OpiniónDomingo, 11 de mayo de 2025
Maternidad: el don más grande de la mujer, por Alfredo Gildemeister

Hablar de maternidad nos remite, obviamente, a la mujer y a ese don maravilloso que Dios le dio de coparticipar con Él en la creación de la vida de un nuevo ser humano. Lo más preciado que toda mujer tiene es el don de la maternidad; es decir, la capacidad de engendrar una vida y ser madre.

Siendo grandes cualidades, sin embargo, lo mejor de toda mujer no será su éxito profesional, su belleza, su feminidad, su capacidad de trabajo, de organización o su generosidad. Lo más valioso será su maternidad: la capacidad de ser madre y engendrar una vida. No obstante, nunca se ha atacado y criticado tanto a la maternidad como hoy. Se la ataca en numerosos países y, paradójicamente, aún más en los supuestamente “desarrollados”. Nuestro país constituye todavía una especie de “isla” a nivel mundial, donde la maternidad sigue siendo valorada. Sin embargo, cada vez más parejas de enamorados deciden no casarse y, menos aún, tener hijos. El matrimonio y la posibilidad de tener hijos —es decir, formar una familia— aterra a muchos. ¿A qué se debe esta especie de miedo a la maternidad —y por qué no decirlo también, a la paternidad—, a la posibilidad de ser padre o madre y tener hijos? ¿Está en crisis la maternidad?

Es lógico que esta especie de “fobia” a la maternidad ocurra en una sociedad donde se nos “vende” como meta suprema el éxito profesional, acumular dinero y bienes, viajes a paraísos caribeños, etc., y donde se nos repite que hay que ser feliz siempre, sin complicarse la vida. En nuestra sociedad, por tanto, prima lo divertido y el descarte de todo aquello que se oponga a esa felicidad egoísta, materialista y hedonista, con la que se nos bombardea a diario desde los medios de comunicación, la política, la literatura, el cine, la televisión, las redes sociales e incluso en algunos colegios y universidades. Por tanto, si una pareja ya no te hace feliz, se la descarta y punto; si tu esposo o esposa ya no te hace feliz, se le deja —inclusive con hijos— y listo, te buscas a otro u otra. Es la cultura del descarte a la que se refiere el Papa Francisco. Por tanto, si un hijo no te va a hacer feliz, pues significa una gran responsabilidad y un límite a tu “felicidad” (viajes, compras, diversión, fiestas, reuniones, etc.), simplemente no se le busca. O, en último caso, se le descarta; es decir, se le aborta (se le asesina) y punto.

De allí que hoy la maternidad, el tener hijos, sea visto como una molestia, una “carga” y un gran obstáculo para “mi felicidad”. Mejor es no tener hijos, vivir el momento, buscar el placer, evitar responsabilidades. Este fenómeno de “antimaternidad” olvida algo fundamental: que es precisamente en la posibilidad de ser madre y tener hijos donde radica la verdadera felicidad de toda mujer y de todo matrimonio. El don más grande que tiene una mujer es la posibilidad de ser madre, de engendrar una nueva vida, un ser humano con cuerpo y alma. Se trata de un don de Dios hacia la mujer, que le permite participar con Él en la creación de una nueva vida.

Por ello, constituye una aberración —un hecho contra natura— la promoción del aborto en todas sus formas; es decir, el asesinato del ser humano que está por nacer, impulsado por una sociedad sumida en un hedonismo y egoísmo extremos, donde un hijo es visto como un “problema”, un “fastidio”, una “responsabilidad” y, por tanto, un obstáculo para la felicidad. De allí que lo mejor parezca ser eliminarlo, descartarlo o simplemente no tenerlo. Hoy el matrimonio y la familia son atacados por doquier, pues atentan contra los “principios” de una sociedad materialista y hedonista, que solo promueve el éxito económico y profesional —la llamada “realización personal”—, olvidando que esa “realización” egoísta no lleva a la felicidad. Por ello hoy tenemos una gran cantidad de parejas y matrimonios que sufren depresión, frustración, amargura, separaciones y divorcios, al rechazar la maternidad y la posibilidad de tener hijos, buscando la felicidad en lo meramente material y efímero.

El ser humano nació para trascender, y una forma de hacerlo es la unión con el cónyuge basada en el amor —no quedándose solo en la sexualidad— para participar en la creación de una vida; es decir, tener hijos. De allí que la maternidad sea un don maravilloso, casi divino, en donde del amor de un hombre y una mujer surge una nueva vida. Cuando una mujer aborta a su hijo, actúa contra natura, es decir, contra su propia naturaleza, y no es feliz. Todo lo contrario: tendrá una profunda amargura, una infelicidad que la acompañará toda su vida. No hay acto más grave y aberrante que el de una madre que asesina a su propio hijo.

Por tanto, lo que celebramos hoy en el Día de la Madre es el don de la maternidad de toda mujer: la posibilidad de engendrar una nueva vida. No se trata de un problema, un obstáculo o una carga, como hoy se quiere presentar a la maternidad y a los hijos. Un hijo es una bendición, no un problema. Hoy podemos observar en diversos países las graves crisis que enfrentan precisamente por atacar a la maternidad y a los hijos. En la Europa actual, por ejemplo, se prefiere tener un perro, una mascota, antes que un hijo. Un europeo promedio tiene solo un hijo o ninguno, mientras que una pareja de inmigrantes musulmanes puede tener siete u ocho. De allí que Europa esté destinada, en el mediano plazo, a convertirse en un continente islámico, por simple mayoría. Hace un par de años, en España, por primera vez ¡el número de fallecidos fue mayor al número de nacimientos!

¡Celebremos hoy el don de la maternidad! Felicitamos a todas las madres peruanas: humildes, valientes, trabajadoras, sacrificadas y amorosas, que luchan día a día por sacar a sus hijos adelante, frente a la crítica y la presión de una sociedad hedonista y egoísta, que no quiere niños sino todo lo contrario: quiere asesinarlos, irónicamente, en el mismo vientre de la madre. ¡Feliz Día de la Madre para todas las madres peruanas! ¡Ustedes, mamás peruanas, son la esperanza del Perú!