Aquella media mañana del pasado jueves 8 de mayo, luego de la cuarta votación de los cardenales reunidos en cónclave, sorpresivamente apareció la fumata blanca sorprendiendo a la multitud que estaba atenta en la Plaza de San Pedro, así como a todos los millones de católicos que, como este modesto servidor, trabajaba en su computadora con la televisión prendida esperando la elección del nuevo Papa. Ya no pude concentrarme en nada. Solo quería saber quien era el nuevo Papa. Pasado el mediodía al fin se abren las cortinas del balcón central de la basílica y aparece el cardenal camarlengo para anunciar al mundo el tan esperado: “Habemus papam”. Y sucedió. Lo que nadie esperaba ni imaginaba, menos aún en el Perú. ¡Cardenal Roberto Francisco Prevost! ¿Había oído mal? ¿El que fue obispo de Chiclayo? Efectivamente, el cardenal Prevost. Y apareció Prevost en el balcón, sonriendo, casi como sonrojándose, revestido como debe ser, con la estola roja de los papas recién elegidos. Los aplausos no se hicieron esperar. La alegría era desbordante. Unas lágrimas asomaron en los dulces ojos del nuevo Papa. Su emoción era grande. El Perú entero saltó de alegría y en especial los chiclayanos. Cientos de personas a los que Prevost, cuando era obispo de Chiclayo, había bautizado, confirmado, casado; cientos de amigos con los que Prevost había compartido un ceviche, un arroz con pato, un cabrito a la norteña o un cuy chactado (su plato favorito), tomado buen un café con crema o una simple cerveza, no podían creerlo.
Como siempre, el Espíritu Santo sorprendió, pues inspiró a los cardenales electores para que elijan al más indicado, al idóneo para los tiempos presentes y futuros que se vienen. El Espíritu Santo obviamente sabe más. Lo que nadie imaginó pues, sucedió. Se eligió a otro cardenal proveniente de América, si bien nacido en los Estados Unidos (Chicago), vivió en el Perú ejerciendo diversos cargos en Chulucanas, El Callao y finamente como obispo de Chiclayo durante ocho años. En conjunto ¡casi cuarenta años viviendo en el Perú! Muchos más años que los que había vivido hasta entonces, pues Prevost tiene 69 años. Y para colmo, no solo se trataba de un “peruano de corazón”, como algunos lo han calificado. No, se trata de un verdadero ciudadano peruano nacionalizado peruano, voluntariamente, con DNI como cualquiera de nosotros, porque tenemos un Papa que verdaderamente ama al Perú, lo tiene presente de manera permanente en todo momento, simplemente porque es y se siente un peruano más como cada uno de nosotros.
Eligió el nombre de León, como su antecesor en gran León XIII, el Papa de la gran encíclica Rerum Novarum, que marcó una gran huella en la doctrina social de la Iglesia contra el marxismo de finales del siglo XIX. Así mismo, eligió el nombre de León, recordando al primer León, León I, el cual valientemente se enfrentó nada menos que al rey de los hunos, Atila, apodado “el azote de Dios”. León I conversó con Atila en las puertas de Roma, cuando el gran ejército de hunos de Atila se desponía a saquear y destruir Roma. Atila se había formado y estudiado en Roma. León I lo convence y Atila da media vuelta y regresó a sus tierras en las estepas asiáticas y no pisó Roma. Ahora tenemos a un nuevo León, León XIV, un papa peruano que conoce la pobreza, la sencillez, el cariño y las necesidades espirituales y materiales de la gente del Perú y de Latinoamérica, por ende.
Una vez que cesan los aplausos, escuchamos sus primeras palabras, palabras de paz: “¡La paz esté con ustedes!”, las primeras palabras de Cristo a sus discípulos luego de la resurrección. Lo primero que pide León XIV es paz: “También yo quisiera que este saludo de paz entre en sus corazones, llegue a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes! Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente.” De otro lado, continúa hablando con voz grave y potente, dándonos un mensaje de ánimo, de esperanza, no estamos solos: “Dios nos quiere, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante.” El mal no prevalecerá nos dice, palabras que nos recuerdan las palabras de Cristo a Pedro respecto a la Iglesia: “y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Es un mensaje optimista, de alegría y esperanza.
De otro lado León XIV se reconoce Agustino, “un hijo de san Agustín, que ha dicho: ‘Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo’”. Pero poco más adelante, no se aguanta y reconociendo su gran amor por el Perú, dice con toda humildad: “Y si me permiten también una palabra, un saludo a todos y en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo.” Es un saludo a “todos” los peruanos y en especial a su diócesis de Chiclayo. No puede ocultarlo ni dejar de decirlo: es peruano, ama y extraña al Perú. Cabe destacar que no hizo la menor referencia a su país de nacimiento, los Estados Unidos, simplemente porque es y se siente peruano. Punto.
Finalmente se declara misionero porque él llegó al Perú a comienzos de los años 80 como misionero agustino y señala lo que debe ser la Iglesia de Cristo y lo que buscará en su pontificado: “Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes dialogando, siempre abierta —como esta plaza— a recibir con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, diálogo y amor.”
Para terminar, puedo aventurar que León XIV dará mucho que hablar para bien. Tenemos un Papa de lujo. Sus discursos y homilías hechas en los días siguientes a su elección nos demuestran ya la profundidad y claridad de sus palabras. Fiel a la doctrina de Cristo, muy mariano, firme y claro en lo que hay que ser. Si bien ha indicado su cariño y admiración por el Papa Francisco, León XIV no será una especie de Francisco II como algunos ya lo quieren etiquetar. León XIV será León XIV. Dios nos ha dado un Papa relativamente joven, que nos transmite una gran alegría, optimismo y hasta un gran sentido del humor, que me aventuraría a decir que es fruto de su vida en el Perú y la influencia del buen humor, chispa y picardía de los peruanos.
Dios le ha dado una caricia al Perú al darnos un Papa peruano. Tenemos literalmente un león de Dios, un pastor de lujo, que sabe lo que dice y cómo lo dice. Sigamos al pastor, al vicario de Cristo en la Tierra. Escuchémosle y transformemos en hechos sus palabras y deseos. Concluyo con algunas de las palabras que León XIV dirigió a los jóvenes, en su discurso a los hermanos de las escuelas cristianas el pasado 15 de mayo: “Los jóvenes de nuestro tiempo, como los de todas las épocas, son volcanes de vida, de energía, de sentimientos, de ideas… Pensemos en el aislamiento que provocan los modelos relacionales cada vez más extendidos, basados en la superficialidad, el individualismo y la inestabilidad afectiva; en la difusión de esquemas de pensamiento debilitados por el relativismo; en el predominio de ritmos y estilos de vida en los que no hay suficiente espacio para la escucha, la reflexión y el diálogo, en la escuela, en la familia, a veces entre los propios compañeros, con la soledad que ello conlleva… Se trata de retos exigentes, de los que, sin embargo, también nosotros… podemos hacer trampolines para explorar caminos…”.