OpiniónDomingo, 20 de abril de 2025
Mario y el asilo, por Víctor Andrés Belaunde Gutiérrez

UNO: Dicen que el tiempo todo lo borra, hace que la historia caiga en el olvido. La memoria colectiva se confunde y difumina con nuevos eventos que envuelve a los viejos en una densa niebla de dudas y confusión. El lustro comprendido entre 1985 y 1990 es uno de esos períodos semi olvidados de nuestra historia.

Si hay un pecado que engloba todas las demagogias, despropósitos e irresponsabilidades que marcaron el primer gobierno de Alan García fue haber decepcionado a la clara mayoría de peruanos que lo votaron en 1985.

El APRA primigenio no fue precisamente democrático, todo lo contrario. El fracaso de Bustamante y Rivero en 1945 y luego la alianza con la Unión Nacional Odríista (UNO) en los años sesenta, contribuyeron a sendas dictaduras, la segunda de ellas catastrófica para el Perú.

Pero en las elecciones de 1978 el pueblo reivindicó a Víctor Raúl Haya de la Torre y posteriormente ungió a su sucesor como Presidente, en uno de esos raros momentos de esperanza y optimismo colectivo.

El entonces joven Alan García, sin embargo, teniendo a su alcance a los mejores hombres y apoyo transversal en todas las clases sociales, optó por regresar al APRA de las catacumbas e ideas totalitarias. Gorbachov asumió el poder en la Unión Soviética y cuatro años después el Muro de Berlín era historia. Alan, sin embargo, parecía anclado en 1932.

En este momento crucial García inicio un suicida salto hacia adelante y si fracasó fue, en no poca medida, gracias a la crucial intervención de Mario Vargas Llosa en 1987. Vargas Llosa no lideró simplemente la oposición a la estatización del sistema financiero sino a la destrucción de la propiedad privada, la seguridad pública y de las posibilidades de los peruanos de hacer realidad el sueño del progreso.

Los elementos del país renovado que vivimos hoy día estaban formándose y la lucha ideológica que inició Vargas Llosa permitió que estos maduraran y cristalizaran. De lo contrario, muy probablemente, hubiésemos continuado en una deriva infernal e interminable como la que padece Venezuela, pues no hay limite a lo bajo que se puede caer.

El hecho es que Vargas Llosa perdió (aunque en primera vuelta obtuvo el 27% de los votos emitidos, que no fue poca cosa). Sus detractores sostienen que un gobierno de Vargas Llosa hubiese sido una calamidad y que gracias a Dios ganó Fujimori. Como hubiese sido VLL como Presidente no lo sabremos, porque nunca ejerció ese cargo y porque el sillón presidencial transforma a sus ocupantes. Además, el éxito en el poder no depende sólo de quien manda sino también de las circunstancias; y, las de la primera mitad de la década del noventa, eran extraordinarias e irrepetibles para un experimento liberal.

Otro aspecto olvidado de Vargas Llosa fue su temprana decisión de romper con Cuba y el comunismo en la década del setenta, en un momento en que los apologistas del marxismo dominaban por completo el mundo intelectual y en que parecía que el futuro le pertenecía a Moscú y sus satélites comunistas.

Podrán decirse muchas cosas, pero, Vargas Llosa, tuvo superávit no sólo de talento sino también de valentía.

DOS: Quien a hierro mata, a hierro muere, dice el viejo refrán. El señor Humala y su esposa pensaron que esta verdad no los alcanzaría e iniciaron la persecución contra García por medio de la inútil pero perniciosa mega comisión del ex congresista Tejada, malhadada iniciativa que promovieron con ahínco. Después de todo, aunque el García de los años ochenta cometiera muchos pecados, el pueblo lo absolvió el 2006 al elegirlo presidente. La regla según la cual los presidentes no persiguen a sus predecesores responde que las venganzas recíprocas eventualmente consumen a todos. Además, si no hay delitos que imputar siempre hay forma de inventarlos. Distinto sería el Perú si el señor Humala hubiese resistido los impulsos vengativos de los progre caviares. El Perú se hubiese ahorrado desastres y él, su señora e hijos, sufrimiento.

Dicho eso hay unas cuantas cosas que debemos recordar sobre el derecho asilo y las circunstancias que rodean a este:

La primera es que el país al que se le solicita asilo es el que juzga si están dadas las condiciones para su otorgamiento. Entonces es Brasil y sólo Brasil quien determina si la señora Heredia es o no una perseguida política.

La segunda es que con todos sus defectos Humala no rehúye a la justicia sino la enfrenta. Esto, tarde o temprano, tendrá efectos políticos difíciles de predecir.

La tercera cosa es que la rapidez de la decisión brasilera y la prontitud con la que el Perú otorgó el salvo conducto contrasta con lo ocurrido cuando un García perseguido por un Ministerio Público convertido en instrumento de una facción solicitó asilo político en la Embajada de Uruguay. La facción política que lo perseguía ejerció innoble presión sobre el gobierno uruguayo y este capituló frente a ellos. Esto será un baldón que hará pequeños a los involucrados por siempre.

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