OpiniónDomingo, 6 de abril de 2025
No es el fin del imperialismo, ni de la globalización, por José Antonio Torres Iriarte
José Antonio Torres Iriarte
Abogado y analista político

Si el fin de la "guerra fría" supuestamente puso término al debate ideológico entre capitalismo y comunismo, propiciando la disolución de la URSS, facilitando la ampliación de la Unión Europea y consolidando la hegemonía norteamericana, hoy la administración de Donald Trump abraza el proteccionismo, sin aparentemente medir las consecuencias de su accionar político.

En la década de los noventa, Estados Unidos impulsó la Iniciativa para las Américas como parte de una nueva estrategia hacia América Latina, con la seguridad de que el incremento del comercio bilateral sería clave para la reducción de la pobreza y la consolidación de proyectos democráticos.

El Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, suscrito en 1994, abrió nuevos horizontes para frenar la migración mexicana. Años después surgió el ALCA con el propósito de crear un área de libre comercio en las Américas. La Revolución Cubana parecía extinguirse a finales del siglo pasado. La llegada de Hugo Chávez al poder se convirtió en un "salvavidas" para la tiranía de La Habana. Fidel Castro replanteó sus planes en la región, dando paso al "socialismo del siglo XXI".

El Foro de Sao Paulo, bajo el liderazgo del Partido de los Trabajadores y de Lula da Silva, fue tejiendo una red que sumó adhesiones políticas. El ALCA fue desestimado con frases altisonantes expresadas por Hugo Chávez y en presencia de líderes como Evo Morales o Néstor Kirchner.

Con el petróleo a más de 150 dólares el barril, y con una empresa como PDVSA exportando más de tres millones de barriles de petróleo al día, se configuró un escenario de bonanza e ilusión para el tirano de Caracas. Hugo Chávez evocaba con frecuencia a Fidel Castro, mientras que la próspera Venezuela sostenía la economía cubana. Chávez desafiaba al "imperio" norteamericano y, a la par, denostaba a los países que suscribían Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos. Venezuela incluso abandonó la Comunidad Andina e ingresó al MERCOSUR.

Estados Unidos facilitó la firma de TLC con Chile, Colombia y Perú. Alejandro Toledo, durante su gobierno, sobrestimó la firma del TLC con Estados Unidos, como si fuera decisiva para la economía nacional. El presidente Alan García fue más prudente y alentó la firma de numerosos tratados de libre comercio con las principales economías y bloques comerciales del mundo. El Perú diversificó su oferta exportable, afianzando sus lazos con distintos socios comerciales. El comercio con la República Popular China, Japón y Corea ha crecido sostenidamente, mientras que el peso del comercio bilateral con Estados Unidos aumentó, sin llegar a tener el peso inmenso que registró hace un siglo o medio siglo.

Estados Unidos es la primera economía mundial y su poderío militar es indiscutible. Donald Trump viene impulsando una agenda disímil, que incluye la solución de la crisis en Medio Oriente, el fin de la invasión de Rusia a Ucrania, la reducción de la asistencia militar a la OTAN, así como un giro en el papel de la cooperación internacional en más de cien países. Al mismo tiempo, ha dejado atrás las políticas laxas en materia migratoria de la administración Biden, invocando razones de seguridad nacional ante el avance del crimen organizado, de los cárteles de la droga y del "Tren de Aragua" en las principales ciudades de Estados Unidos. La acción del narcotráfico y el tráfico de fentanilo son parte de una realidad cotidiana, sumada a la puesta en marcha de políticas concordantes con la Agenda 2030 de Naciones Unidas.

Hoy, en Estados Unidos, se desarrolla una "batalla cultural" que afecta transversalmente a la sociedad y a las familias. El Partido Republicano cuestiona el llamado progresismo internacional y, a la vez, sintoniza con las demandas de los trabajadores que se han visto afectados por la desindustrialización del país.

Estados Unidos lidera la revolución tecnológica; ha perdido empleos en el sector fabril e industrial, y a la vez ha creado empleos en el sector comercio y servicios, en líneas generales. Sin embargo, hay ciudades intermedias, con poblaciones alejadas de las grandes urbes, que se han empobrecido como consecuencia del cierre de fábricas, talleres e industrias. Donald Trump ha reiterado que el primer objetivo de su gobierno será lograr el bienestar de sus connacionales. Trump es un nacionalista, alejado del globalismo, crítico de la cultura "woke" y contrario a la plataforma política defendida por Kamala Harris en la reciente campaña.

Las recientes medidas arancelarias pueden ser vistas como el retorno a políticas proteccionistas. La globalización financiera, la revolución tecnológica y la multiplicación del comercio mundial habían permitido la reducción global de la pobreza en los últimos treinta años; sin embargo, no se pueden uniformizar los resultados en el plano de los 50 estados de la Unión Americana.

Donald Trump se ha propuesto reducir los desequilibrios en la economía norteamericana, en materia fiscal, comercial y de deuda pública. La República Popular China, el "gran taller del mundo", ha sabido captar inversiones extranjeras apoyándose en la mano de obra barata de su inmensa población y, a la vez, es muy activa en los mercados bursátiles norteamericanos. China es un gran inversionista en África y América Latina, dispuesta a competir con Estados Unidos en los mercados internacionales. La India ya es un protagonista emergente en el concierto de naciones. Japón y Corea del Sur no ceden espacios en el plano tecnológico y económico.

La Unión Europea, burocratizada, cargando con los altos costos de un Estado de bienestar desfinanciado, con una población envejecida y sufriendo la presión de olas migratorias del Este de Europa y del norte de África, ha perdido competitividad en los mercados internacionales. La U.E. y sus 27 Estados libran una "batalla cultural" bajo la presión de la cultura "woke" y de una mayor presencia musulmana en sus tierras.

La dependencia energética de Alemania, la invasión de Rusia a Ucrania, la retirada del Reino Unido de la U.E. y la necesidad de aumentar el gasto en defensa configuran un escenario poco alentador. Mayores aranceles para China, para países de Asia, para el Reino Unido y los países europeos, son tal vez el preludio de una reacción multánime de los países afectados. Por su parte, a Sudamérica se le aplicará, en líneas generales, un arancel del 10 %, incluyendo a Brasil, caracterizado por su vocación proteccionista.

No creo que sea el fin de la globalización, pero sí el inicio de una etapa nueva en la que se producirá una nueva correlación de fuerzas en el mundo. Donald Trump ha establecido aranceles diferenciados, con el claro propósito de negociar y tratar con los países que estime necesarios.

Estados Unidos lucha por la supremacía mundial, sabiendo que el actual orden económico mundial debe ser redefinido. Donald Trump sabe que la política arancelaria no lo es todo; es apenas una herramienta de negociación. En los años noventa, el presidente Bill Clinton logró superávits en las finanzas públicas; sin embargo, la disciplina fiscal fue desbordada por enormes brechas en los últimos años, especialmente durante la administración de Joe Biden. Las familias norteamericanas deben aprender a gastar menos, dejando atrás un consumismo desbordante e irresponsable.

El Perú debe examinar su relación con Estados Unidos, en un contexto en el que se supone aún está vigente el Tratado de Libre Comercio. Seamos realistas: el peso de la economía nacional y latinoamericana es reducido, comparado con el peso del PBI de EE. UU., la U.E. y la República Popular China.

No es el fin del imperialismo, ni de la globalización.

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