En octubre escribí Control de precios y sueldo mínimo: ¿se darán cuenta algún día? en este mismo diario, tratando de explicar los errores de ir en contra del mercado y los resultados de controlar precios. No se dieron cuenta.
Definitivamente, no hay peor ciego que el que no quiere ver; también hay una ignorancia supina por parte de las autoridades y genuflexión por parte de los encargados del MEF. Alguien debe explicarle a la inquilina de Palacio que su baja popularidad se debe a su incapacidad, venalidad e ignorancia en relación con la investidura que ostenta.
Mi generación detestó a García 1.0 por su gobierno desastroso, la inseguridad, la corrupción y la falta de honestidad en el discurso, amén de un ego monumental del finado. No había aceite, arroz, azúcar, leche, etc., al precio oficial decretado por el gobierno de entonces. En el mercado negro había de todo. Si tenías la suerte de tener un pariente con algún cargo mediano o alto en ECASA o ENCI, podía conseguirse al precio oficial esa leche en polvo horrible, aceite o el arroz y azúcar que necesitábamos. Lo que se conseguía casi sin penurias era un pan espantoso que, a media mañana, ya estaba seco y duro (el famoso “pan popular”); el precio también estaba fijado por el gobierno, pero cuando la inflación hacía su trabajo de quitarle valor a las cosas, el pan se encogía hasta la siguiente actualización del precio fijado (se convino en llamar eso “indexación de precios”).
El país entendió que el tema de fijar precios “tope” (ya sean mínimos o máximos) no funciona, pero, aparentemente, en estas dos últimas décadas ese conocimiento se evaporó; la gente ahora pide que se fijen precios porque “está muy caro”, u otro argumento que no busca entender la causa, sino darle una solución rápida a un problema que no entiende. Ese es el resultado de un trabajo de hormiga que ha llevado a cabo la izquierda: un modelo que ha demostrado ser exitoso reduciendo la pobreza a un tercio de lo que era, que ha dado muchas opciones de consumo, que mejoró los servicios públicos, generó empleo, incrementó las exportaciones, estabilizó la moneda nacional, etc. Eso que hemos visto y sentido todos los que pasamos cinco décadas, de pronto nos cuentan que aquello que no funcionó con Velasco ni con García 1.0 —y que hemos visto cómo, desde 2011, se ha venido deteriorando porque se ha ido metiendo en el Estado una inmunda mano roja— ahora tiene la culpa de los problemas. Y encima proponen medidas heterodoxas probadamente fallidas como solución, y la gente aplaude como focas, pensando que todo va a estar mejor.
Pongo un ejemplo de una solución a un problema que acarrea daños mayores: tengo dolores en el brazo por hacer deporte y, en vez de ir a un traumatólogo, se lo digo al carnicero del mercado. El carnicero me dice que tiene una receta infalible con la que nunca volverá a dolerme el brazo: cortarlo. En términos estrictos, tiene razón: no volverá a dolerme el brazo, pero la cura es peor que la enfermedad, pues sin brazo hay muchísimas cosas que no puedo hacer y me convierto en un inválido.
Las soluciones a problemas médicos deben ser dadas por un médico; los problemas de ingeniería, por ingenieros; y los problemas económicos deben ser resueltos por economistas capaces, no por sociólogos ni economistas ideologizados. Soluciones técnicas, con respaldo de la teoría económica y de experiencias anteriores. No entiendo cómo hay “¿economistas?” que defienden políticas heterodoxas que han fracasado en todo lugar y tiempo donde se aplicaron, y que incluso les dan soporte con modelos económicos basados en supuestos ajenos a la realidad y al comportamiento humano.
Subieron el sueldo mínimo en más de 10 %. ¿A quién beneficia? Si hacemos el ejercicio con una evaluación estática, diríamos que a todos aquellos que ganan el sueldo mínimo, pero como esto es economía, y la economía es dinámica, sabemos que esta acción (el alza del salario mínimo) generará una reacción.
La reacción es muy fácil de predecir: hay un alza en el costo de contratación del personal que gana el sueldo mínimo, y por ende se va a evaluar su productividad para ver si se le mantiene en la planilla o se le despide. Además, hay que tomar en cuenta que el personal que gana el sueldo mínimo tiene un muy bajo nivel de productividad (por eso gana el monto mínimo definido por el gobierno) y es personal fácilmente reemplazable. Por una simple cuestión de supervivencia, las empresas van a buscar mantener los costos en el menor nivel posible (condición imprescindible, además, en una economía que apenas crece a tasas vegetativas) y verán de reemplazar dicho personal por otro que pueda tener en otro régimen laboral fuera del régimen de quinta categoría, que reconoce más derechos a los trabajadores, por otro en el que se reconocen menos o ninguno (como, por ejemplo, el de cuarta categoría). Es un comportamiento racional; no corresponde a un apetito desmedido de un “asqueroso capitalista explotador” ni del “modelo neoliberal”. Esto pasa en Gamarra con confecciones, en Villa El Salvador con carpinterías, en Trujillo con el calzado o en Naranjal con las metalmecánicas. Es decir, el emprendedor promedio peruano que ha mantenido al país avanzando a pesar de los políticos.
Si tomamos en consideración que, según la ENAHO (Encuesta Nacional de Hogares), solo el 14,5 % de los trabajadores dependientes formales (que incluye a los trabajadores dependientes formales de los sectores público y privado, con datos correspondientes al año 2021) ganan entre S/ 930 y S/ 1 025, se pone en riesgo a este grupo, que probablemente se vea afectado por decisiones de las empresas.
La impertinencia del alza del sueldo mínimo es una muestra de ignorancia, pues si bien es cierto que nuestros amigos de la izquierda aplauden a rabiar medidas como esta, el efecto a mediano y largo plazo es pernicioso:
- Genera inflación. Según un estudio del BCRP (El salario mínimo, la inflación y el empleo en el Perú, Renzo Castellares, Carlos Mendiburu, Omar Ghurra y Hiroshi Toma), el efecto de un aumento del salario mínimo de 10 % sería un incremento de 0,73 % en la inflación a un año. Eso significa entre el 25 y 30 % de la meta de inflación anual.
- En una economía muy lenta, que ni siquiera puede absorber formalmente a toda la población que se integra a la PEA anualmente y que se está recuperando lentamente, dar una medida como esta es poner piedras en el camino, pues habrá más costos laborales y menos dinámica en el mercado laboral.
- Genera más informalidad.
Teniendo un porcentaje de aprobación de 3 % y esperando llegar al 28 de julio del 2026, dar una medida como esta —que va a golpear con el impuesto inflacionario a la población en un plazo no muy largo— demuestra ignorancia, un total desinterés por el estado de la población y una clara incapacidad de gestión.
Como bien dijo Hayek: “Si los socialistas supieran de economía, no serían socialistas…” El mercado es el lugar donde se crean empleos, y los que ofertan (los trabajadores) tienen un precio por su trabajo, y los que demandan (las unidades productivas) están dispuestos a pagar otro. Fijar precios fuera del mercado, nuevamente, conducirá a mercados negros. No es tan difícil de entender, sobre todo cuando hay tanta evidencia al respecto.