En una ilustrativa entrevista a un medio televisivo, Agustín Laje, un escritor, conferencista y politólogo argentino, un conservador a todas luces, expresó que en el fondo los peruanos desarrollábamos el modelo “anarcocapitalista” y que “no importa quién gobierne porque el mercado funciona y rige el destino de los peruanos, incluso el mercado informal es lo más importante que esta gente tiene. Es más, el peruano puede funcionar sin gobierno si quiere”. Gruesas premisas que hay que tomar en cuenta porque de alguna manera ha descrito una realidad, que si bien no nos hace formalmente “anarcocapitalistas”, por lo menos se parece mucho a la situación económica que vivimos.
El Perú, según el Informe Trimestral del Mercado Laboral Situación del Empleo de Junio del 2024 del INEI, menciona que, en el primer trimestre de 2024, a nivel nacional, la PEA ocupada ascendió a 17 millones 159 mil personas y que la tasa de empleo informal se ubicó en 71,2% en el periodo abril 2023-marzo 2024, así como refieren que la tasa de empleo formal fue de 28,8% en dicho periodo. Esto indica claramente que casi 12 millones de personas en el Perú trabajan de manera informal, quienes de una u otra manera son totalmente influyentes en el mercado y el movimiento de capitales.
Como vemos, esta situación tiene mucho de parecido al “anarcocapitalismo” cuyo concepto dice que “es una visión extrema del capitalismo de libre mercado, donde el Estado y su poder coercitivo son eliminados por completo (o sea, los impuestos), reemplazados por la competencia y la voluntariedad en el mercado”. Y eso es lo que hacen los trabajadores informales en el Perú desde hace más de tres décadas. La inventiva de los peruanos, la necesidad de sobrevivir por debajo de las tormentas políticas (cambios de gobierno y golpes de Estado), de fenómenos criminales (como el terrorismo de SL y MRTA de los 80 y 90 y el secuestro) y del descuido, el desdén y la corrupción generalizada, hicieron que “se inventen su chamba” fuera de las “garras” de un Estado usurero e indolente.
Ellos establecen sus propias reglas, no pagan impuestos (a pesar los infructuosos esfuerzos por formalizarlos), establecen sus propias reglas del mercado y regulan sus precios. Por eso mucha población prefiere lo informal de lo formal (piratería, por ejemplo) y sobreviven a los gobiernos de turno sin importar de qué corriente ideológica o política provienen. Por mala suerte hoy esta informalidad o “sacha-anarcocapitalismo” popular peruano, está bajo amenaza, en la mira, pero no del Estado desmemoriado, sino, del crimen organizado transnacional. Ellos ya se dieron cuenta que la informalidad en el Perú, la mayor de Sudamérica, genera recursos frescos, dinero circulante que pueden arrebatar sin trazabilidad posible. Hoy, la sobrevivencia de los informales está en peligro doblemente, es decir, por el olvido del Estado y la amenaza criminal.
Es por eso que cuando hablamos de informalidad minera, por ejemplo, debemos separarlos de los mineros ilegales, de aquellos que sin ningún proceso de formalización se alían con bandas criminales para que los recursos auríferos o económicas obtenidos a sangre y fuego, no vayan en beneficio del trabajador, sino, a las arcas criminales de las organizaciones que ya están en el país.
Esperamos que un buen número de trabajadores informales tomen conciencia de esta nueva situación y que el Estado entienda también que no debemos perseguir ni castigar a quienes quieren producir con su esfuerzo y trabajo, haciendo que el principal persecutor, la SUNAT y todos aquellos entes sin visión de desarrollo, alienten el trabajo formal porque de ello dependerán muchas vidas y la estabilidad del país. Sí se puede.