OpiniónDomingo, 13 de abril de 2025
Escala y hubris, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

Hasta hace no muchos años leía Foreign Affairs con avidez. Mantenía un cierto sesgo hacia la izquierda, pero este no le restaba calidad ni objetividad. Por desgracia se convirtió en una víctima más del cáncer progre, ese destructor de instituciones y erector de mediocridades. En el Perú se cargó a la PUCP y en EE.UU. fue el involuntario catalizador del triunfo de Trump y que en su retorno veamos una versión reforzada del personaje. Trump reloaded.

El hecho es que hace pocos días leí en dicha revista un interesante artículo, bastante crítico de la forma en que Trump está enfrentando el desafío chino, pero desde un ángulo interesante y fundamental. Adujo su autor, resumiendo y simplificando, que se estaba subestimando la capacidad china y que el gran factor que acompañó la transformación de los EE.UU. en superpotencia ahora favorecería al Imperio Celeste.

Este factor, otrora favorable ora adverso, es la escala. Las dimensiones continentales del país y su masa poblacional posibilitaron un conjunto de circunstancias que pertenecen a la historia y que permitieron que EE.UU. desplace al Imperio Británico como la principal potencia del planeta. En mi opinión, los Estados Unidos representan en cierta forma una continuidad con el antiguo Imperio Británico, no sólo por el idioma sino por una actitud similar frente al mundo, pero ese es otro tema.

En todo caso, el autor del artículo de Foreign Affairs toca un tema fundamental. La enorme masa poblacional china (ahora sobrepasada por la India) por si sola provee una gigantesca fuente de talento y los cimientos para una enorme capacidad de producción en todos los ámbitos. En ese escenario, la agresividad de Trump sería, por decirlo de alguna manera, un sin sentido que no tendría forma de acabar bien y que aislaría a su país.

El autor de dicho artículo propone que Estados Unidos siga una dirección muy diferente, que, en mi opinión, tampoco es realista ni refleja la cultura gringa, pues nunca van a limitarse a amalgamar coaliciones; las cuáles para ser exitosas necesitan un liderazgo claro y decisivo. Si no fuera así, la Unión Europea sería también una súper potencia militar temida por los tiranuelos del mundo dispuesta a demostrar su fuerza cada vez que se presente una buena oportunidad para ello.

Sin embargo, la postura de Washington y sus expresiones actuales no parecen ser buenos augurios. No lo son por una razón fundamental: parecen estar impregnados de una arrogancia de poder, hubris. Hubris es un vocablo que el idioma inglés se presta del griego para significar una arrogante complacencia en lo que el poder propio puede lograr.

La clase política gringa parece padecerlo, la izquierda de distintas maneras que la derecha. La llegada de Trump al poder, algo prevenible si el Partido Demócrata hubiese actuado con un mínimo de prudencia, le hubiese puesto bozal a su ala izquierda y tomado en cuenta el gigantesco descontento social, fácilmente palpable apenas se sale de ciertas burbujas en zonas de la costa este y California.

La actitud actual, manifestación de esa vieja frase “my way or the highway”, lo único que logrará es aislar a Estados Unidos haciéndolo antipático y poco confiable. Los países pueden callar las ofensas, pero no las olvidan, representando cuentas por pagar cuyos titulares reaparecen vengativos en el momento menos pensado.

Volviendo al título de este artículo, algunos de los grandes interrogantes de nuestro tiempo se le relacionan. Por ejemplo, ¿a quién verdaderamente favorece las dimensiones de EE.UU., China y otras potencias como la India, Rusia y el conjunto de Europa?

¿Cómo se va a desarrollar la variable demográfica de la China, catástrofe que ya ocurrió, pero cuyos efectos todavía no se manifiestan? El autor del artículo de Foreign Affairs minimiza este problema señalando que está el futuro, para dentro de unos veinte años más.

Los chinos son herederos de la más antigua civilización, lo cual, aunque es indudablemente cierto, olvida que sus miles de años de historia incluyen siglos de irrelevancia, aislamiento y tragedia. El último de estos períodos concluyó con el triunfo de PCCh en 1949, que desde un punto de vista histórico es como una nueva dinastía imperial. Por lo tanto, no es un indicio de lo que ocurrirá en el lapso de nuestras vidas, pero sí de que seguirán existiendo como nación dentro de quinientos años. Pocas naciones pueden esperar lo mismo.

Creo fundamental para el bien de la democracia y la salud de la Civilización Occidental que Washington encuentre la manera de maniobrar fuera del difícil callejón actual. Hay algo que debemos reconocer que en su primer mandato Trump fue el primer líder político en sonar la señal de alarma sobre China y los peligros que su sistema de totalitarismo y capitalismo de Estado encierra para el mundo.

Quizá nunca sabremos con certeza el origen verdadero de la pandemia, pero, la responsabilidad china, antes ocultada, parece inocultable. El único enigma es si fue adrede o simplemente producto de incompetencia y ocultamiento.

En ese sentido es fundamental aplicar un inteligente contrapeso a Pekín, pero Washington sólo lo podrá hacer si convence a otras naciones de acompañarla y que Xi es en realidad mucho más peligroso que Donald.

Quienes han conocido al hombre naranja coinciden que en el trato personal suele ser mucho más aproximable y atento que la figura pública que proyecta. El último en decirlo ha sido uno de sus más furiosos detractores, Bill Maher, famoso comediante de izquierdas, pero que no deja de llamarle la atención a los demócratas por sus inacabables dislates. Esperemos que así sea.