Tomo como referencia la última pregunta que José María Zavala le hace en una entrevista a Jonathan Roumie, el actor que personifica a Jesús de Nazareth en la serie “The Chosen” (Los elegidos), serie muy buena producida por Netflix sobre la vida de Jesús, en donde se nos muestra un Jesús -sin perder su divinidad y humanidad, perfecto Dios perfecto hombre- muy natural y humano, así como a su Madre, la Santísima Virgen, y a los apóstoles. La última pregunta que Zavala le hace es la siguiente: ¿Por qué molesta tanto hoy Jesús en la sociedad actual? Yo soy más fino, pero a la vez más crudo: ¿Por qué incomoda a la sociedad actual Cristo Crucificado? Definitivamente incomoda porque el “modelo” y metas de “éxito” que hoy nos vende e inculca la sociedad actual son todo lo contrario al mensaje de Jesús.
De un lado, la crucifixión constituía la pena más grave, dolorosa y humillante existente en el derecho penal romano, solo reservada para los peores malhechores. De allí que el hecho que Cristo fuere condenado a la pena de crucifixión, para la sociedad actual constituiría el fracaso total de un hombre que, luego de predicar durante tres años de vida pública un mensaje de paz y amor, realizar asombrosos milagros como alimentar con cinco panes y dos peces a más de cinco mil hombres, curar cientos de enfermos de las peores enfermedades, como por ejemplo la lepra o, más aún, resucitar a dos muertos como Lázaro o la hija de Jairo y, lo más increíble, resucitar el mismo Jesús de entre los muertos, simplemente ese mismo pueblo, esa misma gente a la que ayudó, curó y trató con tanto amor, ¡le pidió a gritos a Pilatos que lo crucifique!
Hoy en día, la crucifixión de Cristo constituye un constante recordatorio a nuestra sociedad actual consumista, egoísta y frívola, de que su manera de vivir está totalmente equivocada. Por ello, esa misma sociedad no quiere saber nada de semana santa, ni de la pasión de Cristo, ni de su crucifixión, y menos de su resurrección, por lo que decide huir en semana santa de las ciudades y pueblos, e irse de vacaciones, juergas, viajes o paseos para no reflexionar ni pensar ni acordarse siquiera, del mensaje de Jesús y del verdadero sentido de sus vidas y de la verdadera vida que Jesús le muestra. ¿Y ello por qué?
Porque el mensaje de Jesús implica compromiso, lucha, esfuerzo, buscar el bien, rechazar el mal y sus tentaciones constantes, asumir responsabilidades, pensar en los demás con generosidad y, más aún, amar a los demás como a uno mismo y a Dios sobre todas las cosas. Hoy la sociedad prefiere el éxito material e inmediato, el pasarla bien -la “sociedad divertida” dice Enrique Rojas- y divertirse sin responsabilidad ni compromiso alguno. El amor en esta sociedad es egoísta, busca lo que le aproveche y haga feliz y no el hacer feliz al otro, de allí el fracaso de muchos matrimonios o la ausencia misma de matrimonios e hijos; el prójimo es un estorbo. El hacer dinero fácil y rápido es la meta y una vez que se obtiene, será el poder la meta. Lo irónico del caso es que los que alcanzan este “éxito” terminan por lo general viviendo en un gran vacío y en una soledad asfixiante y absoluta. Pocos son los que reflexionan a tiempo -casi siempre cuando ya viven el final de sus vidas vacías- y tienen la valentía y la humildad suficiente para dar vuelta al timón de sus vidas, reconocer que se equivocaron, y logran volcarse a tiempo al mensaje de Jesús.
De otro lado, ¿se han preguntado ustedes alguna vez por qué la cruenta ejecución de un insignificante hombre judío, hijo de un humilde carpintero, que nunca ocupó cargo público alguno ni poseyó riqueza ni poder, crucificado en un alejado territorio del imperio romano hace casi dos mil años, es recordado todos los años? ¿Qué de especial tiene ese crucificado para que, pasados más de veinte siglos, la humanidad no lo olvide sino, todo lo contrario, lo recuerde asiduamente?
En primer lugar, debemos señalar que ese hecho ocurrió, concretamente en un momento determinado y puntual de la historia, durante el reinado del emperador Tiberio, siendo gobernador o procurador de Judea Poncio Pilato, siendo sumo sacerdote del Templo de Jerusalén, Caifás y Tetrarca Herodes Antipas. Al margen de los Evangelios y demás libros del Nuevo Testamento, como los Hechos de los Apóstoles escrito por San Lucas, diversos historiadores y escritores romanos de la época mencionan en sus obras el hecho concreto de la crucifixión de Jesús y su resurrección. Así tenemos a Tácito en sus “Anales”, Suetonio en sus “Doce Césares” e inclusive al judío romanizado Flavio Josefo en sus “Antigüedades”, por solo mencionar algunos escritores de la época. Entonces, vuelvo a preguntar: ¿Qué tuvo de especial esta cruenta crucifixión? ¿Por qué no se olvida a este reo crucificado? ¿Por qué estos autores mencionan esa crucifixión en especial, cuando todos los años eran crucificados decenas de reos, prisioneros de guerra y delincuentes? De allí que la crucifixión de Jesús no constituyó un acontecimiento raro o esporádico en el mundo romano de aquél entonces.
En segundo lugar, el proceso judicial o legal a Jesús, está muy bien descrito y documentado. El proceso se dio en dos etapas: primero ante el Sanedrin de los judíos; y luego ante el fuero romano de Pilatos en el pretorio. En la primera etapa se le acusa a Jesús de blasfemo. Cuando el mismo Jesús dice ser Hijo de Dios, el Sanedrín lo condena a morir. Sin embargo, bajo el yugo de Roma, el Sanedrín no podía condenar a muerte. Solo Roma tenía el “ius gladii” (derecho a condenar a muerte a un reo). De allí que lo lleven al pretorio, ante la presencia del gobernador Poncio Pilato. Allí no lo acusan de blasfemo, sino de sublevar al pueblo y prohibir el pago del tributo al Cesar. Pilato reconoce que no hay delito alguno. Le pregunta si es el rey de los judíos y Jesús lo afirma diciendo: “Tú lo dices”. Pero para satisfacer a la masa que reclama su crucifixión, Pilato acobardado, ordena flagelar a Jesús y luego crucificarlo.
Finalmente, vuelvo a la pregunta inicial, ¿Por qué incomoda tanto hoy Jesús en la sociedad actual? ¿Qué de especial tenía ese crucificado para que la humanidad no lo olvidase? Pues que su crucifixión constituye un permanente reproche a la sociedad actual consumista, frívola, atea y agnóstica, y un permanente llamado a la conversión, a que cada individuo de esa sociedad vuelque su vida a Dios y deje de adorar a esos “dioses” actuales como el dinero, el sexo o el poder. Y todo ello porque ese crucificado literalmente cubierto de azotes y con una corona de espinas en la cabeza, no era un hombre cualquiera sino, además, era Dios. Se trataba de Dios hecho hombre, el cual se entregó por amor a nosotros, cuando por propia voluntad, muere cuando Él decide morir, por la salvación del mundo. Pero ahí no terminan los hechos. Al tercer día resucitó y muchísimas personas fueron testigos de ello. Entonces, cabe preguntarse como Pedro alguna vez: “Señor, ¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Eso es lo que tiene de “especial” este crucificado entre miles: es el único Dios vivo hecho hombre, que se entrega por amor a la muerte y resucita como Dios y Señor, recordándonos con su muerte y resurrección, que sólo Él tiene palabras de vida eterna y que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. No hay otra.