OpiniónDomingo, 6 de abril de 2025
¿El fin de la globalización?, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Hace mucho tiempo que no se observa una acción disruptiva de tanto alcance como la que viene ocurriendo en Estados Unidos desde que asumió Trump la presidencia. Como se trata del país más poderoso de la Tierra es difícil escapar de su impacto. A todos alcanza de uno u otro modo.

La última de estas acciones disruptivas, y, hasta ahora, quizá, la más dramática, ha sido la decisión unilateral de imponer aranceles “recíprocos” a todos los países y territorios del orbe. Al Perú le ha tocado un arancel del 10% que, analizado de manera aislada, pareciera dejarnos en un buen pie respecto de la mayoría de nuestras exportaciones y nuestros competidores internacionales. Pero esa es otra discusión. Lo que intentamos acá es entender las motivaciones de Trump y como puede ir desarrollándose la saga de su gobierno.

Resulta cada vez más claro que en opinión de Trump su país estaba embarcado en un rumbo insostenible y que sólo medidas radicales podrían evitar o mitigar un inminente desastre. Para ellos el déficit de Estados Unidos es simplemente insostenible y el gasto en intereses ya muy pronto será el principal ítem del presupuesto público. Cada vez hay más voces sugiriendo que Trump quiere forzar una devaluación.

Un segundo aspecto, probablemente el más importante, es que un gran sector de los votantes de Trump y los militantes MAGA son los “perdedores de la globalización”. El proceso de apertura e integración comercial que tantos beneficios ha dado a nuestro país, por ejemplo, no ha estado exento de costos para los Estados Unidos.

Este proceso, además, ha exacerbado un problema que ya se venía gestando por la decadencia de industrias como la del acero que por décadas fueron el sostén de una amplia y prospera clase media obrera.

El señor Vance proviene de uno de esos sectores sociales golpeados por el declive de las industrias tradicionales. Cierto es que este fenómeno se inicia con la reconstrucción de Alemania y Japón, el surgimiento de los Tigres Asiáticos, mucho antes que aparezca China en la escena como potencia disruptora.

El Partido Demócrata era tradicionalmente el partido de la clase obrera, de los trabajadores del carbón y del acero, de los militantes sindicales. Estos eran anticomunistas, cristianos, pero buscaban una mayor participación en la repartición de la torta de la riqueza. Hoy el Partido Demócrata representa a los ejecutivos corporativos, burócratas estatales, profesores y estudiantes universitarios (excluyendo los de carreras científicas) y sectores anti religiosos.

Los viejos votantes demócratas fueron descartados como trastos viejos y tratados con desprecio, como una gente decadente, sin futuro, que la historia y la economía les pasaron por delante.

Estados Unidos, poco a poco, empezó a apostar por un modelo que privilegia menor costo al consumidor, favoreciendo a los habitantes de las grandes ciudades. Todo esto contribuyó a diezmar partes importantes de la industria de EE.UU.

Lo dicho acá es un poco simplista, lo reconozco, pero permite graficar lo que está sucediendo a nivel político. El lector que tome en cuenta estos factores podrá entender mejor que es lo que motiva a Trump.

Esta mezcla ya explosiva se complica por el factor chino. Según informaciones periodísticas no desmentidas, pareciera que producto de una de esas filtraciones deliberadas, dan cuenta de un memorándum del Secretario de Defensa señalando que las fuerzas armadas de su país deben estar listas para una guerra con China por Taiwán.

En lo personal encuentro que una invasión china en el corto plazo es improbable, pero, una de las grandes debilidades que conspiran en contra de que Estados Unidos siga siendo una super potencia es la disminución de su base industrial. Es difícil ser una superpotencia y salir victorioso en una contienda militar sin una vigorosa base industrial y de acceso a recursos básicos.

Una de las razones fundamentales por las cuales Alemania Nazi y el Imperio del Japón perdieron la Segunda Guerra Mundial es que su capacidad productiva y acceso a recursos básicos era infinitamente menor a la que tenían Estados Unidos, el Imperio Británico y la URSS. Una vez que EE.UU. entró en la guerra, la derrota era sólo cuestión de tiempo.

Nada de lo dicho anteriormente quiere decir que Trump tendrá éxito en lo que intenta hacer. Pero quien piensa que no existe una cierta lógica, se equivoca. La hay, sólo que es bastante arriesgada. Trump cree en la expresiones duras y básicas del poder, la capacidad de emplear la fuerza y de esa manera disuadir rivales y alinear a los demás.

En última instancia el problema fundamental de Trump y en mayor medida Vance es que pareciera que no toman en cuenta el precio de sembrar adversarios y ofender por doquier. No está interesado en conquistar mediante la seducción, le interesa el acto de la conquista y la predominancia, sin importar tanto, aparentemente, cómo lo consiga. Pensaría que esta última es su equivocación fundamental, si se quiere conceptual.

De otro lado, mientras el Partido Demócrata siga perdido en su estupor woke, detrás de los pasos de mediocridades como Alessandra Ocasio Cortes o Bernie Sanders y personajes similares, no podrá ofrecer una alternativa sensata a lo que están haciendo los republicanos. Por las propias dinámicas internas de la política gringa, lo probable es que tenga que pasar un buen tiempo para que abandonen los disparates que actualmente abrazan y se conviertan en una alternativa responsable de gobierno. Nada esclarece el entendimiento como una larga travesía en la derrota y en el desierto.

¿Auguran entonces las medidas arancelarias el fin de la globalización? Tendremos que seguir observando el desarrollo de los acontecimientos. El antecedente más cercano en que se interrumpe un proceso de integración económica a escala mundial ocurrió con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Lo que está sucediendo hasta ahora está muy lejos de parecerse a la tragedia de dicho año, quizá el más fatídico hasta ahora en la historia de la Civilización Occidental.

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