actual escenario internacional.
Donald Trump es un nacionalista decidido a reducir la subvención militar a Europa, dispuesto a reindustrializar la economía norteamericana mediante incentivos tributarios y aranceles como arma comercial y política. Desde el inicio de su gobierno, Trump ha replanteado las políticas de cooperación internacional, ordenando la reestructuración de la USAID.
En el Perú, los proyectos financiados por USAID han estado centrados en campos tan disímiles como la defensa de los derechos humanos, la institucionalidad democrática, la protección del medio ambiente, la ideología de género y los derechos de las minorías LGBTQ+, entre otros. La victoria de Donald Trump representó un duro revés para la costra caviar y su poder en el plano internacional. En contraste, la administración de Joe Biden y Kamala Harris convirtió la Agenda 2030 de Naciones Unidas en el eje central de su plataforma política y reciente campaña presidencial.
En el Perú se aprobó recientemente el proyecto de ley que otorga mayores facultades de fiscalización a la APCI, con el propósito de que las ONG establecidas en el país rindan cuentas y puedan ser examinadas técnicamente. Estas ONG presumen ser representantes de la sociedad civil, otorgándose el derecho de participar en el debate político nacional e influir en el diseño de políticas públicas. Sus directores ejecutivos, convertidos en actores políticos y líderes de opinión, tienen la convicción de que deben estar exentos de toda fiscalización.
Por ello está en marcha una contraofensiva política y mediática que espera contar con el apoyo de gobiernos y embajadas de países cooperantes, así como de las principales cadenas internacionales. No dudan en asignar fondos para campañas en medios, diarios y revistas. Seguramente supuestos líderes de opinión se sumarán a campañas políticas en defensa de sus intereses.
Desde hace más de treinta años, los exmilitantes de los partidos marxistas-leninistas, maoístas o trotskistas, que en 1985 tuvieron como candidato presidencial a Alfonso Barrantes Lingán, que admiraban el sistema soviético y defendían la existencia del Muro de Berlín, no tuvieron mejor idea que reinventarse políticamente formando organizaciones no gubernamentales, logrando financiamiento internacional.
Sus directores ejecutivos e integrantes no militan en partidos políticos, no compiten ni ganan elecciones, pero sí influyen políticamente. No los impulsan ideales políticos ni el logro de grandes objetivos del desarrollo nacional.
Hoy ser parte de una ONG se ha convertido en un estilo de vida que asegura mejores ingresos, acceso a becas, viajes y pasantías con gastos pagados. Comparten un sentimiento de élite moral superior que cree no tener que rendir cuentas a nadie. Se enorgullecen de sus vínculos internacionales, asistiendo a foros y encuentros internacionales durante todo el año. Son antimperialistas a su manera, pero receptores de fondos de la cooperación internacional norteamericana y europea, especialmente. Su presencia en organismos internacionales es cada vez mayor.
Las ONG se han convertido en instrumentos al servicio de un globalismo avasallador que lesiona la soberanía nacional, pretendiendo reducir a los Estados a meros ejecutores de los dictados impuestos por los grandes poderes globales.